Todo el mundo conoce las turbulencias atmosféricas, que entre otras cosas ocasionan esos molestos e inquietantes saltos cuando viajamos en avión. De hecho, esas perturbaciones son las responsables del 71% de las lesiones que se producen a bordo, normalmente de carácter leve. Ahora, según han descubierto los científicos de la Universidad de Reading (Reino Unido), la frecuencia e intensidad de estas turbulencias están llamadas a aumentar en los próximos años debido al calentamiento global. Es hora, por tanto, de abrocharse los cinturones.
Aunque el invierno es la estación más propicia para las turbulencias, los modelos informáticos sugieren que para el año 2050, los veranos registrarán la misma intensidad de este fenómeno que la que había en los inviernos de 1959.
El artículo que recoge los resultados de la investigación, titulado ‘Tendencias de la turbulencia en aire despejado sobre el Atlántico Norte en modelos climáticos de alta resolución’, ha sido publicado en la revista internacional Climate Dynamics.
La turbulencia en aire despejado (CAT, en inglés) es uno de los peligros más dañinos relacionados con el clima. Por lo general, se desarrolla en ambientes libres de nubes de la atmósfera de nivel superior. Al no ofrecer indicios visuales a los pilotos y ser indetectables por el radar de a bordo, estos eventos parecen surgir de la nada.
De hecho, una exposición prolongada a este tipo de perturbaciones atmosféricas acorta la vida útil de la nave y el tiempo que puede estar en servicio. Los equipos del avión pueden dañarse e incluso pueden producirse daños estructurales graves debido a una turbulencia más intensa de lo habitual. En casos extremadamente raros, podría incluso fracturarse el avión. Durante turbulencias moderadas, los artículos de carga, el equipaje o los propios pasajeros pueden desplazarse y causar daños o lesiones.
En diciembre de 1997, un Boeing 747, vuelo UA826 operado por United Airlines, se encontró con un evento CAT en ruta de Tokio a Hawai. El Boeing se movió hacia arriba a 1,8 veces la fuerza de la gravedad, hacia los lados se movió a 0,1 g y, seis segundos después, la aeronave descendió rápidamente, lo que provocó una fuerza g negativa de -0,8 g. Como consecuencia, un pasajero murió y otros sufrieron heridas graves. El avión, por su parte, tuvo que ser retirado del servicio un año antes del plazo previsto.
Los viajes aéreos transatlánticos a menudo se enfrentan a las CAT debido a la presencia de la corriente en chorro impulsada por remolinos de latitudes medias sobre el Atlántico Norte. Según los investigadores, los eventos CAT se desarrollan en regiones de inestabilidad impulsada por el llamado ‘efecto cizalla’ de la atmósfera. A menudo se producen en corrientes en chorro de nivel superior, bandas estrechas de vientos intensos que tienen una fuerte dependencia estacional.
Un 14% más por cada grado de calentamiento
La intensidad de una corriente en chorro depende de los gradientes de temperatura horizontales latitudinales. Debido a una serie de cambios de temperatura entre el polo y el ecuador, se espera que las corrientes en chorro se intensifiquen en el efecto ‘cizalladura del viento’ con el cambio climático producido por el hombre.
Para analizar este fenómeno, el estudio utilizó tres simuladores de modelado climático global que cubren el período 1950–2050. Al combinar estos modelos con 21 mecanismos para el flujo de aire turbulento, los investigadores crearon una amplia gama de situaciones generadas por CAT.
Según esta investigación, por cada 1 °C de calentamiento global cercano a la superficie, los eventos CAT moderados aumentarán un 14% en verano y otoño y un 9% en invierno y primavera. La turbulencia moderada se entiende como infligir aceleraciones verticales de hasta 0,5 g.
En un estudio anterior de Paul D. Williams, profesor de ciencia atmosférica en el Departamento de Meteorología de la Universidad de Reading, se pronosticaba que estos eventos aumentarían entre un 40% y un 170% sobre el Atlántico norte en el caso de duplicarse las concentraciones atmosféricas de CO2 preindustriales.
Dado que aumentarán las turbulencias en todas las estaciones, las rutas actuales de vuelo deberán sortear un mayor número de estas molestas situaciones. Una opción para las aerolíneas puede ser intentar evitar las áreas donde se forma las CAT. Esto podría provocar que los vuelos trasatlánticos fueran más largos y también supondría miles de horas adicionales de costes acumulados en combustible.
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