Carla conoció a Juan en una fiesta mayor. El roce hace el cariño y con el paso del tiempo vieron que estaban bien juntos y empezaron a quedar para conocerse mejor. En tan solo algunos meses ya se dieron cuenta que estaban hechos el uno para el otro y decidieron compartir la vida.
Los meses iban pasando y todo seguía su curso normal. Un fin de semana juntos, una barbacoa familiar, unas vacaciones en casa de la hermana de Juan, una boda de un primo de Juan y mil sonrisas y momentos repletos de complicidad.
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Siguió pasando el tiempo y surgió la oportunidad de que Carla trabajara en la empresa familiar de Juan. Era un buen puesto, bien pagado y cerca de su pareja. Ese nuevo trabajo les daría la oportunidad de ahorrar para poder comprarse un piso y así fue.
A los pocos meses Carla y Juan daban la entrada para un pisito en la misma escalera que los padres de Juan. Fue, de nuevo, una gran oportunidad. Llegó el momento de decorar el piso y Juan, que tenía mucho trabajo con su padre, delegó en su madre esa tarea.
Carla y la madre de Juan empezaron a decorar el piso. Tenían sus discrepancias, pero la madre de Juan les había ayudado tanto y tenía tanta ilusión que Carla acababa cediendo siempre para que no tuviera un disgusto.
Con el pisito montado decidieron preparar la boda. Había llegado el momento de darse el ‘sí quiero’. Le hacía tanta ilusión a la madre de Juan que fue ella misma la que decidió el menú, la disposición de las mesas, los arreglos florales y mil detalles más.
La boda fue toda una fiesta en la que la madre de Juan acaparó toda la atención con un presunto desmayo de la emoción. Estaba tan «delicada» de salud. Pobre mujer. Tenía una mala salud de hierro. Llevaba veinte años muriéndose.
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Fue pasando el tiempo y en uno de esos veranos en la casa de la playa de la familia, Carla se quedó embarazada de una magnífica niña. Se llamaría María, como la madre de Juan. Carla prácticamente no tuvo que comprar nada de todo lo que necesitaba para la niña, ya se encargó su suegra de hacerlo, de la «tediosa» tarea de elegir el cochecito, la ropa y la cunita. Pero cómo se lo iba a negar. Pobre mujer, con la ilusión que le hacía.
Nació María y cada día Carla se encontraba la comida preparada en su casa. Su suegra tenía llaves de su casa y entraba y salía libremente para poder ayudarla con lo que necesitara. Era tan afable.
María creció y fue al mismo colegio que fue Juan. A Carla no le gustaba, pero había temas que era mejor no tocar. Cada vez que le comentaba a Juan que no estaba cómoda con algunas de las decisiones que tomaba su madre sobre su relación, Juan le decía que tenía que aprender a tolerarla, que era muy buena mujer, con todo lo que había hecho por ellos, con todos los sacrificios que hacía por su nieta, con la salud tan delicada que tenía. No podemos romperle una ilusión que tiene, justificaba.
Un día, mientras Carla estaba dando un paseo por la playa, se dio cuenta de que en los últimos diez años había hecho todo lo que su suegra quería. Iba de vacaciones, educaba a su hija, organizaba su casa y condicionaba su vida según los caprichos y prioridades de su suegra.
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Carla comprendió que sus prioridades no eran menos importantes que las prioridades de la familia de su pareja, comprendió que su dolor no era menos importante que el supuesto dolor de su suegra, comprendió que ella quería compartir su vida con Juan, no con su familia al completo de manera omnipresente, comprendió por fin, que bajo un disfraz de afabilidad, nadie, de aquella casa le había respetado lo más mínimo ni había tenido en cuenta su criterio.
Comprendió, también, lo más importante de todo, que ese proceso de abducción había sido realizado poco a poco, de manera sibilina y que sin darse cuenta, Carla había quedado aislada de sus seres queridos, sin referencias y a merced de la voluntad de su suegra y de su marido.
Lo comentó con Juan. Juan le respondió que no le hiciera elegir entre ella y su familia. En ese momento, justo ahí, como una especie de revelación, fue cuando Carla lo vio todo claro. No era ella la que presionaba a Juan, no era ella la que le ponía entre la espada y la pared, no era ella la que tenía la culpa de todo. Justo en ese momento decidió empezar a priorizarse y a tomar sus propias decisiones. Carla decidió dejar a Juan y a toda su familia. Carla decidió respetarse. Carla decidió tener una vida libre de tóxicos.
Puedes descubrir otros consejos de Tomás Navarro ( @tomasnavarropsi en instagram) para poner límites a aquellas personas que nos hacen daño en su obra ‘Tus líneas rojas’. Y además, puedes leer aquí otros artículos de Tomás Navarro en ABC Bienestar.