¿Quién fue el verdadero exorcista del Vaticano?

“Yo hablo con el Diablo todos los días”, aseguraba a menudo el el Padre Gabriele Amorth, principal exorcista de la Iglesia católica y de quien se dice que a lo largo de más de 30 años, hasta su muerte en 2016 a los 91 años, realizó más de 100.000 intervenciones contra demonios y casos de posesión. “¿Sabéis porque el Maligno huye cuando me ve? Porque soy más feo que él”, solía bromear también. 

Amorth tiene un aspecto idéntico al del actor Russell Crowe en ‘El exorcista del Papa’, el largometraje que ahora llega a la cartelera y que supuestamente se inspira en ‘Memorias de un exorcista’, el más famoso de los más de 20 libros que el sacerdote escribió acerca de su experiencia. La legitimidad de esa fuente no ha impedido que la Asociación Internacional de Exorcistas, que él cofundo en 1994 y que cuenta con más de 400 miembros de diferentes partes del mundo, expresara hace unas semanas su temor a que la película sea un mero “espectáculo destinado a inspirar terror en el espectador”, y a que sea “contraria a la realidad histórica” y “ofensiva con respecto al estado de sufrimiento en el que se encuentran quienes son víctimas de una acción extraordinaria del demonio”.

Amorth, todo sea dicho, sentía predilección por las películas centradas en su profesión, o al menos por la más famosa de todas ellas, ‘El exorcista’ (1973), que consideraba “sustancialmente exacta”; tanto es así que, al final de su vida, permitió al director de aquel clásico del cine de terror, William Friedkin, que lo filmara practicando un exorcismo y convirtiera la grabación en el documental ‘The Devil and Father Amorth’ (2018).

Por lo demás, consideraba que la cultura pop era culpable en buena medida por las acciones del diablo. Algunos de los blancos de su ira eran Marilyn Manson y ficciones de vampiros como la saga ‘Crepúsculo’, que a su juicio arrastran a los jóvenes al lado oscuro; los libros protagonizados por Harry Potter, porque consideraba que incitan al uso de la magia negra; o el yoga, que en su opinión era una vía de acceso al hinduísmo y otras religiones orientales basadas en la falacia de la reencarnación. En sus últimos años, asimismo, también se pronunciaba en contra de que los niños celebraran la fiesta de Halloween.

Pese a lo que todo eso pueda sugerir, sin embargo, Amorth no veía a Satán detrás de cada esquina. Era consciente de que la mayoría de quienes acudían a él no eran personas poseídas sino meras víctimas de enfermedades mentales como la esquizofrenia. De vez en cuando, eso sí, presenciaba fenómenos completamente inexplicables según las leyes naturales. Cuerpos que se arqueaban de formas anatómicamente imposibles o levitaban un metro sobre el suelo. Un niño de 11 años sacudiéndose de encima con facilidad a los tres policías corpulentos que lo inmovilizaban, y a uno de 10 levantando una mesa enorme. Gente capaz de vomitar pétalos de rosa, y pedazos de hierro, y fragmentos de vidrio, o de hablar en idiomas que nunca habían tenido ocasión de aprender. Aseguraba no haber tenido nunca miedo del diablo. Otras de sus frases de cabecera era: “De hecho, puedo decir que él es quien tiene miedo de mí”.

A los 14 años

Como se detalla en sus libros, Amorth había descubierto su vocación religiosa a los 14 años, pero durante un tiempo las circunstancias habían desviado su vida en otras direcciones. Combatió en la Segunda Guerra Mundial, y al término del conflicto fue condecorado por su lucha contra los nazis. Posteriormente estudió Derecho y se vio inmerso en el mundo de la política, llegando a trabajar en la Democracia Cristiana italiana con el futuro Primer Ministro del país Giulio Andreotti. Fue ordenado sacerdote a punto de cumplir los 30 años, en 1954, pero no empezó a practicar exorcismos hasta 1986.

Llevaba a cabo sus rituales en una estancia aislada de las calles romanas -“así nadie puede oír los gritos”-, y para hacerlo siempre contaba con dos crucifijos de madera, un hisopo con el que dispersar agua bendita y un frasco de aceite consagrado; también usaba una estola púrpura de sacerdote, con la que envolvía el cuello del paciente, y un libro de oraciones. Eso, en cualquier caso, era lo habitual, aunque afirmaba ser capaz de purgar posesiones demoniacas también a través de Skype.

Inevitablemente, su fanática persecución del Anticristo y su tendencia a convertirla en un espectáculo le pusieron en contra a los sectores más progresistas de la autoridad eclesiástica. También algunas de sus afirmaciones. Muchos sintieron que, al afirmar que los escándalos de abusos sexuales descubiertos en el seno de la Iglesia eran una prueba de que el diablo se había infiltrado en el Vaticano, Amorth estaba ofreciendo una vía de escape moral demasiado sencilla para los curas pederastas; y, asimismo, algunos consideraban que su afirmación de que Adolf Hitler y Josef Stalin estaban poseídos por Satán era una forma de convertir a los genocidas en víctimas.

En cambio, siempre tuvo de su lado a los tres pontífices más recientes. Por un lado, tanto Juan Pablo II como Benedicto XVI no solo respetaban la práctica de exorcismos sino que, al parecer, estaban familiarizados con ella de primera mano; por otro, Francisco ha estimulado el reclutamiento y la instrucción de exorcistas, y ha instado a todas las diócesis a tener al menos un cura especializado en esos rituales en sus filas pese a que la mayoría de los creyentes considere que las posesiones demoniacas son una fantasía. O, quizá, precisamente por eso. Después de todo, como dijo Amorth, “el Diablo siempre se esconde, y lo que quiere por encima de todo es que no creamos en su existencia”.

 

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