En la azotea de un edificio de Kobani, en la región autónoma de Rojava, en octubre de 2014. A través del visor de su Dragunov, Azad Cudi sigue los movimientos de dos combatientes del Estado Islámico, un hombre mayor y un adolescente, a través de las ruinas de la ciudad. ¿Matará al adolescente? Años después, en sus memorias de aquella batalla escribiría: “Supe lo que tenía que hacer. Y sentí que me desmoronaba mentalmente por la carga que suponía”.
– Teníamos que reprimir nuestras emociones –dice ahora, por teléfono, con una voz pausada y reflexiva, desde algún lugar de Inglaterra–. Teníamos que ser mecánicos. No puedes llorar porque alguien muere o resulta herido, porque entonces también te matan a ti. Hemos sido enseñados a tener consideración por cierto tipo de personas, ancianos, bebés, niños, discapacitados, pero cuando un joven aparece ante ti con un arma, ya no es la misma lógica, ya no puedes sentir lo que la sociedad te ha enseñado a sentir. ¡Tiene un arma! Tiene un arma y quiere matarte. Visto con perspectiva, quizá sienta remordimiento, pero si miro el contexto… No puedes pasar por una experiencia como esa sin sacrificar una parte de ti.
De familia kurda y nacido en 1983 en Sardasht (Irán), en las montañas donde confluyen las fronteras de Irán, Irak y Turquía, Azad formó parte del grupo de 2.000 combatientes que entre septiembre de 2014 y marzo de 2015 protagonizaron la épica batalla que expulsó a los islamistas de Kobani. Su número: 12.000. Algunos periodistas la han comparado con la batalla de Stalingrado. “La derrota que les infligimos inició su hundimiento”, cuenta Azad en ‘Largo alcance’, el crudo relato de aquellos seis meses recién publicado en España por Capitán Swing.
–Stalingrado tuvo lugar hace muchos años, pero creo que hay muchas similitudes: una batalla en una ciudad finalmente destruida, la importancia de los francotiradores, la resistencia de la gente. También fue parecida la dinámica, el hecho de que primero los contuvimos y luego los hicimos retroceder, barrio por barrio, calle por calle, puerta por puerta, hasta expulsarlos de la ciudad. Llegado un punto dijimos, si hemos de morir aquí, moriremos, pero no daremos ni un paso atrás. Es difícil de entender: entender lo que el ser humano puede hacer en situaciones extremas. A veces miro atrás y pienso: ¿realmente hicimos eso? ¿Fuimos nosotros? A menos que hayas estado allí, no se entiende. Fue una situación extrema de no rendirse y resistir.
Aquellos que están familiarizados con las armas de fuego saben del largo historial del fusil de precisión para francotiradores Dragunov, diseñado en la Unión Soviética en 1963. De la guerra de Vietnam a la de Siria, de Afganistán a Irak, de Somalia a Chechenia, el Dragunov ha estado allí donde seres humanos se han dedicado a matar seres humanos. Por las razones que sea. En el libro, cuando describe el momento en que finalmente abandona el frente para sumarse a tareas administrativas, Azad escribe con elocuencia sobre su arma: “Dejaba por fin el frente y necesitaba un momento para asimilarlo. Limpié mi Dragunov por última vez y luego subí con él a la azotea. Me puse el arma en las rodillas y la acaricié (…) Respetaba esa máquina”.
–Mi arma me dio la confianza que necesitaba para hacer lo que tenía que hacer. Y no teníamos otra alternativa que defendernos: ellos atacaron nuestra tierra, a nuestra gente, ellos nos atacaron a nosotros, nos invadieron, y no teníamos otra alternativa que defendernos con esas armas. Sí, era una cuestión de defensa, pero aun así, tienes un arma en las manos que arrebata vidas. Es un sentimiento extraño: en la medida en que te da confianza estableces una relación de amistad con ella, pero al final del día te das cuenta de que es una amistad con el diablo, con esa sucia máquina que tiene la capacidad de matar. Es un sentimiento extraño, repito, querer algo y odiarlo al mismo tiempo. No sé si eso tiene sentido.
Rojava es el nombre que recibió el Kurdistán sirio en la Constitución proclamada ‘de facto’ en el marco de la guerra civil. Azad la describe como “un ejemplo de sociedad pacífica, estable, libre y justa”, y recuerda que fue feminista desde su origen. Pero en la práctica sus instituciones son frágiles y viven bajo la amenaza de los países vecinos, entre ellos Turquía. Por eso, Azad lamenta que una vez derrotado el Estado Islámico, la coalición se desentendiera.
–El apoyo aéreo de la coalición fue esencial. Habría sido imposible detener al ISIS sin ese apoyo. Si hubieran tomado Kobani habrían tenido fácil acceso a Turquía, y de ahí a Europa, y eso la coalición de aliados que nos apoyó lo entendió perfectamente. EEUU, Europa, Rusia, Japón, todos entendieron lo que estaba en juego y todos aportaron para ganar esa batalla. Pero cuando el jefe del ISIS fue abatido todo el mundo de olvidó de nosotros. Tenemos un cuchillo en la garganta todo el tiempo y no hay comunidad internacional para decir nada porque ahora sus intereses con Turquía son más importantes que nuestra libertad. La comunidad internacional siempre vela por sus intereses.
“De nuestros 17 francotiradores, cuatro estaban malheridos, cuatro habían enloquecido y uno, Servan, estaba muerto. Ocho habíamos sobrevivido”, escribe Azad. La guerra enloquece, siempre ha sido así. Allá arriba, solo en el tejado, dejando pasar las horas sin moverse, mirando todo el tiempo por el visor, ¿tiene más posibilidad de enloquecer el francotirador?
–Creo que el dolor que te producen las cosas que ves en una guerra es tan grande que a veces tu pequeño entendimiento de la vida y la muerte no es suficiente para gestionarlo, de modo que me sorprendería mucho si en una situación así la gente no perdiera la cabeza. La gente pierde la razón y enloquece y va al psiquiatra viviendo en el más confortable de los estilos de vida, en esta Europa del confort y el placer y la vida feliz, así que enloquecer en una guerra me parece normal. Pero los francotiradores tienen una mentalidad fuerte, un espíritu fuerte, individualmente y como equipo: están acostumbrados a operar en soledad y tienen una cabeza lo bastante amueblada como para superar las dificultades. Tienen confianza en lo que son y en lo que pueden hacer. De hecho, suelen ser personas con una fortaleza superior.
–Dígame: esas tres “balas salvadoras” que llevaba en el bolsillo para quitarse la vida antes de que lo apresaran, ¿alguna vez llegó a estar a punto de usarlas?
–La verdad es que no, no viví ese momento, pero sí tuve muchos momentos en que me aseguré de que estaban en el bolsillo, antes de salir a una operación. Pero en ningún momento pensé en usarlas.