No era solo una cuestión de que la elección se hubiese comprado mediante sobornos. No se trataba únicamente del desprecio del régimen qatarí por los derechos humanos. Tampoco se ceñía al desprecio medioambiental y al derroche económico que iba a suponer construir siete estadios de la nada y poner a punto Doha y alrededores para la celebración del Mundial.
Además de todo eso, que bastaba y sobraba para llevarse las manos a la cabeza por la celebración del torneo en Qatar, existía otra preocupación latente. En una época en la que los grandes eventos futbolísticos se reparten en hasta tres países distintos (ahí está el próximo Mundial de EEUU, Canadá y México y la candidatura para 2030 de España, Portugal y Ucrania), todo la competición se concentraba esta vez en una misma área metropolitana.
Y eso no solo es un problema a nivel logístico, sino también en cuanto a las aficiones. No es lo mismo tener a 32 aficiones repartidas en distintas ciudades de un mismo país o de varios que tenerlas concentradas en una ciudad que en condiciones normales alberga algo menos de dos millones de habitantes. El temor, en fin, es que la concentración de aficionados al fútbol llegados desde distintos puntos del planeta derivara en un riesgo para la seguridad de los mismos y de los residentes en Doha.
Sin altercados
Sin embargo, a falta de una semana para que termine el Mundial, el balance en ese aspecto no puede ser más positivo. No es que haya habido poca violencia en las calles. Es que no ha habido ninguna, más allá de alguna pequeña pelea que se haya podido producir. No ha trascendido ni un solo enfrentamiento entre aficiones de diferentes selecciones ni en los alrededores de los estadios ni en calles de Doha.
¿Por qué? Hay más de un motivo, pero el principal radica en que los grupos de ultras que habitualmente acompañan a algunas selecciones . “¿Por qué no ha ido nadie? Porque nadie quiere acabar en una cárcel qatarí. En Europa, sabes que si la lías puedes pasar alguna noche en un calabozo y lo asumes. Pero ahí a saber qué te hacer. Nadie se fiaba”, explica, bajo condición de anonimato, un aficionado perteneciente a un grupo radical de un club español.
Efecto coercitivo
“Un Mundial de fútbol como el de Qatar tiene un efecto coercitivo tanto para la expresión de la libertad de derechos legitimados en Occidente, tales como el de la igualdad de género o la libertad sexual, como para la propia oportunidad del vandalismo que suele rodear al fútbol en otros eventos similares”, analiza David Moscoso, catedrático de Sociología del Deporte de la Universidad de Córdoba.
Algo similar pasó hace cuatro años en el Mundial de Rusia, un país cuyas virtudes democráticas son también cuestionables y que no duda en sacar al ejército a la calle para prevenir los altercados. Distinta fue, en 2016, la Eurocopa de Francia, con graves altercados en ciudades como Lens y, principalmente, Marsella.
“No hemos de perder de vista que el primer hándicap con el que se podía encontrar el ‘hooliganismo’ en Qatar es la existencia de unos mecanismos de represión social que podrían llevar a la cárcel a quien los provoque o participe de ellos, sin la más mínima garantía de derechos, ni los mecanismos de defensa que existen en buena parte de los países europeos”, profundiza Moscoso.
Qatar, en ese sentido, también ha sido previsora, desplegando un dispositivo de agentes de seguridad y policías absolutamente desproporcionado. La cantidad de furgonetas blindadas de unidades antidisturbios que se ha podido ver en algunos partidos superaba con creces cualquier despliegue policial que se pueda ver en un partido en España, sea de alto riesgo o no. Una desproporción más del Mundial, útil en este caso.
Esta es solo una pequeña parte de los empleados de seguridad que hay en cada estadio del Mundial. Esperan el autobús para irse a sus casas. pic.twitter.com/7oKIb9I3D7
— Sergio R. Viñas (@sergiorovi) 9 de diciembre de 2022
El coste que acarreaba este Mundial, tanto en el desplazamiento como en los pernoctaciones, también ayuda a comprender la ausencia de ultras. Como explica el sociólogo, “los ‘hooligans’, en la mayor parte de los casos, proceden de clases sociales bajas” lo que convierte el viaje en inaccesible para muchos de ellos. En general, la presencia de aficionados europeos ha sido escasa en todo el Mundial. Abundaban los argentinos, pero sin ‘barras bravas’ entre ellos.
El papel del alcohol
Por último, la dificultad para consumir alcohol también contribuye a la práctica inexistencia de altercados violentos. En Qatar se puede beber cerveza y lo que uno desee, pero siempre a precios elevados y en espacios cerrados o apartados, nunca a pie de calle y no digamos en parques o plazas. También se puede comprar para consumo propio, pero mediante citas previas en puntos de venta muy concretos y presentando ciertos requisitos. Y, de nuevo, a un alto precio.
“La dificultad para acceder al alcohol como práctica común entre los grupos de ‘hooligans’ debe haber tenido un efecto de cohibición por parte de estos para viajar a Qatar”, resume el experto. Todo ello ha derivado en un Mundial en paz entre aficiones. Un punto positivo para la dictadura qatarí entre tantos y tan clamorosos negativos.