Susan Sontag (Nueva York 1933-2004) fue una de las mayores intelectuales (tanto en el plano de las artes y la cultura como en el político) de Estados Unidos. Si en la vertiginosa brújula del siglo XX –y un poco más también, ya que escribió sobre el atentado a los Torres Gemelas en Ante el dolor de los demás–, el país del norte tuvo un centro de gravedad moral, fue en parte gracias a ella. La madurez de sus ideas fue el sextante de ese norte, y del mundo, en temas como la literatura, la fotografía, el cine de vanguardia, el dolor o la política internacional.
Y, sin embargo, esa madurez, es la espectacular contracara de su casi contrario: Sontag, que fue madre a los 17 años, se recibió a los 18 y empezó a dar clases en la Universidad con 25, siempre tuvo la voracidad y curiosidad propia de la juventud. Esa ansia no siempre es algo simple o bonito. O fácil. En el ensayo del crítico cultural de The New York Times A. O. Scott, “Cómo Susan Sontag me enseñó a pensar” (se puede leer en internet), el periodista explica: “Pasé mi adolescencia en una terrible desesperación por leer todos los libros, mirar todas las películas, escuchar toda la música e ir a todos los museos”. Y luego se explaya en cómo Susan Sontag lo ayudó en esa “búsqueda no tanto de conocimiento, sino de una experiencia singular.”
Susan Sontag: Obra imprescindible funciona de la misma forma. Como una infinita guía para neófitos o seguidores de la pensadora. Dividida (jamás acotada) a ciertas temáticas. Rebarajado y vuelto a servir el mazo de su obra, esta gran antología no sigue líneas cronológicas. La idea –estupenda– fue de su hijo, el crítico cultural David Rieff, que tomó capítulos de sus libros más importantes, tanto de narrativa como de ensayo, y los reorganizo en muchos de los grandes temas que obsesionaron a la autora.
Así entonces, se puede leer ahora los clásicos ensayos “Contra la interpretación” y “Notas sobre lo ‘camp’ ” y en el medio solazarse con “El tercer mundo de las mujeres”, texto nunca antes recogido en un libro, en el apartado “Sensibilidades”. Otras secciones y temas son “Reflexiones”, “El Cuerpo”, “El cine” (donde se reproducen ensayos sobre Jean-Luc Godard, R.W. Fassbinder y “Fascinante fascismo”, sobre Leni Riefensthal), “La literatura” (con el ensayo sobre Joseph Brodsky, que fue un tiempo su pareja). “Bosnia, 11 S e Irak” reúne la producción de su última época
Tal vez un lector avezado haya leído ya el decisivo Sobre la fotografía (1977), pero el nuevo encontrará en este volumen lo esencial de una pensadora cuya obra completa no suele verse en las librerías. La nueva edición permite comparar además el crecimiento, madurez y autorreflexión permanente a la que se sometía la autora. Siempre nietzscheana, una de sus máximas favoritas, como dice su hijo en la introducción de la antología, era una famosa frase del filósofo alemán: “No hay hechos, sino interpretaciones”
Luego de un capítulo del libro mencionado y a pocas páginas de distancia, por ejemplo, en el apartado “La fotografía” puede hallarse su sabiduría siempre en evolución y su respuesta a sí misma de Ante el dolor de los demás, publicado 26 años después de aquel ensayo liminar: “(Escribí que) la foto, luego de una exposición reiterada, hace que su acontecimiento se vuelva menos real. Ya no estoy tan segura. ¿Cuál es la prueba de que el impacto de la fotografía se atenúa, de que nuestra cultura de espectador neutraliza la fuerza moral de las fotos de atrocidades?”
Hay, entonces, algo sumamente adolescente en Susan Sontag, pero como flâneuse de un mundo siempre cambiante. Es una sintetizadora en modo “random” (como se escucha decir ahora) de conceptos, que puede contener ya sea las enseñanzas sobre la imagen más importantes de la historia, de Walter Benjamin y Sigfrid Kracauer a John Berger y los manifiestos de la Nouvelle Vague francesa. El orden aleatorio de este libro –una especie de “Sontagpedia”– también fortalece ese vigor, esa juventud como símbolo de frescura intelectual.
Cuando escribe sobre el estilo de Gertrude Stein (una escritora que no estaba de moda cuando Sontag la analiza) todo parece nuevo, reciente: “La insistencia en la inmediatez de la experiencia, su tiempo presente, sus palabras cortas y comunes y su repetición en grupos, incesante, su uso de sintaxis deshilvanada y modo de abjurar de la puntuación. Todo estilo es un medio para insistir sobre algo”. Podríamos extrapolar la cita a la actualidad y pensar que esas palabras le cabrían a un crítico para describir a una artista como Rosalía o al trap sofisticado de Wos. Sontag escribió hace más de medio siglo como debería leerse o discutirse el presente.
A la vez, está lo opuesto: su escritura es lo contrario de una colección de tuits, de un hilo de frases epigramáticas para leer de manera rápida, de los tiempos perezosos del binge-watching (vale de muestra la crítica que se incluye sobre Hitler, una película sobre Alemania, de Hans-Jürgen Syberberg, film de siete horas de duración). Clásica y moderna, en cada párrafo –se comprueba en cada texto que se elija al azar– propone una idea. Cargada de octanaje intelectual, Sontag es compleja, de combustión lenta. Pero cada oración es amorosa y desafiante para el lector: invita a acercarse sin distinciones a la obra de Roland Barthes, Henri Cartier Bresson o Patti Smith.
Hasta las metáforas sobre enfermedades, que le sientan también hoy a los discursos seudocientíficos del “si sucede conviene” o las tan en boga constelaciones familiares, parecen desarmarse con brillantez, cuando se vuelve a su producción sobre el cuerpo. Luego de sufrir desde muy joven el cáncer, Sontag supo que ni el paciente es responsable de su enfermedad, ni culpable por “no haber hecho lo suficiente por curarse”.
Quien se acerque al robusto Susan Sontag: Obra imprescindible, encontrará en su variedad una osada reunión de ideas y experiencias que –a casi un par de décadas de la desaparición de quien las escribió– revelan, como una vieja y resistente fotografía, la abrumadora pero empobrecida data online de hoy.
Obra imprescindible
Por Susan Sontag
Random House. Trad.: Varios traductores
784 páginas/ $ 9999