PARÍS.– La decisión de dotar a Ucrania con tanques de combate cambió el contexto diplomático de la guerra antes de modificar –esperan los occidentales– la relación de fuerzas en el terreno. Pero, tratándose de la guerra propiamente dicha, ¿acaso esos blindados modifican la naturaleza misma del conflicto? La reticencia de Alemania, que se negaba a singularizarse en un cara a cara con el Ejército ruso con sus Leopard, podría ser interpretada en ese sentido.
“El canciller Olaf Scholz quería evitar a toda costa ser percibido como un cobeligerante. Washington le dio finalmente la ‘cobertura’ que necesitaba, prometiendo una treintena de tanques M1 Abrams que no llegarán antes del otoño boreal”, señala Claude Blanchemaison, exembajador francés en Moscú. En ese momento, los Leopard llegados de toda Europa ya tendrán sus orugas en el barro del Donbass.
“Aliados a los Marder, blindados de concepción alemana capaces de transportar tropas hacia el frente y traerlas detrás de las filas en caso de peligro, unos 200 tanques de asalto podrían hacer evolucionar efectivamente la situación militar en el terreno. Con sus municiones pesadas y su resistencia al fuego adverso, pueden hacer frente a los blindados rusos y golpear con eficacia las posiciones de artillería enemigas”, explicó el general Jean-Paul Paloméros.
En esta foto de archivo tomada el 14 de febrero de 2017, un soldado estadounidense ayuda a maniobrar un tanque Abrams desde un vagón de ferrocarril mientras el personal del Ejército estadounidense descarga equipo militar (DANIEL MIHAILESCU/)
Otros expertos consideran que serán necesarias muchas semanas para que los tanques de asalto tipo Leopard 2 tengan un impacto significativo en el frente. Sobre todo teniendo en cuenta que esos blindados recién comenzarán a llegar a Ucrania en marzo y que Rusia bien podría lanzar su gran ofensiva a mediados de febrero. Pero, más allá de esa controversia, la pregunta que todos se hacen es: ¿cuándo Rusia dejará de considerar que no se halla ante un hecho de cobeligerancia?
Presentando a Ucrania como el campo de batalla de un conflicto más vasto integrado por los occidentales y la OTAN, Vladimir Putin formuló una profecía autocumplida. Y cada paso suplementario que dan europeos y estadounidenses en favor de Kiev le da la razón, a condición de olvidar que fue él quien lanzó la agresión, aun cuando se presente como la víctima.
En todo caso, ese debate es uno de los grandes interrogantes desde que Rusia invadió a su vecino, el 24 de febrero pasado: ¿hasta dónde los países occidentales pueden ayudar a Kiev sin ser considerados cobeligerantes? Hace 11 meses que los aliados de Ucrania entregan cada vez armamento más sofisticado para que pueda hacer frente a Rusia sin penetrar sus fronteras. Esa operación altamente sensible franqueó un nuevo paso el 25 de enero, con el anuncio del envío de los Leopard alemanes y Abrams norteamericanos, inmediatamente seguido por varios países europeos.
Tanque T-72 Avenge (@DefenceU/)
No son esos, sin embargo, los primeros blindados de asalto entregados a Ucrania desde que comenzó el conflicto. En abril, Polonia había enviado 200 tanques T-72 de concepción soviética. A fines de noviembre, la República Checa hizo lo mismo con 90 ejemplares de T-72B, del mismo origen.
Pero con los Leopard y los Abrams, Occidente envía armamento extremadamente moderno, concebido y producido en sus propias fábricas. Y Moscú reaccionó de inmediato.
“Consideramos esa decisión como un compromiso directo [de los occidentales] en el conflicto”, advirtió el Kremlin. Sin embargo, si la decisión fue arriesgada, no constituye de ningún modo un “acto de cobeligerancia” desde el punto de vista del derecho.
El término mismo –que, en forma más correcta sería “ser parte del conflicto”– no existe en el derecho que regula los conflictos armados, constituido por las cuatro Convenciones de Ginebra de 1949 y sus Protocolos adicionales de 1977. Los textos definen perfectamente las condiciones del conflicto, pero nada dicen “ni del momento a partir del cual se puede considerar que un Estado toma parte, ni sobre las hipótesis de participación a un conflicto armado preexistente”, destaca la investigadora en derecho de conflictos armados Julia Grignon, del Instituto de Investigación Estratégica de la Escuela Militar (Irsem).
En esa misma nota, la experta anota que “el hecho de financiar, equipar –por ejemplo mediante la entrega de armamento, informar o entrenar otras fuerzas armadas que las propias– no permite considerar que un Estado pueda recibir la calificación de ‘parte integrante de un conflicto armado’ internacional y, en consecuencia, ‘cobeligerante’, en el sentido del derecho de los conflictos armados”.
En claro, para que un país sea considerado como parte de un conflicto armado debe intervenir “directamente en este”. Es decir, hacerlo “físicamente”, mediante “fuerzas armadas en territorio de otro Estado y en contra de este”. Más concretamente: cuando se constata “materialmente el uso de la fuerza consistente en un acto físico que produzca directamente pérdida de vidas humanas, heridas, daños o destrucciones a personas o bienes”, precisa la jurista suiza Djemila Carron. Pero lo mismo sucede con la decisión de “poner a disposición sus propias bases militares para permitir a tropas extranjeras penetrar en territorio de uno de los Estados en conflicto”.
El presidente ruso, Vladimir Putin, y su homólogo bielorruso, Alexander Lukashenko (-/)
Bielorussia, que sirvió de retaguardia a Rusia para lanzar su invasión en Ucrania, bien podría ser considerada como “cobeligerante”. Asimismo, la instauración de una no-fly zone (zona de exclusión aérea) sobre Ucrania por parte de los países occidentales, como lo pretendía Kiev a comienzos de la guerra, podría haber sido considerado un acto de guerra, pues aviones occidentales podrían haber disparado contra aparatos rusos. Ya el 5 de marzo, Putin había advertido que “todo país que intentase imponer una no-fly zone en cielo ucraniano sería considerado como cobeligerante”.
Pero, debido a que la noción de “cobeligerancia” no está consagrada en el derecho de los conflictos, los especialistas coinciden en que se trata de un concepto político más que jurídico. Y esa indefinición jurídica permite a los rusos mantener la presión sobre los occidentales pues, de facto, deja la puerta abierta a una interpretación más estricta.
Geografía
La cuestión reside entonces en saber a partir de qué momento Rusia considerará que la entrega de armas es un acto de “cobeligerancia” y decidirá replicar. En lo que concierne a los tanques de asalto occidentales, todo depende de la geografía de su empleo por las fuerzas ucranianas.
“Concretamente, deberían servir a estabilizar una futura línea de contacto”, estima Alexandre Melnik, exdiplomático ruso, profesor del ICN Business School.
Si, por el contrario, se aventurasen en los territorios rusos autoproclamados –es decir en los cuatro oblasts anexados o en Crimea–, la respuesta podría ser brutal. “Pero alemanes y estadounidenses seguramente fijaron los límites territoriales y el empleo rigurosamente preciso de esos blindados, justamente para evitar la escalada”, precisa.
El problema es que, después de los tanques, Ucrania pide ahora aviones de combate y misiles de largo alcance. Una pretensión absolutamente legítima para aquellos que consideran que la única salida es la derrota militar de Moscú.
El presidente ucraniano, Volodimir Zelensky, pidió a Occidente aviones y misiles para respaldar las acciones de los tanques prometidos
“Si Ucrania no ganara la guerra, estaríamos dando un cheque en blanco a las peores pulsiones de agresión, los peores proyectos de anexión, las peores tentaciones imperialistas. No solo a Rusia, sino a todos los dictadores del planeta. Estaríamos poniendo punto final a los principios de derecho y paz que organizan la vida internacional desde el fin de la Segunda Guerra Mundial”, advierte el excanciller francés Jean-Yves Le Drian.
Toda la cuestión reside ahora en adivinar cuáles son las líneas rojas fijadas por Moscú. Una respuesta que solo conoce Putin.
“En su mundo paralelo, Putin puede decidir de un día para otro que Occidente superó el umbral de la cobeligerancia”, explica Iryna Dmytrychyn, profesora historia ucraniana. Esos “umbrales” rusos evolucionaron considerablemente desde el 24 de febrero: a comienzos de la guerra, el jefe del Kremlin amenazó con “represalias” contra todos los países que enviaran armas a Ucrania. Hoy, todos los occidentales entregan armamento cada vez más pesado a Kiev, sin que haya respuesta.
Por esa razón, los occidentales sopesan cada paso con extrema atención. Como lo recuerda la especialista del mundo postsoviético Anna Colin Lebedev, esta guerra enseñó una cosa: “No excluir los escenarios maximalistas y no convencerse de que el Kremlin dejará de tomar una decisión porque es irrealista o contraria a sus propios intereses”.