MADRID.- A riesgo de ahogar la fiesta de la emocionalidad con un poco de racionalidad, no puedo evitar una mirada crítica en torno a esa manifestación multitudinaria con la que millones de argentinos se lanzaron a la calle para seguir manifestando alegría y orgullo recuperado por la tercera estrella bordada en la camiseta celeste y blanca. Otra Copa del Mundo tras una abstinencia de más de treinta años, exactamente el tiempo en el que comenzó nuestro cuesta abajo en la rodada, y los fracasos políticos, la permanencia de las crisis, se fueron comiendo la confianza en nosotros mismos y en aquellos que toman decisiones en nuestro nombre. También me emocioné y padecí con cada partido, ese hábito que se recrea cada cuatro años para los que somos indiferentes al fútbol. Pero no puedo dejar de ver lo que late detrás de esas alegres manifestaciones multitudinarias, lanzadas a la calle para saludar a la selección de fútbol y entronizar definitivamente como propio a ese héroe planetario, Lionel Messi: el divorcio que existe entre la ciudadanía y sus gobernantes.
Vimos una multitud hecha de individuos, solos, en parejas, amigos, familias, esa pluralidad de rostros, edades, unificados en la misma alegría y el mismo símbolo de la bandera celeste y blanca. Sin grietas ni desconfianza. Ayer, efectivamente, la multitud se adueñó de la calle, pero estuvo sola, abandonada a su propia suerte. Una desprotección que puso en evidencia, una vez más, que en el espacio público no hay autoridad, bajo la única acepción posible de una palabra mal connotada, la de la protección de los ciudadanos para que se expresen con libertad pero con responsabilidad frente a lo que debiéramos sentir como propio, el espacio público. Dueños de la calle que muchos ambicionan para la política sin que se termine de entender que en las democracias las personas se movilizan de manera autónoma. No son acarreadas para disputar poder por ese lugar común repetido como verdad, ganar la calle como manifestación de poder. Pero, también, es obligación de los gobernantes garantizar los derechos de la ciudadanía sin abandonarlos a su suerte.
Como imagino sucedió con todos los que nos inmovilizamos frente al televisor, a juzgar, también, por los comentarios televisivos, temí por accidentes por la irresponsabilidad de muchos colgados de las farolas y los semáforos, o la ira que pudiera desencadenar la frustración por la espera. Sin la información oficial necesaria para que los periodistas de la televisión no se manejaran por rumores. Por suerte, la salida de los helicópteros descomprimió la espera, pero desde la comodidad de mi sillón critiqué la falta de creatividad de aquellos que exhiben tanto dinero. ¿No podía la AFA y sus millones desplegar una bandera con la sencillez y la contundencia de la palabra GRACIAS, colgada de esos helicópteros en los que los agotados muchachos de la selección, sometidos al calor y a los amores que matan, sobrevolaron a la multitud? Para eso, lo único que hace falta es pensar en los otros y cumplir con la responsabilidad de los cargos.
El primer comunicado del presidente de la AFA, “Chiqui” Tapia, fue utilizar el “no nos dejaron”, culpar a las fuerzas de seguridad, salvando a Berni. Nunca la responsabilidad que también le cabe al frente de una de las instituciones en las que se confunde y funde con la selección. Ese deslindar las responsabilidades y la incapacidad de coordinación de las tres jurisdicciones para proteger a los que salieron a la calle no fue una novedad. Puso en evidencia, una vez más, las internas salvajes de las disputas políticas, sordos e indiferentes a esa lección de unión que nos dieron la calle y también la selección al protegernos de la utilización política, sin fotos desde la Rosada.
Con todo, Catar, que nos dio alegría a los argentinos, quedará también como el Mundial de la violación de los derechos humanos, tan planetarios como el fútbol, por la situación de las mujeres y los más de seis mil trabajadores muertos por haber trabajado como esclavos para construir los faraónicos estadios. Semejante poder que pone en pausa los males del mundo, sin embargo, se manifestó impotente para evitar que en Irán sean condenados a muerte los jóvenes que salieron a la calle para demandar derechos, entre ellos varios deportistas.
Finalmente, nosotros, que últimamente somos conocidos más por nuestras tragedias o vergüenzas y somos tan afectos a preguntarnos cómo nos ven. Bien nos haría leer los escritos que nos dedican las mejores plumas de España. Me quedo con el consejo de John Carlin, que bien nos conoce y quiere. Desde La Vanguardia de Barcelona, nos aconseja aprovechar la oportunidad del triunfo y su metáfora social para que ese ímpetu sirva para que dejemos de ser “el bobo en el mundo”.