Ataviado con una camiseta argentina de menos de tres euros, Shafeeq Saqafi es uno de los 15.000 trabajadores inmigrantes de Catar en un estadio situado en un barrio remoto de Doha, la capital del emirato, para ver el sábado el segundo partido del equipo de Lionel Messi en el Mundial.
Al lado de un centro comercial y salas de cine en un complejo de entretenimiento destinado a los inmigrantes procedentes del sur de Asia bautizado “Asian Town”, este terreno suele albergar partidos de cricket.
La Copa del Mundo de fútbol atrae a un número inédito de trabajadores, entre los más pobres del país del Golfo, que viven en viviendas cercanas, lejos del fastuoso centro de Doha.
Esta zona de aficionados, donde un DJ entretiene a la multitud masculina con canciones pop hindi y videos de Bollywood, es lo que les acerca más al Mundial, sobre todo después de que apenas pudieran comprar algunas de las miles de entradas de los partidos vendidas por 40 riales cataríes (10 euros, 10,4 dólares).
Mientras que asisten a la victoria de Argentina sobre México por 2-0, Saqafi y sus amigos hinchas de la selección sudamericana no se dan cuenta de que los medios europeos sospechan que pueden tratarse de “falsos aficionados” pagados por Catar.
En cambio, admiten haber comprado camisetas falsificadas, ya que no se pueden permitir gastar 90 euros (90,7 dólares) por una original.
– “A bajo costo” –
“No podía permitirme que me imprimieran un nombre en la espalda, pero esta camiseta era algo que realmente quería”, explica Saqafi, de 32 años, que gana poco más de 400 euros (416 dólares) al mes en la hostelería y envía más de la mitad a su familia en Bangladés.
“Es muy duro en Catar, el trabajo es duro. Pero, mi salario ha mejorado y no voy a volver a casa”, cuenta Yaseen Gul, quien ha trabajado durante diez años en una empresa de electricidad y ha llegado al estadio “para divertirse a bajo costo”.
En Catar, una taza de té cuesta menos de un euro. Todavía es demasiado para algunos, pero “no hay presión para comprar cualquier cosa, así que estoy agradecido”, comenta Shaqeel Mahmoud.
Obligado a abandonar el lugar antes del silbato final para ir a trabajar, este bangladesí no podía permitirse adquirir entradas para el partido.
Saqafi, Gul y Mahmoud se encuentran entre los 2,5 millones de trabajadores extranjeros que han cimentado el milagro económico de Catar, bombeando petróleo y gas, construyendo los estadios e infraestructuras de la Copa del Mundo y haciendo funcionar las decenas de hoteles que han abierto en los últimos cinco años.
Las oenegés afirman que estos trabajadores sufren abusos masivos. Catar, por su parte, señala que ha aprobado un salario mínimo de unos 265 euros (275 dólares), mejorado las normas de seguridad, reducido las horas de trabajo durante los periodos de mucho calor estival y establecido un sistema de compensación de los salarios no pagados.
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