La historia del ser humano esta llena de paradojas. Puede decirse que desde el final de la Segunda Guerra Mundial y hasta la actualidad vivimos en una de ellas. Nos referimos al hecho de como el desarrollo de las bombas nucleares, las armas más destructivas jamás creadas por el ser humano y con el potencial de reducir nuestro planeta varias veces a cenizas, han supuesto precisamente el mayor garante de la paz en el mundo, actuando en numerosas ocasiones como pedal de freno a una escalada bélica con potenciales consecuencias terribles; el mejor ejemplo lo encontramos en la Guerra Fría.
Pero si hablamos de bombas nucleares, tampoco podemos dejar de hacerlo de uno de los principales artífices de su creación, un personaje cuya vida puede resultar idénticamente paradójica. Nos referimos a Julius Robert Oppenheimer.
Hijo de una pareja de inmigrantes judíos de origen alemán que hicieron fortuna en el sector textil, Robert Oppenheimer nació en Nueva York el 22 de abril de 1904. De él se dice que fue un joven con tendencia a enfermar y de personalidad atribulada, pero con grandes dotes en lo académico, tanto para la ciencia como para las artes. Así, tras recibir sus primeros años de formación en la Ethical Culture Society School de Nueva York, sus problemas de salud hicieron que ingresara en la Universidad de Harvard con un año de retraso, lo cual compensó graduándose en química en solo 3 años con los más altos honores.
En Harvard se interesaría por la termodinámica y la física experimental, materia de la cual en los Estados Unidos todavía no existían centros de reconocimiento internacional, por lo que continuó con sus estudios en Europa. Fue así que Oppenheimer ingresó en los Laboratorios Cavendish de la Universidad de Cambridge, dirigidos por el físico Ernest Rutherford, en los cuales, ante su escasa destreza en el laboratorio, decidió dirigir su carrera hacia la física teórica.
Su siguiente paso se dirigió hacia la Universidad de Gotinga, entonces uno de los centros de mayor renombre en el campo de la física teórica en Europa, en la que se codeó con algunos de los físicos más notables de la época, como Niels Borh y Paul Dirac, y en donde realizó notables contribuciones al entonces reciente campo de la física cuántica, obteniendo su doctorado a los 22 años.
Regresó a los Estados Unidos en 1927, a la Universidad de Harvard. Solo un año después comenzaría su carrera como profesor en Instituto Tecnológico de California -Cal Tech- y la Universidad de California en Berkeley, donde entabló amistad con el premio Nobel de Química, Linus Pauling.
Las primeras investigaciones de Oppenheimer estarían enfocadas a los procesos energéticos de las partículas subatómicas, incluidos electrones, positrones y los rayos cósmicos. También realizó trabajos innovadores sobre estrellas de neutrones y agujeros negros, espectroscopia y teoría cuántica de campos. Además de sus logros académicos a Oppenheimer se le atribuye la excepcional formación de toda una generación de físicos estadounidenses entusiasmados por sus cualidades de liderazgo e independencia intelectual. Sin embargo, como decíamos al principio, la vida del físico también se vio marcada en diversas ocasiones por periodos de depresión, tendencia hacia la autodestrucción y otros problemas psicológicos, algo que no obstante, no le impidió posicionarse como uno de los físicos más notables de todos los tiempos.
De la ciencia a la política y viceversa; el proyecto Manhattan
La vida de Oppenheimer, como la de muchos personajes de su época, estuvo fuertemente marcada por el contexto político. Así, por su ascendencia alemana, su primer interés por la política se vio motivado por el ascenso de Hitler en la Alemania del 36.
En 1937, el fallecimiento de su padre dejaría en manos de Oppenheimer una fortuna que en parte destinó a apoyar al bando republicano durante la Guerra Civil Española. Fue una época en la que Oppenheimer coqueteó con el comunismo y que condicionaría su futuro; ideales, no obstante, de los que muy pronto relegaría ante el trato dado por Joseph Stalin a muchos colegas rusos de profesión, quienes acabaron en los gulags y sharashkas soviéticas.
Tras la invasión de Polonia en el año 1939, surge la urgencia entre científicos como Oppenheimer, Albert Einstein, Leo Szilard o Eugene Wigner, entre otros, de la necesidad de inventar la bomba atómica antes que los nazis, quienes ya habían dado rienda suelta al desarrollo del Proyecto Uranio con este fin.
En este contexto no resultó difícil reunir a algunas de las mentes más privilegiadas de Estados Unidos y Europa, quienes en la carrera contra los alemanes de construir la primera bomba atómica se congregaron en torno al Proyecto Manhattan y se pusieron al servicio de Oppenheimer, nombrado director científico del proyecto pese a las reticencias de diversos mandos del pentágono debido a sus anteriores asociaciones izquierdistas.
De hecho, durante los años siguientes Oppenheimer sería investigado constantemente y de cerca por el FBI y el departamento de seguridad interna del Proyecto Manhattan, no obstante, debido a su papel central y lo imprescindible de su figura durante todo el proyecto, nunca fue retirado de su cargo.
Finalmente, el proyecto Manhattan cumplió su meta el día 16 de julio de 1945 con la prueba Trinity que tuvo lugar cerca de Álamo Gordo, en Nuevo México. Una vez desarrollada la bomba nuclear, muchos de los científicos participantes en el proyecto mostraron su reticencia a ser empleada, sobre todo contra la población civil.
Posteriormente entre 1947 y 1952 Oppenheimer pasaría a ocupar el cargo de presidente del Comité Asesor General -GAC- de la Comisión de Energía Atómica de los Estados Unidos -AEC- el cual se opuso al desarrollo de la bomba de hidrógeno.
Aunque en un principio, y en el contexto de la guerra esta no fue la postura inicial de Oppenheimer, solo unos meses después, en octubre del mismo año, el físico, quien en una entrevista con el presidente Harry S. Truman declaró que tenía “las manos manchadas de sangre”, renunciaría a su cargo como director del Proyecto Manhattan dando a entender su arrepentimiento en la participación del mismo.
En su papel como consejero político del GAC y debido a la sombras que se cernían sobre él por sobre su simpatía con los comunistas, Oppenheimer se fraguo muchos enemigos, sobre todo en el FBI, entonces dirigido por J. Edgar Hoover,
Por ello, en 1953, Oppenheimer fue acusado de ser un riesgo para la seguridad y el propio presidente Dwight David Eisenhower le pidió su renuncia. Al este negarse a renunciar, se celebró una audiencia de seguridad en la cual fue declarado no culpable de traición, pero en la que, sin embargo, se dictaminó que no debía tener acceso a secretos militares.
En consecuencia, su contrato como asesor de la Comisión de Energía Atómica fue cancelado; todo a pesar de que la Federación de Científicos Estadounidenses salió inmediatamente en su defensa. De hecho hoy su persecución se considera una caza de brujas y Oppenheimer es visto por la inmensa mayoría de historiadores como un liberal ecléctico atacado injustamente.
Privado de poder político, el físico pasaría los últimos años de su vida elaborando ideas sobre la relación entre la ciencia y su papel en la sociedad y recorriendo Europa y Japón dando charlas. Se dice también que a partir del momento de la auditoría, Oppenheimer comenzó a comportarse como un animal herido, retirándose paulatinamente a una vida cada vez más sencilla. Diez años más tarde, en 1963, el presidente John F. Kennedy concedió a Oppenheimer el Premio Enrico Fermi, en un gesto por su gran contribución a la física, pero también destinado a limpiar las falsas acusaciones vertidas sobre él en el pasado.
Fallecería tres años después de un cáncer de garganta en las Islas Vírgenes, donde pasó con su esposa los últimos años de su vida. De él muchos físicos han sugerido que, de haber vivido lo suficiente como para ver sus predicciones sustentadas por experimentos, Oppenheimer hubiera ganado un Nobel de Física por su trabajo relacionado con el colapso gravitacional y las estrellas de neutrones. Quizá, y paradójicamente, no sea el único Nobel que merezca su figura.