No a todo el mundo le gusta el contacto físico, y mucho menos desde que llegó a nuestra vida el Covid-19. Por un tiempo, muchas personas dejaron de dar abrazos y besos y se limitaron a chocar los codos o la punta de los zapatos, unas costumbres que no tardaron en criticar los expertos al tratarse de un acercamiento que también podría aumentar el número de casos de esta enfermedad.
En definitiva, los menos asiduos a la comunicación física sintieron un cierto alivio en que justamente el Covid se propagara a través de unas gotitas y partículas respiratorias muy pequeñas; como nunca se sabe dónde están, pueden ser las manos o los labios y, ante la duda, estas personas prefieren el contacto cero. Tal es así que cada vez más se habla de la hafefobia o aptofobia, una fobia que consiste en sentir repulsión hacia el contacto físico, bien sea al recibirlo o a ser nosotros quien lo iniciemos.
El contacto con otras personas, en términos generales, se vive como una invasión de nuestro espacio personal, de nuestra privacidad o de nuestra zona de seguridad. De hecho, cualquier persona que desconozca esta fobia y vea a alguien actuar de este modo, es decir, rechazando el contacto físico, puede creer que se trata de un problema de timidez o que quizá está constipado y prefiere no acercarse mucho… Sin embargo, tal como indica Bianca Zerbini, psicóloga de Buencoco, en la mayoría de los casos los orígenes de esta fobia se encuentran en causas de un tipo completamente diferente.
«La hafefobia no se presenta como un problema en sí mismo, sino más bien como un síntoma secundario de otros trastornos, como el de la personalidad, espectro autista, trastorno postraumático… Una de las causas más frecuentes también se encuentra en los traumas y la violencia durante la infancia», señala la experta.
¿Tengo hafefobia?
Como es de esperar, la repulsa absoluta al contacto físico ya nos viene a decir que existe un problema, pero la psicóloga de Buencoco cuenta que en términos psicológicos, los síntomas que una persona con hafefobia puede experimentar suelen ser «ataques de ansiedad, ataques de pánico, melancolía, evasión… Además, se puede experimentar agorafobia, ansiedad social y todo esto repercute en la vida cotidiana, en las relaciones con el resto y por supuesto, también afecta a la sexualidad».
Además, también afecta a las relaciones sociales. Según la experta, negarse a ser tocado es ante todo negarse a entrar en contacto con los demás y consigo mismo, con episodios del pasado y con lo que el cuerpo podría revelar. «Precisamente por eso, para defenderse de cualquier tipo de peligro, la persona tiende a poner en marcha un mecanismo de conservación llamado ‘evitación’, es decir, se evitan todas las situaciones de contacto y encuentro con otras personas. Eso por supuesto afecta a la vida cotidiana y a las relaciones que se establecen con el resto. De hecho, en la mayoría de los casos y como decía antes, la hafefobia conduce a la agorafobia, es decir, al miedo a los lugares abiertos y concurridos. Esto hace que la persona se limite mucho en su día a día. Y por supuesto, también afecta a su vida sexual.
Cómo superarlo
Acudir a la ayuda profesional es la mejor opción. Un psicólogo puede ser muy válido porque ayudará a la persona a identificar y procesar situaciones traumáticas y poco a poco a recuperar la confianza en los demás y en sí mismo, racionalizando tus miedos.
«Ni que decir tiene que son innumerables las limitaciones que la persona que sufre hafefobia se impone a sí misma en todos los ámbitos de su vida: privado, laboral, sexual… y esto a la larga la conducirá al aislamiento y probablemente a otros trastornos mentales. Vale la pena pedir ayuda y la psicoterapia puede mejorar la calidad de vida de las personas», recomienda.
El Covid-19, crucial
Como veníamos contando, la pandemia, como tantos acontecimientos que han tenido un impacto global, ha provocado el desencadenamiento de múltiples síntomas, entre ellos la hafefobia. «Podemos decir que ha aumentado el número de casos de personas que padecen hafefobia, pero la causa no se debe necesariamente a la pandemia, sino a otros problemas que ya existían en la persona y, como decía, se ha desarrollado algo que estaba latente», concluye Bianca Zerbini.