El físico y divulgador José Miguel Viñas acaba de publicar su décimo libro ‘Nuestro reto climático’ en el que trata de explicar de una manera amena y sencilla todas las claves del reto más importante al que se enfrenta la humanidad.
-¿Qué diferencia ‘Nuestro reto climático’ de sus otros libros?
-Este libro refleja una evolución en mí. No es un libro de divulgación, sino más bien un ensayo. Hasta ahora, todo lo que había publicado era divulgación de meteorología o clima. Creo que hay una saturación. Llevamos demasiado tiempo hablando de cambio climático y estamos ya en una especie de bucle que constantemente se detiene a contar lo mismo aunque vayan surgiendo cosas nuevas. Pero las cosas están cambiando, y ahora hay una serie de autores que están introduciendo temas de crecimiento poblacional y otros planteamientos sociales, por lo ya no solo se aborda la cuestión propiamente científica del asunto, sino también se mira desde otras ópticas.
-¿Cree que este cambio en la forma de abordar el problema tiene que ver con el hecho de que el cambio climático ya nos esté afectando?
-Efectivamente. Para mí eso es precisamente la diferencia con lo que se hacía hace diez años o menos. En general avisábamos de que iba a haber ciertos impactos, algunos incluso los veíamos, pero no los percibíamos de manera directa. Creo que ahora sí que se están empezando a percibir cómo estos impactos afectan a nuestras actividades cotidianas. Y no me refiero solo a las olas de calor, sino a muchos otros fenómenos que empiezan a ser extremos en cualquier época del año.
-En ‘Nuestro reto climático’ plantea algunos de los escenarios futuros, ¿cuál le preocupa más?
-Pues, por ejemplo, si sigue aumentando la temperatura, y eso se asocia a los fenómenos extremos, puede incidir muy negativamente en cosas muy básicas, como la agricultura. Cada país está adaptado a un tipo de agricultura y entiende que puede aguantar un año malo. Pero esto puede trastocar toda esa planificación por completo. Si pensamos en España, por ejemplo, el olivo y la vid, que son cultivos básicos, puede que en 40 o 50 años, en determinado escenario climático, ya no sean viables. Para una economía que está basada en gran parte en esta actividad puede suponer un problema muy serio.
“Ahora sí se está empezando a percibir cómo los impactos del cambio climático afectan a nuestras actividades cotidianas”
-Este año se espera que, con la llegada de El Niño, se rebase el grado y medio de calentamiento global ¿qué significa?
-Cuando se habla sobre este objetivo de mantener las temperaturas globales por debajo del grado y medio, se está haciendo alusión a la estabilización de la temperatura a final de siglo, no que no se alcance antes. Eso está cantado. De hecho, se han ido haciendo correcciones en las predicciones. Al principio se hablaba de que ocurriría a mitad de siglo y, posteriormente eso se rebajó a 2030. Ahora ha empezado a decirse que antes de 2030 ya habrá algún año en el que se alcance. Con la irrupción de El Niño, vete tú a saber si dentro de dos años o tres años llegamos a ese límite. En todo caso, el tema no es llegar al pico, sino ver dónde se detiene la subida. Para eso tenemos el margen de dos o tres décadas para decidir qué hacemos con las emisiones. Si no conseguimos rebajarlas, es casi seguro que nos iremos a final de siglo bastante por encima del grado y medio, y eso va a tener unos impactos mucho mayores.
-¿Qué le parece las políticas actuales para frenar el cambio climático?
-Es evidente que se van dando pequeños pasos. Las cumbres del clima están ahí, y se avanza, aunque no lo parezca. En esta última, por ejemplo, se ha arrancado un compromiso sobre el papel para que el primer mundo empiece a ayudar al tercer mundo. Es una pequeña cosa que había que hacer y que se tiene que reforzar. El problema que tenemos es que los cambios que se tienen que realizar son estructurales. No vale con paños calientes ni con establecer medidas en base a ideas felices. Debemos cambiar la propia estructura de nuestra sociedad, y es un asunto complejísimo de abordar.
-Hay un ejemplo de acuerdo mundial exitoso en la recuperación de la capa de ozono. ¿Por qué está costando más ahora?
-Aunque el Protocolo de Montreal tuvo su mérito, el problema de la destrucción de la capa de ozono era bastante más sencillo de abordar que el del cambio climático. Estaba muy localizado y no era algo que afectara a todo, como sí ocurre con los combustibles fósiles. Como el problema venía de una serie de gases que se usaban de manera industrial, se pudo frenar y dejar casi a cero las emisiones de esos gases, pudiendo empezar a ver resultados positivos. Pero ahora hay mucho más en juego. Pensemos que el 30% de lo que llega allá arriba tiene relación directa con las emisiones del transporte. El transporte no puedes cambiarlo de un año a otro a nivel global. Tenemos que plantearnos otra manera de movernos, de hacer nuestras ciudades y de consumir. Son muchas cosas a la vez que se deben adaptar a la realidad de cada país. Por eso, yo creo que se está tardando tanto en tomar decisiones y hacer grandes avances. Se van haciendo muchas cumbres del clima, pero no se consigue en una cumbre que se dé un gran cambio en esta inercia de nuestra sociedad.
-Siempre ha habido movimientos en contra del cambio climático, pero parece que cuando se intentan tomar medidas para frenarlo, el negacionismo gana fuerza. ¿Cómo lo ve usted?
-El problema del negacionismo es que entran en juego una serie de elementos al margen de la propia ciencia del cambio climático. Hubo una fase inicial en el que ese negacionismo estaba dentro del debate científico y todavía hay algún rescoldo de aquél pensamiento que, de vez en cuando, aparece. Pero, en general, el negacionismo que hay hoy entre la población está vinculado a temas ideológicos. Como lo que se tendría que hacer es un cambio social profundo, esto implica poner en entredicho el modelo capitalista que impera en el mundo y hay una parte de idiologías que no están a favor de que eso ocurra. Ahí surgen esos discursos incendiarios que se niegan a aceptar que tengamos que cambiar cosas en nuestro día a día. Por eso son tan ruidosos los negacionistas, porque no aceptan el hecho de que hay que hacer cambios. Además, se agarran a temas como el de la libertad del individuo sin entender que tenemos un modelo de vida claramente insostenible y que no no se puede alargar en el tiempo.
“Lo que se tendría que hacer es un cambio social profundo y esto implica poner en entredicho el modelo capitalista que impera en el mundo”
-Mucha población es incapaz de entender que estamos ante una emergencia, ¿qué cree que ha fallado?
-Creo que ha habido torpeza al comunicar el cambio climático, incluso desde la propia comunidad científica. Estamos hablando de cuestiones que son muy complejas y si no lo comunicas bien, corres el riesgo de que surja cierto rechazo o no llegue a calar el mensaje. Luego está el hecho de que no es una amenaza directa. Si la NASA nos dice que en tres meses un gran asteroide va a impactar en la tierra, todo el mundo estaría en alerta y se haría todo lo posible para desviar ese objeto. La población no se relajaría. El cambio climático, hasta ahora, no se veía como algo cercano, lo que ha provocado una cierta inacción climática. No obstante, llevamos ya dos o tres años que muchas personas empiezan a notar que es una amenaza directa porque ya está afectando a la actividad que llevan a cabo. La gente que se dedica al campo ya ve que no solo es un año raro y seco, el calor extremo empieza a tener impactos notables en la salud de la población… Ahora muchas más personas ven que el cambio climático está ocurriendo y no es algo que vaya a ocurrir en un futuro.
-¿Es usted optimista?
-Al margen de que los datos son los que son y no podemos ponernos una venda en los ojos ante la realidad, creo que tenemos margen para cambiar muchas cosas y modificar la evolución climática. Me agarro a eso. No creo que haya que tirar la toalla. ¿Es difícil? Pues sí, pero aún tenemos la oportunidad. Habrá un momento en que algunas de las grandes decisiones que se tomen entre la mayor parte de países irán en la buena dirección. Hay factores claves como el comercio y el transporte mundial, en los si se llega a un acuerdo acertado y consensuado, puede dar una respuesta en un plazo no muy largo. Eso es factible y lo llegaremos a ver. Pero no hay que olvidar que el cambio climático está acelerándose, por lo que, cuanto más se retrase la toma de decisiones, nos va a costar más evitar un escenario peligroso.
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