El mandato de Pedro Castillo duró menos de 17 meses. Si algo entrevieron los peruanos desde que asumió el cargo es que el maestro rural y sindicalista no iba a terminar su presidencia por una combinación de factores, entre ellos la falta de credibilidad, la ausencia de un partido propio y, por sobre todo, la empecinada decisión de un Congreso inclinado hacia la derecha de destituirlo desde siempre por “incapacidad moral”. Su sucesora, Dina Boluarte, comienza el mandato interino en una situación de debilidad. A continuación, unas claves para entender la crisis política que atraviesa el país andino.
Gestión accidentada desde los inicios
Pedro Castillo fue un candidato accidental presidente por Perú Libre, una formación de izquierdas de provincias. Accedió al Palacio Pizarro tras vencer en la segunda vuelta y por unos miles de votos a la derechista Keiko Fujimori. Su victoria anticipaba una futura derrota: asumió el 28 de julio de 2021 sin mayoría parlamentaria, sin ganarse un ápice de confianza de la élite capitalina que nunca ocultó su desprecio por su condición de hombre del Perú profundo y origen campesino. En principio, Castillo intentó ejecutar un programa más inclinado hacia la izquierda. Pero los sucesivos escándalos internos, con la dimisión de cuatro primeros ministros y sucesivos cambios en diferentes áreas estratégicas del Estado, lo convirtieron en un mandatario débil y errante al punto de rearmar su Gobierno con dirigentes de otras procedencias ideológicas. Llegó a contar con un ‘premier’, Aníbal Torres, que reivindicó al nazismo.Una impopularidad de origen
Le tocó a Pedro Castillo administrar crisis y escándalos que no hicieron más que erosionar su imagen desde el principio. Su popularidad promedio fue del 30%. Solo el Congreso acumuló más descrédito que el presidente, pero finalmente terminó perdiendo la pelea con una legislatura que había intentado censurarlo en tres oportunidades. La última fue la vencida. Pero la clave de su caída no solo estuvo en el hemiciclo. Castillo carecía de partido propio: abandonó Perú Libre cuando hizo una pirueta política hacia el centro y más allá. Pero, además le faltó siempre una base social que saliera en su defensa en un país donde el 30% de los peruanos son pobres y la economía informal involucra a casi el 89% de la población. El crecimiento del PIB, que este año sería del2,7%, no llega a las mayorías.
Flanco judicial
El Congreso fue solo uno de los frentes de tormenta en estos meses para Pedro Castillo. La justicia lo investigaba a su vez por presunto tráfico de influencias. Parte de su familia fue involucrada en distintas causas. Dos meses atrás, la Fiscalía acusó al presidente de encabezar una organización criminal vinculada con las licitaciones en el Estado. La denuncia se basó en declaraciones de exfuncionarios de su Gobierno y también empresarios que relacionaron al mandatario con una trama dedicada a cobrar sobornos. Los hombres que señalaban a Castillo con el dedo estaban en rigor bajo proceso por otros hechos de corrupción y aceptaron acusar a su exjefe a cambio de beneficios penales.
Un futuro incierto
Perú tiene ahora en Boluarte a la primera presidenta de su historia. Nadie en Lima se atrevía a pronosticar cuánto podría durar su Gobierno interino teniendo en cuenta que antes de Castillo abandonaron antes de tiempo las funciones ejecutivas Pedro Pablo Kuczynski, Martín Vizcarra y Manuel Merino. El primero renunció antes de ser censurado por corrupto. El reemplazante Vizcarra no pudo evitar ese destino. El impopular Merino tampoco pudo sostenerse más que unas horas en el poder en medio de las protestas populares. Boularte conoce ese complejo historial de inestabilidad y por eso le pidió a la legislatura “una tregua política para instalar un Gobierno de unidad nacional”. En su primer discurso dijo: “No voy a pedir que no fiscalicen a mi Gobierno ni que no se escruten las decisiones que se tendrán que tomar; lo que solicito es un plazo, un tiempo valioso para rescatar a nuestro país de la corrupción”. La historia de conjuras no juega a su favor.