El pavo no es mi comida favorita, pero si hay un plato que me fascina en el Día de Acción de Gracias, es el puré de papas que hace mi mamá. El secreto de la receta para que sea tan deliciosa está en que usa crema de leche y queso crema. Para ser sinceros, desde que arranca noviembre ya lo estoy esperando y siempre preparo bastante para que las sobras duren por lo menos una semana. Y es que este simple plato que se sirve en la mesa desde que soy chica, es mi cuota de alegría anual. Cada bocado me transporta a diferentes momentos y etapas de mi vida.
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¿Cómo y por qué ciertos alimentos nos dan tanto placer? ¿Y qué se puede decir sobre el tipo de alimentos que consideramos más reconfortantes? Para responder a estas preguntas, consulté con un científico nutricional, con un psicólogo que estudia cómo nuestros cerebros procesan la información sensorial y con un psiquiatra nutricional para ampliar aún más la información. En base a todo ello, aprendí que el sabor y el contenido nutricional inciden en nuestros sentimientos, pero gran parte de la felicidad que nos genera proviene de los recuerdos y experiencias pasadas.
Nuestro cerebro nos recompensa más por algunos alimentos que por otros
“Dado que el alimento es esencial para nuestra supervivencia, nuestros cerebros nos recompensan luego de una ingesta de comida mediante la liberación de una sustancia química conocida como opioides que nos hacen sentir bien”, comentó Paul Breslin, científico nutricional de la Universidad de Rutgers y el Centro de Sentidos Químicos Monell. Pero, toda persona devota de la torta de manzana, por ejemplo, sabe que degustar cosas dulces puede hacernos sentir particularmente bien, como también cuando se consumen carbohidratos ya que aumenta el nivel de serotonina del cerebro, sustancia química que mejora nuestro estado de ánimo.
“Después de comer estos alimentos, nos sentimos tranquilos y felices”, dijo la Dra. Uma Naidoo, chef profesional y psiquiatra nutricional del Hospital General de Massachusetts y la Escuela de Medicina de Harvard, y autora de “This Is Your Brain on Food”. “Algunas personas disfrutan de las golosinas más que otras: un estudio encontró que las que tienen el paladar más sensible por los dulces, que pueden detectar sabores dulces en concentraciones más bajas que otras y que a menudo son “golosas”, tienen respuestas de recompensa cerebral más fuertes a los alimentos azucarados que las personas que son menos dulceras”, agregó la especialista.
La compañía pasada y presente da forma a los alimentos que nos reconfortan
“Existen ciertos alimentos que brindan satisfacción emocional por razones que no tienen nada que ver con su sabor ni con el contenido nutricional. En términos generales, cada cultura tiene distintos tipos de alimentos reconfortantes”, explicó Charles Spence, psicólogo experimental de la Universidad de Oxford que estudia la percepción humana. Para la sociedad estadounidense, el pimiento y la sopa de tomate suelen ser sus alimentos predilectos, sin embargo, no son ni dulces ni tampoco tienen alto contenido de carbohidratos.
Muchas veces nos atraen los alimentos que comíamos cuando éramos chicos y que nos daban las personas que nos cuidaban (shutterstock/)
“Por lo general amamos la comida porque nos trae buenos recuerdos”, dijo el Dr. Breslin. El puré de papas de mi mamá, me hace acordar a la alegría de las fiestas y a cuando nos juntábamos toda la familia. Un dato no menor que revelan las investigaciones es que muchas veces anhelamos aquellas comidas reconfortantes cuando nos sentimos solos. También nos atraen aquellos productos que comíamos cuando éramos chicos y que nos daban las personas que nos cuidaban, lo que puede ayudar a explicar el amor por la sopa de pollo con fideos, que muchos padres les daban a sus hijos cuando se sentían mal.
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El aroma también puede evocar recuerdos poderosos. La parte del cerebro responsable de procesarlo, se conecta directamente con la amígdala, una región a cargo de procesar emociones, y el hipocampo, que se ocupa de la memoria. Sucede que nuestra memoria aromática es duradera y precisa, sobre todo cuando se trata de fragancias que nos remiten a la infancia. Por ello, es posible que cuando sientas el olor de la tarta de calabaza mientras se hornea, te transportes a la casa de tu abuela donde la probaste por primera vez.
También nos atraen aquellos productos que comíamos cuando éramos chicos y que nos daban las personas que nos cuidaban
Sin embargo, estas asociaciones también pueden tomar un rumbo inverso. “A veces las personas se pueden sentir tristes cuando comen alimentos que les recuerdan a seres queridos que extrañan”, contó el Dr. Breslin. También solemos evitar alimentos que nos remiten a malas experiencias. En mi caso, desde los ocho años no como queso untable porque un día después de haberlo comido, me agarró un virus estomacal muy fuerte. Gracias a dios que fue requesón y no galletitas con chips de chocolate.
Además de los recuerdos del pasado, el contexto en el que comemos incidirá en qué tanto disfrutamos del momento y nuestros gustos suelen construirse en base al “sentido de comunidad y a la calidez de la situación”, dijo la Dra. Naidoo. Hoy por ejemplo, aprecié mucho más el puré de papas de mi mamá porque lo compartí con mi marido y mis dos hijos, las tres personas que más amo en el mundo.
Por Melinda WennerMoyer