Cuando María se empezó a querer todo cambió. No fue una tarea fácil. Había aprendido que no era digna de ser amada y es por eso mismo que no fue especialmente exigente en lo referente a temas de pareja.
María no mendigaba cariño, pero se conformaba con poco. María era poco exigente en sus relaciones ya que creía que no merecía estar con nadie, así que poco podía pedir a quien andaba con ella por compasión.
Andaba con un hombre casado que le había dicho que estaba mal con su mujer y que lo estaban dejando. ¿Qué le iba a decir? ¿Que se estaba aprovechando de su baja autoestima?
Era tan bonito cuando estaban juntos. Eso sí, sólo cuando su amante podía, cuando no estaba su mujer, cuando podía escaparse. María organizaba su vida en función de la agenda de él. María soñaba con unas vacaciones juntos, con un fin de semana romántico en Roma, con una familia que creciera entre mimos y cariños. Pero los sueños, sueños son y la realidad más cruda salía a su paso cada vez que su amante le dejaba, le lanzaba una excusa o ignoraba sus mensajes.
Pero un buen día ocurrió la magia. María no tenía claro cuál fue el detonante. Quizás un artículo, un vídeo de internet o un capítulo de un libro, pero hubo un día en el que todo cambió y ese día fue el día en el que se dio cuenta de que tenía que tratarse mejor a ella misma.
María se dio la oportunidad de reconocerse de nuevo, de mirarse con una mirada más amable, de tratarse como solía tratar a otras personas. De repente tomó consciencia de que merecía una vida mejor y de que no quería seguir sintiéndose poco valorada y poco querida.
Decidió ser más exigente y pidió a su pareja que diera un paso firme, que se decidiera y puso una fecha límite. No pasó lo que le hubiera gustado que pasara, el tiempo pasó, llegó la fecha límite y ninguna de las promesas se había transformado en una realidad.
María hizo acopio de valor, reunió toda la dignidad que tenía y plantó a su amante. No quería más amor a escondidas, más renuncias, más vacaciones en solitario. María comprendió que si no se respetaba a ella misma, jamás encontraría una pareja que la respetara.
«De repente tomó consciencia de que merecía una vida mejor y de que no quería seguir sintiéndose poco valorada y poco querida»,
María se empezó a querer. Abrazó sus imperfecciones y vio que no eran tantas como creía. Adoptó una mirada más realista, con más perspectiva y se dio cuenta de que merecía todo lo bueno que le podía pasar.
Poco a poco, María, empezó a marcar algunos límites y eso levantó algunas ampollas. No pasa nada, se dijo, es hora de renovar la agenda. Hasta cierto punto es normal, pensó, los amigos que tenía estaban a gusto con una María sumisa, complaciente y servil. La nueva María es más selectiva, saber decir que no y no permite que se abuse de su confianza y bondad.
«Has cambiado mucho», le dijo su madre. «Sí», contestó María y para bien, pensó para ella misma. La versión 2.0 de María acababa de ver la luz, con paso firme, segura de sí misma. Ya no había vuelta atrás, para bien de muchos y pesar de algunos, María había empezado a quererse.
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