El cine y la TV suelen utilizar a las sesiones de terapia como terreno fértil para crear historias tanto cómicas como dramáticas. Los secretos revelados, los viejos traumas revisitados y ese especial vínculo de confianza intramuros que en el exterior se esfuerzan por mantenerse como perfectos desconocidos, resulta inspirador para muchos creadores en busca de bucear en las profundidades de la psiquis y el alma de sus personajes. De sus múltiples apariciones en las películas de Woody Allen a ficciones como Analízame, Vulnerables, Los Soprano y En terapia, y tantas otras más, el trabajo psicoanalítico muchas veces funciona como el conductor ideal para narrar las complicaciones que supone ser humano. Y en general esos relatos conectan con los espectadores, no importa si tienen experiencias personales con el análisis o no. Es que algo de ese vínculo entre paciente y terapeuta parece ser el catalizador ideal para hacer avanzar la historia, para presentar con profundidad a dos personajes que parecen estar en los dos extremos del espectro de la salud mental y, sin embargo, están más cerca de lo que aparentan en un principio.
Algo de esa idea se insinúa en El paciente, la nueva miniserie ya disponible en Star+, que lleva al vínculo entre terapeuta y paciente a unos lugares tan profundos como perturbadores. Y lo hace con una dosis de humor negro que los guiones dosifican con maestría. Apenas una de las muchas razones por las que se trata de una de las ficciones más recomendables de los últimos tiempos.
De los creadores de The Americans. Para los espectadores de series, el hecho de que Joel Fields y Joseph Weisberg sean los productores y guionistas de El paciente resulta motivo suficiente para comenzar a verla. Claro que si los fanáticos de aquella ficción sobre los espías soviéticos que interpretaban Keri Russell y Matthew Rhys esperan ver una historia similar, lo cierto es no la van a encontrar. Es que aunque algo del estilo de escritura pleno de matices permanece, aquí lo que se cuenta es otra cosa. No hay asuntos de política exterior ni cuestionamientos sobre el mapa geopolítico mundial, pero sí dos personajes centrales al borde de la implosión nuclear. De un lado aparece un terapeuta atravesando un desgarrador duelo y del otro su paciente, un asesino serial que decide secuestrarlo para continuar en sus términos con el tratamiento que comenzaron en el consultorio y que no consiguió ayudarlo a calmar su compulsión por matar.
Steve Carell, un actor todo terreno
Steve Carell. Muchos espectadores siempre identificarán a Carell con Michael Scott, el torpe y ridículo jefe de la papelera Dunder Mifflin que interpretaba en la versión norteamericana de The Office. Otros pensarán en él como el tierno protagonista de Vírgen a los 40, la película de Judd Apatow que lo convirtió en una estrella. Aunque los comienzos del actor fueron en la comedia, lo cierto es que ya hace tiempo probó que también se siente cómodo en el drama como cuando tomó el papel de John du Pont, el desequilibrado millonario que interpretó en el film Foxcatcher por el que fue nominado al Oscar como mejor actor en 2015. Por eso, no sorprende su solidez en El paciente, donde encarna al terapeuta Alan Strauss, un viudo reciente con hijos adultos cuya rutina se divide entre trabajar en su consultorio y rememorar instancias de su vida familiar quebrada por la decisión de su hijo de adoptar las enseñanzas del judaísmo ortodoxo. Entre escenas de pesar y la cotidianeidad de su personaje, el actor logra presentarlo como un profesional atento, experto en tratar pacientes difíciles y en transitar con sabiduría la melancolía y la tristeza propia y ajena. El talento para la comedia del actor también se pone en juego cada vez que el absurdo de la situación en la que se encuentra deja un resquicio para que se cuele la necesaria pizca de humor.
Domhnall Gleeson en El paciente
Domhnall Gleeson. Que durante las primeras apariciones de Sam, el asesino serial en busca de su empatía perdida, sus ojos queden ocultos detrás de unos anteojos oscuros, funciona como una metáfora de lo que el personaje no se anima a revelar hasta que tiene a su terapeuta encadenado en el sótano de su casa. Una vez allí, sus ojos celestes casi transparentes contribuyen a moldearlo como un personaje terrorífico en su frialdad no solo para cometer asesinatos, sino también para encarar el tratamiento que busca que solucione su pulsión criminal. Gleeson, conocido por su papel protagónico en la tierna comedia dramática Cuestión de tiempo, deja de lado su acento irlandés para encarnar al norteamericano Sam, un treintañero que vive con su madre, trabaja como inspector de sanidad para su ciudad y es fanático del músico country Kenny Chesney. Y que, cada tanto, no logra controlar su furia y mata a ciertas personas que, según él, no merecen seguir con vida. El actor, hijo del gran Brendan Gleeson (En Brujas, Harry Potter y muchas otras más), va construyendo a su personaje con paciencia, desplegando primero su vulnerabilidad a través del relato de los maltratos sufridos en la infancia para luego empezar a mostrar su gusto por asumir el papel de maltratador en la adultez. A medida que avanza la trama, sus largos silencios y miradas fijas anticipan el horror que está siempre a punto de ocurrir cuando él está presente.
El paciente
El género. Del mismo modo en que The Americans era al mismo tiempo una historia de espías y un fascinante retrato de un matrimonio en permanente crisis, El paciente es un drama de suspenso, una historia de asesinatos y una exploración de los lazos familiares. El vínculo de Alan y Sam se presenta como un tenso drama psicológico que transcurre en el contexto de un thriller repleto de momentos que tienen al espectador al borde de la silla y de sorpresivos giros emocionales tan inteligentemente construidos que impactan hasta al más avezado espectador. De puesta en escena claustrofóbica, recién en el cuarto episodio se ve a Sam fuera del sótano y circulando por el mundo, el ritmo de la narración va de lo pausado a lo frenético con una naturalidad que apenas un puñado de ficciones televisivas logra alcanzar.
El paciente explora los límites del vínculo terapéutico
La duración. Una de las objeciones más habituales de quienes no suelen consumir series es que el compromiso de comenzar a ver una ficción de al menos diez episodios de una hora de duración y con potenciales nuevas temporadas resulta excesivo. Por eso, también a ese respecto El paciente resulta una propuesta particularmente tentadora. Sus siete primeros episodios no superan la media hora de duración e incluso el octavo capítulo dura solo 45 minutos. No hay escenas de relleno ni secuencias que inflen innecesariamente el relato, que de todos modos se toma su tiempo para desarrollar la narrativa. El detalle de los rituales de Sam y Alan, juntos y por separado, se muestran con tanta minuciosidad como la que se aplica a transitar sus conflictos internos y a temáticas tan espinosas como el maltrato infantil, los extremismos religiosos y el poder de la fe. Que todo eso ocurra en a veces en poco más de veinte minutos vuelve a confirmar la habilidad de los creadores de esta miniserie con la que sí vale la pena comprometerse.