Una barbacoa, una cabaña y doce amigos: Alejandro Mencía, el joven que desapareció entre silencios

Se llama Alejandro Mencía, tiene 33 años y desde hace dos no está. Desapareció sin dejar rastro el 23 de mayo de 2020. Aquella tarde, la última, pasaba el día con sus amigos -eran doce en total-. Un cumpleaños, una barbacoa, una casa de pastores y mucho monte. El grupo rompía con las restricciones impuestas por la pandemia y la alerta sanitaria en la Cabaña del Teju, cerca de Hermandad de Campoo de Suso (Cantabria).

Calimocho, charlas y confidencias. Un pelea, ficticia, simulacro de Kick Boxing entre dos. Alejandro era uno de ellos. Risas, carcajadas. Ambos se habían manchado en su interpretación. Fueron al río a limpiarse. No había cauce suficiente, “voy a ver más arriba”, le avisó el amigo. Álex no subió. Se separaron… y a la cabaña volvió solo uno: Alejandro, desapareció.

La búsqueda arrancó tenue, aunque ya de madrugada se intensificó. Drones, perros y agentes peinaron la zona. Casi tres años después, el silencio y el misterio se imponen en la investigación. “No sabemos nada”, lamenta Mercedes, su madre. “Es muy duro vivir así”. Junto a su marido, José Ramón, esperan noticias, no llegan. Luchan contra la incertidumbre y contra el olvido, “necesitamos encontrarlo, que lo encuentren; necesitamos saber qué pasó”.

Alejandro Mencía en fotos de su galería personal. | CASO ABIERTO

Madrugada del 24 de mayo. “¿Alejandro está ahí?”, pregunta al tío de Alejandro uno de los amigos que había estado con él horas antes. Eran la 01:30 horas. Acaba de activarse la alerta de forma oficial. “No, aquí no está”, respondió el hombre. Su tío, con quién vivía, se quedo impactado. Al parecer, el grupo llevaba horas “buscando” a Alejandro. Fue de inmediato a la Guardia Civil: su sobrino había desaparecido en el monte después de comer.

Ocho horas después de que se le perdiera el rastro, alguien entró en el Whatsapp de Alejandro

“Varón, 31 años, vecino de Soto (Campoo de Suso). Se llama Alejandro Mencía. Mide 1.75 metros. Complexión normal. Ha pasado el día con unos amigos en la cabaña del Teju. Han caminado hasta el río dos de ellos. Regresa solo uno. Le han buscado por la zona, durante varias horas. Alejandro no está“. El agente recogió los primeros datos. No lleva teléfono, lo dejó en la cabaña. Tampoco documentación.

“Ahí arrancó el dispositivo de búsqueda”, retrocede José Ramón. “Y a partir de ahí, estuvieron buscándolo durante varios días con voluntarios. Llevaron drones con cámaras térmicas. Volvieron con perros para buscar, posiblemente, personas fallecidas. Luego mandaron ya a otro tipo de perros de la Guardia Civil para buscar indicios, pistas…”.

Se sumarían helicópteros, voluntarios, agentes del Grupos de Rescate Especial de Intervención en Montaña (GREIM) de la Guardia Civil, Protección Civil y familiares.

Kick Boxing

Llevan casi tres años intentando reconstruir sus pasos. Empiezan por el principio: mañana del 23 de mayo. Un amigo recoge en su coche a Alejandro. Atrás queda el estricto confinamiento, se permiten las reuniones -con condiciones-, los encuentros. Un total de 12 personas de entre 25 y 32 años se juntan en la citada cabaña. Comen, beben y se divierten. Los asistentes inmortalizan el encuentro con fotos y algunos vídeos que comparten en un grupo de whatsapp, ‘La Barbacoa’, creado para la ocasión. En el último que se graba, dos chicos de la cuadrilla aparecen simulando una pelea de Kick Boxing. Caen. Se revuelcan y se manchan la ropa, se lanzan barro, tierra y lo que pillan en el suelo.

Acabado el combate, se miran y, según los testimonios que recogería la Guardia Civil después, deciden ir a limpiarse al río, a un kilómetro de la cabaña donde están. Este baja con poco caudal (según vecinos de la zona, solo lleva agua en enero). Uno de ellos, el amigo de Alejandro, decide subir para ver si hay más agua en otro punto. Alejandro, según declararía este amigo después, no lo hace. No volvió a verlo más.

Alejandro Mencía desapareció el 23 de mayo de 2020. | CASO ABIERTO

Sus botas, en dirección opuesta

Su amigo regresa, Alejandro no. “¿Y Alejandro?”, preguntarían algunos. “Lo dejé atrás”. Sin móvil, lo entregarían sus amigos después, el joven desaparece con unos pantalones de chándal de color negro y las botas, únicamente. “Es extraño que decida marcharse por voluntad propia así”, cuestionó la familia.

La Guardia Civil, los servicios de emergencia, enfocaron el arranque de la búsqueda como un accidente, posible desorientación; se centraron en el tramo descrito: de la cabaña al río, y al revés. Un día después, se amplió el operativo. Aparecieron sus botas, en un punto opuesto, al otro lado de la cabaña. El hallazgo supuso un giro, aparecieron, además, reventadas por el talón.

“Las botas que llevaba eran de su abuelo. Así que cuando aparecieron no había duda de que eran de él”, recuerda Merche. “Que estuvieran rotas era importante. Decían que podía haber sido una caída o cualquier otra cosa… aunque no aportaron ningún tipo de pista, por lo que sabemos”, lamenta Juan Ramón. “Si habían aparecido sus botas, lo lógico es que también lo hiciera su cuerpo”. No apareció.

Una huella: un pie descalzo

Sin ropa, descalzo y sin documentación. La Guardia Civil continuó ampliando el radio de búsqueda: se rastrearon 1.500 hectáreas. Se sumaron 100 vehículos todoterreno, motos, quads. Se cambió la trayectoria, viró en dirección al lugar donde aparecieron las botas. La misma que Alejandro, en caso de deambular, habría podido llevar. Hallaron una pisada, una huella de un pie descalzo en la zona de Las Sernas, en el barranco de Argüeso, a casi 4 kilómetros de la cabaña de donde salió por última vez.

“Los agentes fueron a casa de mi hermano -donde vivía Alejandro- para pedir el calzado que él usaba normalmente, para cotejar la huella”, reconstruye su padre. “Cogieron objetos para tomar el ADN. Después, ya no sabemos nada más”, lamenta, “supongo que no sería de él”.

Whatsapp: 8 horas después

Sin avances, sin indicios, sin noticias. Se miraron simas, matorrales. No había nada más. Sobre la mesa varias hipótesis: accidente, marcha voluntaria, desorientación, acción criminal. La Guardia Civil volvió al punto de inicio. Se tomó declaración a sus amigos. Nada nuevo: una pelea simulada, manchas en la ropa y el río.

“Al parecer se levantó niebla, se puso mal día”, intenta entender su madre. “Buscaron primero ellos, luego fueron a preguntar a su casa. No estaba ni en casa ni en la cabaña”, lamenta. Las piezas no encajan.

Según la reconstrucción, Alejandro desapareció entre las 17:00 y las 20:00 horas. Su familia se entera a las 1:30 horas, y recuperó su teléfono a las 5:00 de la madrugada del ya 24 de mayo. Descubrieron que alguien había entrado en su Whatsapp a las 4:27 horas (ocho horas después de desaparecer). Hermetismo, se instaló el silencio. La versión ya contada. Sus amigos, muchos no han participado en las batidas, no han vuelto a decir más.Unos huesos

“No sé si se enfadó con su amigo y se fue solo, no sé si se despistó…”, la cabeza de Merche no se detiene, “solo sé que mi hijo desapareció”. El silencio se hizo una constante. Dos sustos, dos fogonazos, lo irrumpieron. Solo dos. “Nos llamaron dos veces, que habían aparecido restos óseos que podían ser humanos”, describe. En la misma zona, en kilómetros próximos. “Se nos pusieron los pelos de punta. A uno le dicen que han encontrado restos… pues imagínate”. Criminalística descartaría que se tratara de huesos humanos y que pertenecieran a Alejandro. “Eran huesos de potro. Recuerdo que se acordonó la zona, llegó la Científica… pero no, nada que ver”.

Tres años sin respuestas: “solo queremos encontrar a Alejandro, saber qué pasó”. | CASO ABIERTO

Instalados en Bilbao, Merche, José Ramón, intentan esquivar el dolor y la pena, “es difícil, son tres años con un hijo desaparecido”, se rompe Merche, que intenta recomponerse al recordar los momentos compartidos. Habla del colegio, del instituto, de cuando Alejandro se apuntó a “futbito” sin avisar. Reservado, pero sociable; divertido, sonriente, feliz, “no tenía problemas con nadie, nunca los tuvo”. Amante del deporte, del Barça. De la vida tranquila, las cartas, la cuadrilla y el futbolín. No quieren juzgar, nunca lo han hecho. “Nosotros no podemos sospechar nada ni para bien ni para mal”. Solo quieren respuestas, descansar.

 

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