Los aplausos de la grada siguen siendo suyos. El balón ya no lo es. Y Portugal crece hasta el infinito en esa nueva dialéctica que Cristiano Ronaldo estrenó con el fútbol y con su selección la noche en la que España debía estar viendo su partido para conocer a su rival en cuartos y no lo estuvo. Lo observó Marruecos, siguiente escollo luso, que ya no teme a Cristiano sino a Gonçalo Ramos, el hombre que envió a dios al banquillo para erigirse como nuevo profeta de Portugal. Tres goles del joven ariete del Benfica protagonizaron la sonora goleada lusa frente a Suiza y el reseteo de una selección que, ahora sí, parece con mimbres para aspirar a todo en este Mundial.
Pero el aplauso, escrito queda, sigue siendo propiedad de Cristiano. Al menos, en el estadio Lusail, un particular microclima en este Mundial de Qatar. En este majestuoso coliseo de 90.000 espectadores, escenario de la final del día 18, habita en cada partido que se disputa un ecosistema peculiar de aficionado al fútbol. Uno que se deja impresionar con rebosante entusiasmo por cada pequeño detalle que firma una estrella de primer orden mundial. Ni siquiera un detalle, su sola presencia. Lo vivió Messi, lo vivió Neymar y también Cristiano.
Hace unos días, en el Portugal-Uruguay, un amago de bicicleta que no llegó a nada se celebró como un gol. Esta vez lo que se jaleó a pulmón abierto fue su aparición en el vídeomarcador, sentado en el banquillo con un peto amarillo, mientras sus compañeros rompían filas tras escuchar el himno de Portugal. Después, su entrada al terreno de juego, ya con 5-1 en el marcador. Minutos de la basura.
La decisión de Santos
Sí, Cristiano estaba en el banquillo. ‘Deus na terra’ sacrificado por sus propios feligreses. Portugal mató a su propio padre para cortar de raíz la gangrena que comenzaba a generar su plenipotencia. Fernando Santos aguardó a que él mismo asumiera su crepúsculo y diera un paso atrás, pero el orgullo y la competitividad impiden al mejor jugador de la historia de Portugal reconocer que ya no lo es a los 37 años. Cortó de raíz Santos, tras el desplante del encuentro anterior, sabiéndose acreedor del respaldo popular.
Y acertó. Vaya si acertó. Sin dios, a Portugal se le abrieron los cielos como en ningún partido de este Mundial. Eléctrica, contundente y directa, al fin tan arrolladora como sugiere el superlativo potencial de su plantilla. Una trémula Suiza fue la víctima perfecta para el prometedor descorche de una nueva era en el país vecino, que ve crecer ahora sus posibilidades de hacer algo grande en Qatar. A falta de España, Marruecos será en cuartos de final su siguiente escollo.
El primer triplete
Gonçalo Ramos, nueve goles en 11 partidos de liga con el Benfica esta temporada, fue el elegido por Santos para reemplazar al dios castigado. Un encargo de aúpa para un muchacho de 21 años que hasta llegar a Qatar solo había sido tres veces internacional. Pero, ¿quién dijo miedo? A los 17 minutos, Ramos ya había abierto el marcador con un soberbio zapatazo a la media vuelta. Todo el banquillo fue a abrazarle para celebrarlo. También Cristiano.
Fue solo el comienzo de una exhibición descomunal del muchacho, autor de tres goles en el partido, firmante del primer triplete que se marca en este Mundial. El líder futbolístico de una Portugal primorosa de principio a fin. Repitió conquista el ariete en el minuto 51 y después en el 67 (marcaron también Pepe y Guerreiro en el intervalo, además del suizo Akanji), antes de que Santos le mandara al banquillo para sacar en su lugar a… Cristiano.
Y el Lusail, como estaba previsto, pareció derrumbarse ante su aparición desde la banda. También cuando jaleó su gol en el 84, un ‘coitus interruptus’ debido a un clarísimo fuera de juego que el asistente anuló a primera vista. No se pudo tomar ni un chupito Cristiano, ya en cuartos de final pero desposeído de su corona. Ahora la lleva Gonçalo Ramos. Y se la discutirá Rafa Leao, que cerró la goleada en el descuento. Nuevos e ilusionantes tiempos para Portugal.