Dar a luz a nueva vida es probablemente uno de los actos más fascinantes del reino animal. Cada parto representa una pequeña batalla ganada en la constante lucha que los genes mantienen con el tiempo, en la cual cada forma de vida se aferra al mundo dando un pequeño paso más en el camino de la evolución. Se trata de uno de los actos más naturales de la vida, y en última instancia, la culminación del máximo propósito biológico para el que estamos programados los organismos, transmitir nuestros genes; más, no por ello, el parto nunca ha sido tarea fácil.
La muerte durante el parto ha sido una constante en la historia de la humanidad. Hoy en día se calcula que unas 830 mujeres y unos 2 millones de bebés mueren pasados los 42 primeros días después del alumbramiento. Todo ello con la tecnología, el conocimiento y los avances médicos de los que podemos disfrutar en la actualidad, al menos, en los países más desarrollados.
No existen registros demasiado fiables al respecto, pero aún así resulta fácil intuir que en el pasado las cosas eran mucho más difíciles, ya que enfermedades como la llamada fiebre puerperal, las malas condiciones higiénicas, la ausencia de transfusiones de sangre, el desconocimiento de los antibióticos o de como condiciones como la hipertensión podían complicar el embarazo, se traducían en tasas de mortalidad materna y fetal mucho más elevadas. En este contexto, no obstante, el nombre de una mujer se eleva como una de las artífices de la implantación de muchas de las mejoras que hicieron del parto un trámite mucho menos arriesgado para mujeres y bebés de todo el mundo: su nombre era Marie-Louise Lachapelle.
Hija de una experta partera y un funcionario del sistema de salud francés, Marie-Louise Dugés, que era su nombre de soltera, nació en París en 1769. Siguiendo una larga tradición familiar, ya que su abuela también era comadrona, Lachapelle comenzó en el oficio de matrona muy joven; tanto que a los escasos 11 años de edad ya había asistido en su primer parto con complicaciones, y a los 15, en 1784, ya era diestra en el arte de ayudar a dar a luz en solitario durante un parto complicado.
Lachapelle se formó junto a su madre, quien en 1775 sería nombrada comadrona jefe del Hotel Dieu de París, entonces, pese a las malas condiciones de salubridad y escasez de recursos, el mejor hospital parisino de la época y el único centro francés que proporcionaba ayuda a las mujeres embarazadas y parturientas sin recursos.
Ejercería como comadrona en este hasta el año 1792, en el que se casó con el cirujano Charles Bon Côme Langlet, conocido como Lachapelle, de quien heredaría su apellido y con quien tuvo una hija el mismo año.
A raíz de su alumbramiento abandonaría su trabajo temporalmente, hasta que el fallecimiento de su cónyuge 3 años después, en 1795, le obligaría a retomar sus funciones en el Hotel Dieu, en el que permaneció hasta que el gobierno de Napoleón trasladó en 1796 el área de maternidad al antiguo convento de Port Royal, el cual se estableció como el nuevo Hospicio de la Maternidad.
Fue entonces que Lachapelle aprovechó para marcharse a la ciudad de Heildelberg, en Alemania, para ampliar sus conocimientos de obstetricia con el afamado obstreta Franz Karl Naegele. Tras la muerte de su madre, solo un año después, regresó a Paris, heredó su cargo, y así se convirtió en jefa de maternidad y del hospital de niños del nuevo hospicio, el cual convirtió en un centro de formación para futuras matronas en el que la teoría se basaba en los manuales del también popular obstreta Jean-Louis Baudelocque, y la formación en prácticas corría a cuenta de la propia Lachapelle.
Tras prácticamente una vida dedicada a ayudar a miles de mujeres a dar a luz, se estima que hasta a 40.000, a Lachapelle se le atribuye la adopción y diseminación de algunas prácticas en el campo de la obstetricia que ayudaron a salvar miles de vidas durante las décadas venideras, como la limitación del número de personas que podía acceder a la sala de partos, la mejora de las condiciones higiénicas y varias decenas de prácticas médicas que serían recogidas en su libro póstumo, Pratique des acouchements, el cual tuvo que ser finalizado por su sobrino debido a la muerte temprana de la Lachapelle a la edad de 52 años por un cáncer de estómago.