Una porteña en Nueva York: “Podés irte de Buenos Aires pero no podés sacar a Buenos Aires de tu ser”

María Eugenia Laborde conoció Nueva York en el verano del 1999. Invirtió todos sus ahorros en un curso de posgrado que le permitiría capacitarse y posicionarse mejor en el sector de desarrollos inmobiliarios en el que trabajaba. Si al volver del curso no lograba romper el techo de cristal al que sentía que había llegado como arquitecta, probablemente, se animara a dar un paso más y pensaría en dejar la empresa para buscar nuevos horizontes en donde pudiera aplicar lo que aprendiera en la Universidad de Nueva York.

Finalmente fue lo que ocurrió, pero por otras razones. Nueva York la había atrapado con su energía y supo que haría lo que fuera necesario para volver y poder quedarse un tiempo a hacer una experiencia profesional.

Diseña bolsas resistentes y reciclables. (Gentileza/)

“Mis amigos no entendían la decisión que tomé pero me ayudaron a armar una red de contención que me ayudara a desembarcar en la ciudad donde no conocía a nadie”, recuerda Eugenia, o Kenia -un sobrenombre heredado de la infancia cuando así pronunciaba su nombre-, como le dicen los suyos.

Al llegar a Manhattan, la joven arquitecta llena de ilusiones y vértigo por que le depararía la gran manzana, la recibió un argentino; él le había alquilado un departamento en la Segunda Avenida y la calle 17. Desde el primer momento se sintió cautivada por la ciudad. “Me deslumbró su inagotable patrimonio arquitectónico, no podía creer la altura de los edificios. Me levantaba todos los días a las cinco de la mañana y me iba a caminar; así me recorrí cada cuadra, sacando fotos y absorbiendo todo lo que veía, que para un arquitecto es fascinante”, se acuerda.

El curso fue complicado, desde la perspectiva del idioma y la complejidad de los temas que abarcó. Tuvo que comprar un grabador y registrar todas las clases para poder volverlas a escuchar y comprender el contenido en todos sus detalles.

“Dejé mis miedos de lado y conseguí trabajo en la primera entrevista”

Los primeros compañeros de trabajo. (Gentileza/)

El viaje de Kenia a Nueva York superó todas sus expectativas y la llevó a valorar cosas que daba pro sentado, como la educación gratuita. “Aprendí que la educación recibida en la Facultad de Arquitectura y Urbanismo de la UBA me había dado las herramientas para desarrollarme con todo mi potencial ya que en Buenos Aires trabajé durante muchos años en estudios de arquitectura importantes y de renombre y hasta llegué a montar mi propio estudio en la calle Anasagasti en el barrio de Palermo. Todo eso fue gracias a la educación gratuita, algo que acá no entra en la cabeza de la gente”, subraya.

Dejó sus miedos de lado y en la primera y única entrevista de trabajo que tuvo la contrataron. “Esto fue un punto crucial en mi vida porque ahí me di cuenta que venía tocando mi propia música en temas de diseño y eso me dio una ventaja. Las diferencias culturales y de idioma que en otro momento me hubieran colocado en desventaja, me ayudaron a ser yo misma, única con una mirada y una creatividad diferente a la del status quo”.

Al mismo tiempo, lo que parecían barreras idiomáticas se transformaron en oportunidades de desarrollar una voz propia. “Estar despojada de mi lengua materna y de las ataduras sociales me permitió decir y hacer las cosas con total libertad y convicción. Ahora, tantos años después, veo que la evolución de mi vida en este espacio, fue súper interesante e intensa a pesar de siempre llevar una lucha interna entre la nostalgia y el pragmatismo”, reflexiona.

¿Algún aprendizaje trasladable a quienes también quieran intentarlo? Para Kenia la clave es la cultura del trabajo. “Lo interesante de esta ciudad es que si trabajás mucho – mucho me refiero a muchísimas horas, la cultura es trabajo primero- y si te enfocás primordialmente en eso avanzás, vas para adelante”, destaca.

Hoy, insertada social y laboralmente en la sociedad de Nueva Jersey, reconoce que lograrlo no fue sencillo y que todavía la conexión con nuestro país sigue siendo muy fuerte. Pero el azar hizo lo suyo: llegó en una época en la que se necesitaban profesionales con su perfil.

“Lo que me ayudó en ese momento fue la necesidad que había en el mercado laboral en la ciudad de Nueva York de trabajo para profesionales en el área de la arquitectura. Un amigo argentino me presentó a otro que era arquitecto y así conseguí una entrevista. New York es una ciudad tremendamente cosmopolita y compleja. Mis compañeros de trabajo, venían de todas partes de los Estados Unidos y del mundo, en los cinco años que trabajé ahí hice muchos amigos y experiencias increíbles como participar en el equipo que le diseñó la oficina a Bill Clinton cuando dejaba la presidencia”, relata.

También reconoce que haber podido formar parte de un grupo de amigos argentinos resultó un soporte social y afectivo muy importante que le permitió seguir conectada a nivel cultural con Argentina. Es que extrañar a los seres queridos no fue y no es fácil. “Extraño los asados en familia de los domingos, las charlas interminables con mis amigos de la facultad en dónde cambiábamos al mundo”, recuerda.

“Pude conocer las torres gemelas”

“Me recorrí todas las calles para admirar la arquitectura”. (Gentileza/)

Kenia recuerda como si fuera hoy los que las torres gemelas representaron en su vida. “En una de las lecciones nos llevaron a ver las torres gemelas, desde el subsuelo y la sala de máquinas hasta el observatorio, para explicarnos el funcionamiento, el diseño y la integración urbana. Como arquitecta la visita a las torres dejo una marca en mi vida ya que fue un momento muy impactante”, rememora.

Dos años más tarde, el atentado del once de septiembre, esa fecha que quedó grabada en la conciencia mundial, otra vez las torres ejercieron un efecto en su destino.

“El 11 de noviembre del 2001 salía caminando hacia mi trabajo, cuando una señora me paró en la puerta de mi edificio y mirando hacia las torres y con lágrimas en los ojos me dijo que un avión se había estrellado en la torre norte, creo que no entendí el contenido completo de lo que había escuchado y comencé a caminar por la calle 19, donde vivíamos con mi novio rumbo a la oficina que quedaba en ese momento en la Quinta avenida y la calle 23, acarreando una tremenda pesadez en mi corazón”, evoca.

Chris se había ido temprano y estaba en un tren rumbo a una reunión en otro estado. Las calles parecían vacías, la gente estaba pegada al televisor; en distintas intersecciones y con más perspectiva Eugenia logró visualizar el humo saliendo de la torre. Cuando llegó a la Quinta Avenida tuvo una sensación muy extraña, sintió como si el mundo se hubiera detenido. La calle estaba desierta de autos y todo se movía en cámara lenta hasta ese momento no sabía con certeza lo que estaba pasando. Una vez en el ascensor una persona comentó que era un ataque terrorista.

Un breve paréntesis para contár quién es Chris. Al poco tiempo de empezar a trabajar, ya mudada con una amiga, fueron a un bar y conoció al amor de su vida. Chris estaba en la barra. No pudo sacarle la vista de encima, algo en él la conmovió, su sonrisa y lo buen mozo que era o que tenía un aura especial. Su mirada no pasó desapercibida porque él decidió pasar por al lado de las chicas y decir “Hi” , dando inicio a una conversación que veinte años después, con sos hijos adolescentes y viviendo en una enorme casa diseñada a medida por la propia Eugenia, se mantiene activa. “Cuando llegaron sus amigos para ir a ver un partido de básquetbol de los NY Knicks para los que él tenía tickets ante mi sorpresa Chris les dijo que tenía algo más importante que hacer y que no iba a ir con ellos.”, revela.

“Cuando llegué al último piso todos mis compañeros de trabajo estaban parados en la terraza que tenía buena vista hacia las torres. Nadie hablaba, todos parados y paralizados mirando en la misma dirección conmovidos por la gigante nube de humo presenciamos el desarrollo de todo lo que vendría a continuación en la primera fila de ese teatro macabro. Los minutos dejaron de pasar, los colores desaparecieron, todo era gris, los sonidos habituales se convirtieron en sirenas, gritos, llantos y una total desesperación colectiva se apoderó de todos nosotros. Sin saber qué hacer y con muy poca capacidad de comunicarse con el exterior a través de los teléfonos, lo primero que hice fue llamar a mis padres y avisarles que estaba bien”, rememora Eugenia.

Las semanas que siguieron Chris, y Eugenia fueron de guardia de hospital en hospital buscando al novio de su prima que trabajaba en el último piso de las torres, en una oficina que perdió a 658 empleados en el ataque.

“Chris y yo vivimos juntos la caída de las torres, hecho que desató un remolino emocional que jamás habíamos experimentado a lo largo de nuestras vidas. Ambos en ese momento sentimos que si algo así volviera a pasar queríamos estar presentes el uno para el otro como una familia”, reconoce.

Dos meses después Chris la invitó al bar en dónde se habían conocido, se puso en una rodilla y le pidió matrimonio, al día siguiente viajaron a las Islas Bermudas a celebrar nuestro futuro juntos.

Lo gracioso fue que todos los compañeros de oficina sabían que me iba a comprometer, Chris había hablado con su jefe para que ella pudiera disponer de los días necesarios para ir de viaje y todos sus compañeros lo habían mantenido en secreto.

“De hacer vestidos para las muñecas en el taller del abuelo a diseñar bolsas reciclables”

Bolsas (Gentileza/)

El presente de Eugenia es el de una argentina que mira el mundial con la camiseta, abrazada a su perro y contagiando a sus hijos Andrew, de 18 años e Isabella, de 16, y su marido estadounidenses la pasión por el deporte nacional.

La familia reside en Oradell New Jersey a 30 minutos de Manhattan sin tráfico. Un día típico de Keni gira alrededor de 3 actividades. La primera, el trabajo en su estudio de arquitectura Kenia Lama Design; según de la cantidad de proyectos que tenga -por lo general maneja de tres a cinco proyectos a la vez en distintas instancias de desarrollo- le dedica más o menos tiempo a esa actividad. Lo que más le interesa es el diseño de viviendas a las que imprime una estética despojada, moderna y minimalista, conceptos que aprendió a lo largo de cinco años de entrenamiento bajo la tutela del Arquitecto Justo Solsona.

La segunda, da clases en la Universidad Berkeley College, donde enseña Historia de la arquitectura y el diseño interior. La tercera ocupación es Casa Lama, su nuevo emprendimiento de bolsas ecológicas y que ahora está en la etapa de diseño y desarrollo para la próxima colección de bolsas.

El gen creativo lo había heredado de familia. Y emprender, aunque por esa época la palabra no estaba de moda, también era un hábito adquirido en la infancia. Primero, de la mano de una mamá educadora, premiada y admirada, que fue su role model. Después, por su abuelo, un creativo en el campo de la electrónica – inventó una lámparita para el bisturí- y siempre la impulsó a probar cosas nuevas. “Cuando yo iba a su casa me dejaba usar el tocadisco, el soldador que él tenía en su taller, para hacer muñequitos, armar esculturas chiquititas. Con mi hermana Ani nos había armado una casita en un rincón de su taller, donde nos poníamos a jugar. Jugábamos a que nos llamábamos Marta y Alicia, éramos mejores amigas y cosíamos y pegábamos vestidos para las muñecas, mi abuelo nos ayudaba”, evoca.

Hoy, juntas, una desde Buenos Aires, con el diseño gráfico y otra desde Nueva Jersey ocupada del negocio, llevan adelante Casa Lama, un emprendimiento de bolsas de papel lavables.

La familia con la tía Ani de visita en Nueva Jersey (Gentileza/)

El Estado de New Jersey decidió eliminar las bolsas de plástico en los supermercados para reducir su impacto en el medio ambiente. Pensando en reemplazar estas bolsas buscaron un material innovador que se pudiera compostar es decir que al final de su vida útil puediera volver a la tierra y aportar al ciclo natural.

Investigaron sobre materiales ecológicos que suplieran la necesidad de bolsas en todo el estado y lograron desarrollar unas bolsas de compras muy atractivas, completamente compostables, lavables y veganoas.

“Nuestras bolsas son el resultado del avance de la tecnología y la búsqueda constante de la mejora del diseño.”, sostiene Kenia. “Además, por cada bolsa vendida plantamos un arbol para One Tree Planted. Su lema “sé el cambio” apunta a elevar la conciencia colectiva en la postura a adoptar en relación al consumo y al medio ambiente, la solución para desacelerar el calentamiento global está en manos de cada uno, reutilizando, reciclando y eligiendo aquellos materiales que generan basura cero.

“Toda mi familia sigue viviendo en Buenos Aires y esa distancia fisica siempre fue un motivador para crear algo que me uniera a ellos. Casa Lama es otro intento de reforzar esos lazos de seguir alimentando la Argentina en mi corazón, la sangre en mis venas y las diferencias culturales y emocionales que me hacen ser yo.”, concluye.

 

Generated by Feedzy