Un susto de muerte

Son las tres de la tarde. El pavimento hierve. La mujer cruza la calle con la velocidad de quien camina descalzo sobre la arena un día tórrido de enero. En los ojos se le advierte desesperación por beber algo helado. Pensaba usar la tarde para pasear por la ciudad, pero prefirió entrar a un bar a disfrutar del aire acondicionado después de un par de semanas laborales que casi la matan. Ni las noticias había tenido tiempo de leer.

No iba a hacerle falta. Un hombre y una mujer sentados a una mesa casi pegada a la suya comentan con agitación pormenores políticos. Empiezan a asustarla. “No daba para más. Se terminó. La gente está harta. ¿Cómo te vas a bancar a alguien a quien no le responden ni los suyos?”, pregunta el hombre. “Fijate cómo lo traicionó la tipa: después de hacerle la gamba para que llegara al poder, le soltó la mano, justo cuando más la necesitaba. Lo acompañó a la puerta del cementerio. Se dice así, ¿no?”, quiere confirmar la mujer. “Él tampoco es inocente: usar la cadena nacional para eso… ¿Y los diputados? ¡Cómo se enfrentaron!. Me dio mucha risa el ministro que apoya todos los chanchullos del gobierno y, cuando ve la trifulca en el Congreso, se escapa por detrás de un cortinado”, rememora el hombre. “Por suerte, nadie salió a hacer una pueblada, a romper todo, como habían alardeado”, se relaja su interlocutora.

A nuestra amiga workaholic empieza a entrarle un susto de muerte. Ni el agua helada que le había servido el mozo ni el aire a 20 grados del bar logran devolverle el alma al cuerpo. Transpira más que en la vereda, hasta que uno de los vecinos gritones de la mesa de al lado la rescata del infierno con una frase: “Pobres los peruanos”. Eran ellos los hartos del ahora destituido presidente Pedro Castillo, a quien no le respondía ni siquiera la presidenta del Consejo de Ministros, que le renunció en la cara después de haberlo ayudado a armar el discurso público que pronunció para disolver el Congreso. Varios ministros que hasta allí lo acompañaban se le despegaron por Twitter a la velocidad de la luz. Y no hubo desmanes.

En casa estamos bien. Apenas una vicepresidenta condenada, un presidente que usa la cadena haciéndose eco de filtraciones de chats no judicializados, una Justicia vapuleada, diputados a los gritos y un ministro de Economía que va a celebrar, pero termina huyendo del Congreso en medio de una batahola inesperada. Lo bueno es que tampoco hubo gresca en las calles. Todo tranqui: ya llegamos a semifinales.

 

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