«Cada vez que no expresas tu disconformidad, estás expresando tu aprobación»

Eva y Luis eran dos niños de seis años amigos del colegio; misma edad, mismo curso, y mismo tipo de familias. Eran niños normales, que se portaban bien casi siempre y, por supuesto, hacían alguna travesura de vez en cuando. Su hora de acostarse era a las nueve de la noche, pero ambos estaban enganchados a un programa de televisión que empezaba a las 20.30 y no acababa hasta las 22.30, por lo cual normalmente sólo podían disfrutar del principio. Cuando se sentaban frente a su programa preferido, tanto Eva como Luis perdían un poco la noción del tiempo, por lo que cada día se iban acostando un poco más tarde. Como sus padres tampoco estaban muy pendientes de la hora y por tanto no mostraban ningún tipo de desaprobación, ambos niños entendían que si al final acababan acostándose un poco más tarde, eso no era algo muy grave. Un día consiguieron ver todo el programa y a su término se dirigieron por motu proprio a la cama un poco antes de las 23. Esta situación se repitió varios días tanto con Eva como con Luis. Los padres de Eva, cuando al cuarto día vieron que su hija estaba más cansada de lo normal, se enfadaron con ella por estar aún despierta a las 22.30, reprochándole su agotamiento, diciéndole que ella sabía que su hora de acostarse era las nueve y espetándole que eso podía tener graves consecuencias en su rendimiento escolar. Pero ella estaba tremendamente confusa. No podía entender cómo el mismo hecho que el día anterior no era ni grave, de repente al día siguiente fuera gravísimo. Eva se fue a dormir triste y desorientada, sin entender a qué se debía ese enfado por parte de sus padres y convencida de que no existía ninguna justificación.

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«No admires el éxito, admira el esfuerzo»

¿Dónde estaba el problema? En que los padres de Eva, con su silencio, habían dado el mensaje a su hija de que estar despierta a las 22.30 no era grave. Y si ella ve que estar despierta a las 22.30 un miércoles no es grave, es lógico que concluya que tampoco puede serlo estarlo un jueves.

«Cuando tu frustración crezca, no esperes que el otro lo intuya», Anxo Pérez

Los padres de Luis también sintieron frustración el primer día que cayeron en el hecho de que su hijo bajo ningún concepto debería estar aún sin acostarse a esas horas, pero en lugar de enfadarse con él, se dieron cuenta de que el error no fue de su hijo, sino de ellos. Ellos reconocieron que con su silencio de los días anteriores, tácitamente le habían dado el mensaje de que estar despierto tan tarde no era para nada grave. A diferencia de los padres de Eva, en lugar de ventilar su frustración con su hijo hicieron algo diferente. Le comunicaron que debían restablecer el límite y llevarlo al punto anterior.

—Luis, hemos cometido un error. Te hemos permitido estar despierto demasiado tarde y como consecuencia de ello ahora estás más cansado de lo normal. A partir de mañana vamos a volver al horario original. Tu hora de irte a la cama será de nuevo las 9. A pesar de que ayer fue aceptable estar despierto a las diez y media, a partir de mañana no lo será.

La clave de este Peldaño está en que siempre que hayamos dejado de exigir el cumplimiento de algo estamos siendo ambiguos sobre dónde está el límite. Y la única forma, sin excepción, de volver al punto anterior es teniendo una comunicación de puesta a cero que explique que lo que ayer era aceptable, hoy ya no lo es. Hay que resetear. Y todo reseteo debe ser comunicado.

Esta fórmula es la única forma eficaz de restablecer un límite, una regla, o un reglamento sobre cuyo cumplimiento has perdido el control. Es tremendamente eficaz, evita malentendidos y te permite ganar el control de una forma comprensible, justa y armoniosa. Su poder está en evitar que nuestro interlocutor tome como ilógico que hoy te enfades por algo que ayer permitías. 

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