Con tan sólo veintitrés años me contrataron para ser profesor en la James Madison University, en Virginia (Estados Unidos). Era tan joven que tuve que llevar traje y corbata para conseguir que los alumnos me vieran como un profesor y me respetasen como tal. Tenían miedo de que sucediese lo contrario, y por supuesto no ayudaba que muchos de mis planteamientos, preguntas, comentarios y formas de ver la vida fuesen poco ortodoxos.
Una de las primeras de esas preguntas poco convencionales que formulé a mis alumnos fue: imaginaos que yo explico algo en clase, alguien está haciendo un poco de daydreaming (el «soñar despierto» de toda la vida) y acto seguido me pregunta sobre lo que se acaba de perder por no estar escuchando. ¿Consideráis que eso es aceptable o inaceptable? ¿Normal o anormal? ¿Debería responderle o no responderle?
Además…
«Que los momentos irrepetibles no te pillen durmiendo»
Casi todos por unanimidad y de forma unívoca respondieron: «es inaceptable, anormal y además no deberías responderle, ya que lo normal hubiera sido que estuviera atento».
Yo les contesté justo lo contrario: «Por supuesto que le responderé, ya que es mi trabajo. Por supuesto que me parece normal, puesto que todos lo hacemos, y hasta cierto punto (siempre que no se convierta en un abuso), me parece incluso deseable que me pregunte sobre algo a lo que no ha prestado atención, ya que me da una segunda oportunidad de reforzar mi mensaje».
Cuando el resto del mundo se muestra en desacuerdo con esta postura es porque están obviando una realidad. Actúan como si los alumnos debiesen escuchar el 100% de las cosas el 100% de las veces, pero eso ni es posible ni es realista. Mi punto de partida es que es normal que no escuchen ni cada cosa que digo ni cada minuto que hablo. Mientras el sistema tradicional asume que las cosas se retienen la primera vez que se escuchan, mi premisa es que la mayor parte de la información no se retiene tras una repetición, sino tras varias. ¿Qué significa esto? Que aquella información que forma la parte principal de tu mensaje debe ser repetida un número de veces mayor.
Presta atención a lo siguiente. Existen dos tipos de información. Una es tremendamente relevante. Esta es la que constituye la parte central del mensaje. Otra es tremendamente irrelevante. Es la que constituye la periferia. Aquí viene la primera observación importante:
Te enseña más un mensaje central aprendido a fondo que cien periféricos aprendidos a medias.
Imaginémonos que tenemos un edificio de ocho plantas y que la planta primera representase el mensaje más importante que un profesor tuviese que dar a un alumno. La planta segunda contendría el segundo mensaje más importante y así sucesivamente hasta la octava, que contendría el menos importante de todos. El principio se pondría en práctica en el momento en el que se añada la siguiente regla: cada vez que quieras subir a una nueva planta, has de volver a empezar de cero. Funcionaría de la siguiente manera. Estás en la planta uno, subes a la dos.
¿Quieres pasar de la dos a la tres? Has de empezar de cero: planta uno, planta dos, planta tres. ¿Quieres pasar a la cuatro? Vuelves a empezar de cero: planta uno, planta dos, planta tres, planta cuatro. Y así sucesivamente.
Ahora viene la pregunta importante. ¿Cuántas veces habrás pasado por la planta primera y cuántas por la última? Si se aplica la regla correctamente, lo que sucederá es que habrás pasado por la primera planta ocho veces y por la planta ocho una vez.
Este símil representa la forma en que deberíamos tratar la información para poder aprenderla de forma adecuada. Los mensajes no deben tratarse todos por igual, sino que deben recalcarse con la misma frecuencia que su grado de importancia. Si A es ocho veces más importante que B, repítemelo ocho veces más que B. Pero el sistema convencional (salvo excepciones) hace justo lo contrario: todo por igual y todo una sola vez. Si se hiciera correctamente, estaríamos dando a nuestros oyentes ocho oportunidades más de no perderse aquello que realmente deben retener. Si dar protagonismo a la planta uno, el centro, es centrarse en las reglas, dar protagonismo a la planta ocho, la periferia, es centrarse en las excepciones. Pero si quieres enseñar algo y que se aprenda de forma adecuada, nunca expliques las excepciones hasta que no hayan quedado claras las reglas.
Lo que te acabo de contar es algo en lo que creo tan fervientemente que no sólo lo aplico para aprender cada disciplina en la que me sumerjo, sino que he llegado a construir toda una meto dología en torno a ello. Los ocho Cinturones de 8Belts (Belt en inglés significa «cinturón») se basan en el símil anterior de las ocho plantas, no porque haya que empezar de cero cada vez que se quiera subir de Belt, sino porque el dominio del Belt-1 de nuestros alumnos es tan alto que podría decirse que es ocho veces mayor que el Belt-8. Este dominio tan elevado de las partes más importantes del idioma es lo que les permite hablar con mucha fluidez en muy poco tiempo. Van subiendo de Belt como en las artes marciales sólo cuando han demostrado una gran destreza en el Belt actual, una mayor en el anterior, otra aún mayor en el Belt previo y así sucesivamente. Si la metodología ha conseguido demostrar unos resultados en el aprendizaje de idiomas que posiblemente no se hayan conseguido antes, es gracias a unos elaborados algoritmos matemáticos que ponen en práctica este principio: decidir qué partes de un idioma forman la planta uno y qué partes forman la planta ocho, equiparando las veces que se repite cada una con su grado de importancia. Repasan un número de veces mayor las palabras que se usan un número de veces mayor y viceversa. ¿Por qué? Porque no toda la información tiene la misma importancia.
#LaInteligenciadelÉxito
@anxo