No, no fuiste el espermatozoide más rápido

“Cuando te sientas mal, recuerda que tú fuiste el espermatozoide más rápido”.  Quizá esa es una de las frases más famosas a la hora de intentar motivar a un amigo o persona cercana de su gran potencial. Usada en primera persona suele representar también el modo en que muchas personas fanfarronean acerca de su inteligencia o de su excelencia en ciertas actividades.

Sin embargo, nada más lejos de la realidad. Realmente, la idea de que es el espermatozoide más veloz aquel que consigue fecundar al óvulo y generar descendencia es únicamente un mito de la biología. Ahora se conoce, gracias al trabajo de diversos científicos, que no solo esta “carrera” es falsa, si no que el papel que juega el óvulo en todo el proceso de fecundación es mucho más activo y determinante de lo que se creía antiguamente.

El lugar y el momento exactos

La teoría es evidente: si todo va adecuadamente, una vez que un espermatozoide entra en contacto con un óvulo y lo penetra, este se cierra. De esta forma, el gameto femenino impide que otros espermatozoides entren en él, y asegura el desarrollo seguro del embrión. Probablemente, siguiendo este razonamiento es como se ha derivado en la creencia de que es el primero que llega el que entra y “deja al resto a las puertas”.

Sin embargo, no es una explicación fidedigna a la realidad. En verdad, el óvulo está rodeado de una capa exterior translúcida conocida como membrana pelúcida. Esta actúa como una barrera defensora de la célula que la protege de elementos extraños y evita que, una vez un espermatozoide la atraviesa, otros entren a posteriori. Además, cuenta con una serie de sustancias químicas en su composición que reconocen a los propios espermatozoides y los atrae. De hecho, sin esta acción atractiva, los gametos masculinos pasarían de largo sin detectar a los femeninos.

De esta forma, cuando los espermatozoides alcanzan el óvulo deben ir rompiendo y debilitando esa membrana, con el objetivo de entrar y fecundarlo. Sin embargo, los primeros en llegar no lo conseguirán: quedarán débiles y cederán el trabajo a los siguientes. Es decir, si tenemos en cuenta que en una eyaculación se encuentran de 20 a 150 millones de espermatozoides por mililitro, podemos afirmar que los primeros millones de ellos, “los más rápidos”, serán realmente los que se sacrificarán para ir debilitando la membrana.

LA MEMBRANA PELÚCIDA

Así, una vez la membrana está lo suficientemente debilitada, el espermatozoide puede entrar. Esto significa que no será el más rápido, si no aquel que se encuentre en el lugar exacto y en el momento adecuado el que contacte con la membrana, la traspase y consiga fecundarlo. Una vez esto ocurre, lo que queda de la propia membrana impide que otro espermatozoide más tardío penetre en el óvulo y comienza el desarrollo del embrión. 

La membrana pelúcida se mantiene como un elemento protector mientras el cigoto se va dividiendo. Esto ocurre durante los primeros 5 días tras la fecundación, cuando las dos células que dan inicio a la formación del embrión empiezan a dividirse y crear más. Tras este proceso, el embrión tiene sus células claramente diferenciadas y pasa a llamarse blastocisto. Es aquí cuando la membrana se degenera y desaparece, justo antes de que comience la fase de implantación.

EL ÓVULO SELECCIONADOR

No obstante, un estudio publicado por el genetista Joseph H. Nadeau podría darle aún un giro más al proceso. Y es que, este científico de la Universidad de Washington afirmó que, ya no solo no es el primer espermatozoide el que da lugar a la fecundación, si no que el óvulo ejerce un importante papel seleccionador. Es decir, el óvulo escoge o rechaza los espermatozoides que pueden entrar, una vez la membrana se ha debilitado, según la calidad del ADN que porten.

De hecho, ya en el año 2013 Matthew Gage, investigador en la Universidad East Anglia, en Inglaterra, observó este comportamiento en un experimento realizado con peces. En él, tomaba huevos de peces hembra, como salmón y trucha, y los ponía a disposición de un grupo mezcla de peces macho de ambas especies. El resultado fue que el 70% de los huevos de cada clase se fecundaron con esperma proveniente de peces de la misma especie. Esto, propuso Gage, se debe a la combinación de dos fenómenos: la atracción que sienten los espermatozoides por el óvulo de la misma especie (por la composición química de la membrana pelúcida), así como la selección que hacen los propios óvulos, permitiendo únicamente la fecundación por parte del ADN complementario.

Este descubrimiento tuvo una gran importancia para la comunidad científica pues, no solo daba una cierta complejidad y trasfondo a la simple ley de aleatoriedad genética de Mendel, si no que rompió con la imagen de elemento pasivo que proyectaba la figura del óvulo. 

UNA NUEVA PERSPECTIVA

Un buen ejemplo de un caso de selección “no aleatoria” por parte del óvulo, es uno de los experimentos realizados por H. Nadeau con roedores. En una primera fase, el científico agregó a las hembras de ratones un gen normal y un gen mutante, cancerígeno, dejando a todos los ratones machos con los genes normales y sanos. El resultado respondió exactamente a las leyes propuestas por Mendel: cada padre lleva dos copias de cada gen, ambos normales, y la fertilización ocurre de forma aleatoria.

Sin embargo, en una segunda fase, fue a los ratones macho a quienes agregó un gen mutante y uno normal, manteniendo esta vez los de las hembras normales. Los resultados ahora fueron desconcertantes de acuerdo a las leyes clásicas: solo un 27% de los ratones tenían el gen mutante. Es decir, la fertilización no había ocurrido de manera completamente aleatoria, y los óvulos sanos habían rechazado a cierta parte de los espermatozoides con mutación, minimizando la posiblidad de una descendencia que porte esta mutación. Por su parte, en el primer experimento los espermatozoides no presentaron ningún tipo de actitud selectiva, y fertilizaron de igual forma a óvulos sanos y enfermos.

Por lo tanto y, en contra de la imagen popular, se confirmó que el óvulo presenta un papel tan importante durante la fecundación como el del espermatozoide. Aunque sea este último el que realiza la parte dinámica y de movimiento, será, aparentemente, el óvulo el que tenga la última decisión durante la fecundación, seleccionando el ADN que dé lugar a la mejor combinación.

 

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