La pandemia de Covid-19 aceleró un cambio social que continúa vigente tres años después

La irrupción de la Covid-19 paralizó todos los relojes. La noción del tiempo se alteró y ahora la gran pregunta es en qué momento han pasado ya tres años desde el inicio de la pandemia. Atrás quedó la distancia y el miedo, el confinamiento parece un mal recuerdo y la mascarilla, aunque recientemente, se ha limitado a los centros sanitarios. Lejos parece que queda ya la crisis del coronavirus pero lo cierto es que sus consecuencias continúan haciendo mella en la población aún a día de hoy.

La reciente eliminación de la mascarilla en el transporte público ha hecho aún más tangible la vuelta de la normalidad. Los contagios continúan sucediéndose pero la gripe contribuye a camuflarlos. Los expertos no cesan en su empeño de recordar que el Covid-19 no es cosa del pasado, pero lo cierto es que la mayor parte de la ciudadanía hace ya tiempo que empezó a recobrar la cotidianidad, intentando dejar atrás la mayor crisis sanitaria a la que ha hecho frente la sociedad actual.

Por desgracia, un acontecimiento de tal envergadura deja huella. Social y emocionalmente. La pandemia trastocó hasta el hábito más rutinario, y ahora hay muchas cosas que no pueden volver a ser lo que eran. Y no lo son porque las necesidades de la población no son las mismas. Y es que esta crisis ha supuesto la aceleración del cambio social, advierten los sociólogos.

Las relaciones sociales se vieron fuertemente afectadas por aquel entonces. El contacto interpersonal se limitó de tal forma que tres años después el impacto psicosocial continúa siendo latente. El confinamiento proporcionó a muchas personas una sensación de seguridad que alteró su forma de relacionarse y dificultó su vuelta al contacto personal. Ahora, «muchas personas reaccionan distinto cuando se relacionan cara a cara», explicaba la psicóloga Natalia de Miguel. Aún a día de hoy, son muchos los hombres y mujeres que siguen teniendo reticencias a la hora de abrirse y establecer nuevas relaciones sociales, advierte.

A esto ha contribuido el incremento de la digitalización. Este es uno de los grandes cambios que vino para quedarse. El uso de dispositivos electrónicos en sustitución del contacto físico continúa disparado. Tanto en el número de videollamadas que se realizan entre familiares y amigos como en las videoconferencias que sustituyen a las reuniones convencionales en el ámbito laboral.

En este punto es inevitable nombrar el auge del teletrabajo, práctica que muchas empresas han adoptado como forma habitual. Este hecho está estrechamente relacionado con la disminución de las relaciones sociales y las dificultades que están encontrando algunas personas a la hora de interaccionar en persona.

En contraposición, el sociólogo Luis Ayuso asegura que la pandemia también cimentó redes de apoyo mucho más fuertes. El contacto cero que se vivió durante el confinamiento hizo ver lo importante que es construir una vida social estable, en la que el individuo se sienta bien y seguro. Desde entonces se refuerzan más las relaciones, «porque los individuos entendieron la importancia de la sociabilidad».

Jardines y terrazas

Aunque ahora parezca un mal sueño, el confinamiento supuso más de tres meses de encierro en los que, con suerte, se podía salir unos minutos a pasear al perro o a hacer la compra. Esta sensación disparó después la búsqueda de viviendas con amplios espacios al aire libre como terrazas y jardines. 

Tres años han pasado ya y la demanda continúa siendo la misma. Además, los entornos a las afueras y en comunidades son los más solicitados. En este sentido, cabe destacar el auge de lo que se conoce como ‘senior living’ -un modelo de vivienda dirigida a personas mayores de 65 años-. Y es que los mayores fueron uno de los colectivos que más soledad padeció durante el confinamiento. Ahora, y aunque «históricamente no es algo que haya funcionado, las nuevas formas de vida y patrones de conducta, así como las estructuras familiares de las nuevas generaciones de personas mayores hace que tenga mucha atracción», explica Borja Martiarena, responsable de Senior Housing de la consultora inmobiliaria CBRE. 

El coronavirus no solo provoca secuelas físicas como la pérdida de olfato. | ENGIN AKYURT – Archivo

Pandemia de trastornos

Por su parte, y sin duda, la mayor huella de la pandemia es el daño que ha hecho a la salud mental de la población. Sobre todo, entre los más jóvenes. Los cuadros de ansiedad o depresión comenzaron a aumentar tras la irrupción de esta crisis sanitaria. Tres años después, lo que preocupa es la cronificación de estos trastornos. 

“Ahora mismo estamos viviendo una pandemia de patologías mentales, sobre todo en la población infantojuvenil”, advierte José Luis Fuentes, gerente del Centro Asistencial San Juan de Dios de Málaga. La crisis sanitaria, explica, “sacó a la luz muchas patologías que no estaban diagnosticadas, y en una población muy específica, los jóvenes. Hemos detectado esta necesidad y por eso hemos montado consultas de prevención, para que la afectación no vaya a más».

En este sentido, y lamentablemente, se sigue observando el uso de antidepresivos y ansiolíticos para hacer frente a este tipo de trastornos relacionados con la salud mental. Los psicólogos insisten en recordar que “solo la terapia, el aprendizaje de nuevas habilidades y un entrenamiento en el afrontamiento de situaciones estresantes o emocionales desagradables serán efectivos en el tiempo”, recalca Natalia de Miguel.

 

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