Sylvester Stallone. “Naciste sin mucho cerebro, así que más te vale empezar a usar tu cuerpo”, le dijo su padre

Es difícil imaginar que quien está por aparecer en el cuadradito del Zoom es el mismísimo Sylvester Stallone. No es Rocky, pidiendo que le corten el párpado o recibiendo una paliza de Iván Drago en Moscú, frente a Gorbachov y el resto del Politburó; no es Rambo, cabalgando en cueros junto a Muyahidines en Afganistán; tampoco Halcón, ganando pulseadas con la gorrita girada hacia atrás. Es solamente Stallone, que se acaba de conectar, de impecable traje oscuro, barbita candado y cara de aprovéchenme porque son unas pocas preguntas y me voy. Lo que la superestrella de Hollywood está presentando es Tulsa King, la serie que estrenó a fines de diciembre Paramount+ en la que interpreta a un mafioso queriendo construir un imperio criminal en una de las ciudades más olvidadas de los Estados Unidos.

Sylvester Stallone como Dwight Manfredi en Tulsa King. (Brian Douglas/)

Los críticos más malvados podrán decir que Tulsa King tiene un poco de autobiografía del propio Stallone. No por lo mafioso, sino por los dilemas que Sly carga en el lomo desde que Hollywood lo abrazó como peleador callejero y eterno boina verde. Esto es: una bestia monumental de taquilla –con un CV forjado a balazos– y, a la vez, un actor invisible para los amantes de un tipo de cine en el que no ponderan positivamente los rifles Kalashnikov AK-12 ni las matanzas a gran escala (porque Rambo se agenció un par en varias aldeas, desiertos y junglas enemigas).

Según un estudio realizado por un científico político de la Universidad de Ohio (un rambomaníaco de nombre John Mueller), que publicó recientemente el diario Los Ángeles Times, Rambo mató en sus primeras cuatro películas a 220 almas. La mayor parte de los disparos (129) los hizo con la remera puesta; los otros 91 fueron con el torso desnudo (no es un dato menor porque uno siempre se acuerda de Rambo con la metralleta y los músculos al viento).

Sylvester Stallone es Dwight Manfredi, un gángster que pasó 25 años en la cárcel y a su salida es desterrado a Tulsa, Oklahoma, por su familia mafiosa. (Brian Douglas/)

En Tulsa King, Stallone también enfrenta la pregunta de cómo va a terminar su carrera (criminal, en este caso). Dwight El General Manfredi, su personaje, acaba de cumplir una condena de 25 años en la cárcel y sus patrones lo envían a Tulsa para recompensarlo –¿o exiliarlo?– por no haber delatado a nadie en ese tiempo tras las rejas. Básicamente, lo mandan a freezar para asegurarse de que siga con la boca cerrada.

Pero Manfredi no tiene en mente una jubilación anticipada y se dedica a construir su pequeño imperio de maldades en el polvo de Oklahoma.

Claramente, El General no desembarcó bajo los neones de Nueva York, sino en una de las ciudades de escala media más peligrosas de EE.UU. –según se desprende de un informe del Programa Uniform Crime Reporting del FBI para el período 2015/2019–, con una tasa de delitos contra la propiedad que duplica la media nacional (es la segunda ciudad con más robos de los Estados Unidos). Si uno busca a Tulsa en Google, la encontrará en rankings del estilo Diez ciudades en las que nunca se te ocurriría vivir.

La despedida de Sylvester Stallone a Pelé (Instagram: @officialslystallone/)

Más: Tulsa es la segunda urbe más grande de Oklahoma, cuna del western country (un subgénero de la música country) y punto de partida de la mítica Ruta 66. En su historial carga con el peor incidente de violencia racial en la historia de Estados Unidos. Fue el asesinato de afroamericanos a manos de la Guardia Nacional, en 1921, en lo que se denominó la Masacre de Black Wall Street.

La elección de Tulsa para la serie es central, porque abandona los escenarios tradicionales de las películas de mafiosos (Nueva York, Los Ángeles) para tirarse de cabeza en el centro conservador del país, el llamado Bible Belt –Cinturón de la Biblia–, en donde reina el protestantismo evangélico y una férrea moral religiosa.

“Me enviaron a Tulsa como diciéndome ‘¡No vuelvas! ¡Esperamos que te mueras!’”, comenta el propio Stallone sobre el guion de la serie. Su voz en el Zoom suena cerrada, difícil de entender. Tampoco se espera que sea locuaz (¿cuántas palabras decían John Rumbo y Rocky Balboa en sus mejores días?), aunque Stallone tiene fama de ser una de las superestrellas que más charla dan en las entrevistas.

Sylvester Stallone y Dolph Lundgren en Rocky IV

“La idea de los creadores de la serie fue hacer un experimento para transmitir lo que sucede cuando el Este se encuentra con el Oeste (East meets West), poder contar a ese 90 por ciento de América que vive en el centro del país. Y la verdad es que no sabemos mucho acerca de ese 90 por ciento”, describe.

El actor explica que sacar a un gánster de Nueva York y trasladarlo a Tulsa vendría a ser como tirarlo en “una selva amazónica”. “Esa es la parte más interesante de este programa: me dejan caer en un sótano muy seco, en donde la gente se ve diferente, habla diferente y me mira con cara de ‘qué demonios le pasa a este tipo con anteojos de sol y traje de seda’; y yo los miro como tontos y pienso ‘oh, voy a hacer una fortuna aquí’, pero al final terminan convirtiéndose en mis amigos”, cuenta.

Tal vez el mérito de los productores de esta serie sea haber corrido a Stallone de sus papeles más habituales (como “un pez fuera del agua”, ilustra el propio actor). Es decir, en Tulsa King sigue habiendo balas para repartir entre los malos, pero El General tiene un par de dobladillos.

“Imagina a Sylvester Stallone, tienes que hacerlo, piensa en un ‘Rambo urbano’. Ahora imagina a ese Rambo en Tulsa. No importa el recorte que hagas, siempre estás identificado con ciertos papeles, para bien o para mal. Y esto es lo que hicieron conmigo, me sacaron de un lugar y me pusieron en otro totalmente inconfortable. Y tuve dos opciones: fracasar o abrazar a todo el mundo”, dice.

Para componer al personaje, Stallone afirma “haber recurrido al corazón”. “Tenés a un hombre que está en prisión; puede salir más malo o más sabio. Y él sale realmente filosófico, porque se da cuenta de que la vida ha sido un desperdicio, horrible”, expresa.

Y se pone profundo en este punto: “Todo esto trae una lección de humanidad, sin eso tienes a un montón de matones corriendo y a un tipo pegándole a gente. Creo que es limitado, porque ahí no hay corazón. La clave es pensar lo que Adrian fue a Rocky: sin Adrian no hay Rocky, fin de la historia”, analiza.

“Sin Adrian no hay Rocky, fin de la historia”, asegura Stallone (United Artist via AP/)

En su búsqueda por encontrar al mafioso que quería ser, Stallone buceó en papeles como los de Al Pacino y el gran James Gandolfini –Los Sopranos–, tal vez el hampón mejor logrado de todos los tiempos. Pero en algo se puso firme el Semental italiano: no quiso ser como ellos, no buscó imitar a Pacino ni a Gandolfini, sino encontrar un camino personal. “Tomás todo de ellos pero tratás de hacer algo diferente, porque la parte más difícil de la actuación es ser uno mismo. Es realmente difícil y lo he visto en los mejores: se ponen frente a la cámara y son increíbles; cuando salen de la cámara desaparecen, porque no se sienten conformes con ellos mismos. Yo intento llevar mi propia sensibilidad al personaje”, advierte.

“El Orson Welles de los estúpidos”, lo llamó alguna vez la célebre crítica de cine Pauline Kael, pese a que el film Rocky (que escribió y protagonizó) venía de ganar tres Oscar y recaudar 117 millones de dólares; pese a que la saga de las cinco Rambo generó ingresos por 800 millones de dólares y que el exboina verde (John Rambo), con su vincha, su cuchillo de mango grueso y sus recuerdos traumáticos de Vietnam, fue el ícono retorcido de una generación.

Muchos años antes, cuando era chico, su padre ya le había dado su apoyo incondicional con el besito de las buenas noches: “Naciste sin mucho cerebro, así que más te vale empezar a usar tu cuerpo…”.

Sylvester Stallone en su estudio.
(Gentileza Galerie Gmurzynska/)

Así y todo (porque el consejo de hacer fierros no era tan malo), le fue bastante bien. Tiene una filmografía de más de 60 películas, rodadas entre 1969 y 2022 –entre ellas una erótica que siempre le recuerdan, Fiesta en Casa de Kitty y Stud, de los tiempos en que tuvo que vender a su perro Butkus para pagar el alquiler. Actualmente, a sus 76 años, Stallone acumula uno de los mayores patrimonios de Hollywood (400 millones de dólares) y una fortuna invertida en cirugías estéticas, obras de arte, autos deportivos, mansiones y relojes, su gran fetiche.

Lo último que se supo de él en la prensa del corazón fue que estaba por divorciarse de Jennifer Flavin, su esposa durante casi 30 años, con quien tiene tres hijas. De hecho, el tabloide inglés Daily Mirror le sacó una foto cuando se estaba tatuando la cara de su viejo perro Butkus (actuó en Rocky III) justo encima de la imagen que tenía de Flavin en el hombro derecho.

Stallone en una escena de Rambo III. “Me centré en hombres en lucha contra el sistema. Y cuando me he apartado, me he equivocado”

Sin embargo, a principios de septiembre pasado, Stallone y su mujer fueron vistos en una salida romántica tratando de arreglar las cosas. Y el actor anunció por medio de su representante que el divorcio había sido anulado. En su Instagram, que tiene 15,6 millones de seguidores, se lo puede ver subiendo historias con sus hijas o paseando al perro (no al que se tatuó encima de su mujer, sino uno nuevo).

En un reportaje publicado por el diario español El País durante el Festival de Cannes de 2019, que Stallone visitó para presentar un avance de Rambo V, Sly dejó un par de frases memorables: “Yo conozco mis límites como actor. Sé qué cosas hago mejor, y por eso protagonicé Rambo y no Tootsie. Me centré en hombres en lucha contra el sistema. Y cuando me he apartado, me he equivocado”, confesó entonces. “Los fracasos te hacen más listo. Y el éxito, más tonto”, definió. Quizás sea por eso que lo mandaron a Tulsa.

 

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