La selección de Lionel Scaloni destrozó la discusión más absurda del fútbol argentino

Inolvidable. Y lo mejor será el provecho a futuro. Si el fútbol argentino entendió el mensaje de la selección, aquel camino que se bifurcó hace tantos años, por fin, volverá a unirse en una ruta con girasoles a los costados. Línea por línea, el equipo dirigido por Lionel Scaloni que se consagró campeón del mundo en Qatar en una final épica se empeñó en transmitir ese pensamiento: que las corrientes pueden convivir para que esa idea, con el material propio del innegable talento de los jugadores de estos lugares, sea mucho más fuerte, casi indestructible. Como el pegamento que se compone de dos partes, una gris clarito y otra más oscuro, y juntas son capaces de sellar la fuga más consistente. Pero unidas. De eso se trata un poco todo este lío.

Conviene hacer el ejercicio. ¿La Argentina se mostró como un equipo defensivo? Claro que sí. Apretó las clavijas en los momentos más sensibles. Fue versátil. Con línea de tres, de cuatro o de cinco, según los mini partidos que se le plantearon dentro del gran partido. Se mostró inteligente, aguerrido y severo para aprovechar ese medio campo al “estilo europeo”, dinámico y de pies suaves para llevar la pelota, para hacer pases hacia adelante y entre líneas. Pero también de suela de lija para el quite, para no dejarse llevar por delante por nadie. ¿Y el ataque? Algo parecido, sólo que unos metros más adelante. Preciso, quirúrgico para abrir los encuentros en los momentos apropiados sin importar si el dominio era absoluto o se trataba de una conquista gestada a pura calidad individual.

Lionel Scaloni y su cuerpo técnico le dieron su impronta al seleccionado argentino; un DT bien secundado por Pablo Aimar, Walter Samuel y Roberto Ayala (Aníbal Greco/)

Pero, entonces, ¿cómo es el asunto? ¿La Argentina es un equipo ofensivo? Por supuesto, también. El fútbol es defensa y ataque. Como se vio en el segundo gol albiceleste, una joyita. O, para no herir susceptibilidades, si aún quedan, ataque y defensa. Allí está el trabajo, la mano de obra al servicio de la ingeniería para que cada pieza pueda desenvolverse en la función requerida, según los adversarios, la propia fuerza, la mente y las piernas. Allí comienzan a amigarse los opuestos casi sin darse cuenta de que en el mismo cuerpo, simplemente, habita el otro. Que se fusionan, complementan y triunfan. La emoción en Qatar, de principio a fin, de la decepción al delirio, descubrió un sinfín de cosas nuevas.

Esta Argentina, la de Scaloni, y ojalá así sea, desterró al menottismo y al bilardismo como manuales enemigos de la misma teoría. ¿Usted encasillaría al equipo dentro del gusto de César Luis Menotti? Absolutamente. Él lo dijo en un par de entrevistas: “El secreto de este equipo es que juega al fútbol y me pone feliz que respete la historia […] Lo del estilo es que este equipo interpreta la historia del fútbol argentino. Con autoridad es digno representante de una cultura y de una historia”.

Menotti y Scaloni, en un entrenamiento de la selección argentina en el predio de Ezeiza (Fabián Marelli/)

La situación es tan profunda que este equipo también sigue al pie de la letra la otra historia. Carlos Salvador Bilardo, seguramente, levantaría el pulgar para referirse a los gestos, las actitudes, la programación y el estilo de un plantel que no sufre las metamorfosis, que se acoraza, corre, piensa, juega y gana; con cambios arriesgados y otros no tanto. Con una base adaptada a un genio con un N° 10 en la espalda. Y con ese genio apadrinando a sus compañeros sin la necesidad de que haya tres deseos de por medio. Suena de algún lugar, ¿no?

La comprobación es clara. Un conjunto de fútbol puede ser menottista y bilardista a la vez sin renunciar a nada. ¿Para qué renunciar? Si los conceptos se entrelazan y potencian. La tesis fue la final en Qatar. Scaloni se recibió: fue el tubo de ensayos en el que ambos fluidos dieron como resultado el éxito. Fue el tercer entrenador en consagrarse campeón del mundo con la Argentina. Como Menotti y Bilardo.

Carlos Bilardo, campeón del mundo en México 1986, defendió su posición y marcó una época del fútbol argentino

El Flaco y el Narigón no siempre se llevaron mal. Al contrario. Supieron construir desde sus diferencias una relación respetuosa, por supuesto, desde sus visiones telescópicas sobre cómo conseguir victorias. Hasta que sobrevino la hecatombe.

Según reconstruye el libro “La historia verdadera”, de Cayetano y Néstor López, la grieta empezó a resquebrajar el pavimento futbolero a comienzos de julio de 1983, tras una entrevista del diario Clarín a Menotti, en la que criticó la improvisación en el seleccionado, ya por entonces bajo la tutela de Bilardo, con jugadores que se conocían en los aviones y prestigio “regalado” en un amistoso frente a Valladolid, de España, como ejemplo.

El doctor nunca se lo perdonó y asumió esos dichos como una traición, sobre todo, por las conversaciones que habían animado antes, en las que, supuestamente, el rosarino no le había dicho ni “mu”. A partir de entonces sobrevino lo conocido: una marejada dialéctica cuyas olas arrastraron a hinchas, periodistas, políticos, figuras del espectáculo… todos. Blanco o negro. Menotti o Bilardo. Cada uno separados por el muro de la intransigencia. Aunque los muros caen. La historia lo demuestra.

César Luis Menotti y Carlos Salvador Bilardo no siempre se llevaron mal; en la imagen, en un encuentro con Hugo “Tomate” Pena

Los ideales paralelos se mantuvieron intactos alrededor del seleccionado argentino. Algunos respiros dieron las campañas de Alfio Basile, en Estados Unidos 1994; José Pekerman, en Alemania 2006, y Alejandro Sabella, en el Brasil 2014. Pero siempre algo se interponía en el inconsciente colectivo para que la división no sanara. Eran uno u otro. Siempre lo mismo. Un duelo. Resultaba imposible escapar de la trampa cubierta de hojas. Se cayó tantas veces como intentos se hicieron. Y la Argentina terminó dolida. A la derecha o a la izquierda.

Ni la prosa de Menotti ni el título de Bilardo, “doctor y campéon”, como le gusta jactarse. Scaloni, sin proponérselo, sin pensarlo siquiera, juntó un poco de los dos y armó una selección sin contras. Desde las palabras claras, huyendo de las frases eternas y embrolladas, mirando a los ojos en las conferencias de prensa, prescindiendo de los aspavientos y excesos al borde de la cancha. Un DT con errores gruesos al principio, claro, y que aprendió sobre la marcha en un puesto que no era para él. Un entrenador que se permitió llorar en público, demostrando que la sensibilidad y el tono bajo también son atributos de un líder.

“Juntos somos mejores”. Con el corazón palpitante, segundos después de la gesta y antes de besar la Copa, Nicolás Tagliafico tuvo la lucidez para contar una de las recetas. Así como amalgamó ideas y propuestas, el seleccionado argentino unió con su propuesta a un país dividido en muchos aspectos, en un impensado diciembre. El mecanismo es trasladable a otros aspectos de la vida. Si lo consiguiéramos, seguramente, seríamos mucho menos permeables a las fisuras. O a las grietas.

El resumen de una final única

 

Generated by Feedzy