“La lucha nunca se acaba”: la generación del esfuerzo, pendiente de las pensiones y de sus hijos

Aurora Álvarez (Canales, León, 1955) emigró a Barcelona con 14 años. Dos años más tarde, comenzó a trabajar de dependienta en una papelería. Después fue cajera y más adelante, combinándolo con estudios nocturnos, entró en una ferretería, donde fue ascendiendo hasta llegar a secretaria del departamento de ventas. El año pasado, con 66 años y superada por una brecha digital que era incapaz de afrontar, decidió que había llegado la hora de jubilarse.

En sus años mozos, Aurora, Yoyi para los amigos, se convirtió en una luchadora vecinal. “En la juventud, nos movilizábamos por los servicios básicos que no teníamos en el barrio. Por ejemplo, escuelas, médicos, asfaltado y semáforos. Han pasado décadas, pero seguimos luchando porque muchos de nuestros logros están ahora en cuestión, como las pensiones, la educación pública y la sanidad pública. ¡Qué frustrante es tener que seguir al pie del cañón!”, explica. “¿Por qué ningún Gobierno es capaz de firmar un pacto de país para consolidar los derechos públicos por los que tanto combatimos hace tantos años?”, se indigna Yoyi, jubilada de empleo, pero no de la vida.

Yoyi está casada y tiene un hijo, que ya tiene su vida independiente. Gracias a que ella y su marido tienen pensiones dignas, el matrimonio puede tener una vida sin lujos pero acomodada. “Menos mal que tenemos el piso pagado, si no no sé cómo nos apañaríamos”, explica Yoyi, que confiesa que, aunque su hijo ya no vive con ellos, le echan una mano cuando tiene algún agujero económico doméstico.

Yoyi no es la única. En los tres últimos años, se ha registrado en España un aumento del apoyo económico que los mayores brindan a sus familias. Así lo explica Iñaki Ortega, doctor en Economía y profesor en la Universidad de La Rioja y LLYC. Los informes que baraja explican que en el mercado laboral apenas ofrece oportunidades a los séniors en España. De los 8 millones de personas con edades comprendidas entre 55 y 70 años, solo 3,5 millones trabajan y medio millón están en las listas del paro. Sin embargo, este segmento de población tiene la tasa de emprendimiento más alta de Europa. De hecho, los emprendedores séniors crean más empleo que los júnior y hay más emprendedores mayores de 55 que menores de 30”, añade el profesor universitario.

Las falacias

Ortega destaca que hay dos grandes falacias. La primera es pensar que destruir el empleo sénior significa crear empleo juvenil. “Nada más lejos de la verdad. Alemania o Suecia tienen alta tasa de empleo sénior y también juvenil”, insiste.

La segunda mentira, en su opinión, es la idea de que, llegada cierta edad, es mejor dejar descansar a la gente. “Gozando de buena salud, trabajar es una opción estupenda. Aumentan tus ingresos, luchas contra la soledad y te mantienes activo. El problema es que, en España, hay incentivos desde lo público para no trabajar”, asegura. Ortega recuerda que, con 57 años, la vida laboral no puede ser la misma que con 30, pero existe un amplio abanico de opciones, que apenas se llevan a cabo en España, desde el trabajo a tiempo parcial hasta la jubilación activa.

Jordi Soler (Barcelona, 1955) no está muy de acuerdo con las bondades de alargar la edad de jubilación, que actualmente está en los 66 años y 4 meses. Empleado de banca y con casi 50 años cotizados, él se jubiló con 59 años, “una edad estupenda para hacerlo”. “¿Por qué el talento tiene que ir dirigido a las empresas? ¿Por qué no te puedes jubilar con 59 años y dedicar tu talento otros segmentos? Por ejemplo, en un sindicato o en la lucha vecinal. Puedes formarte, puedes realizar cursos en la universidad, puedes tener vida cultural. Somos un gran valor”, reflexiona Jordi, que nunca ha dejado de luchar en su trinchera, las asociaciones vecinales. 

Jordi Soler, micrófono en mano, durante una asamblea. |

La emancipación de los jóvenes

Jordi es consciente de la suerte que tuvo al jubilarse en un campo que, al menos hace unos años, se caracterizaba por unas buenas condiciones salariales. “Las empresas están echando a muchísimos mayores. Cuidado con este tema. Si te queda una pensión de miseria o si vives de alquiler porque no tienes pagada una casa, o si necesitas unos cuidados especiales que no te dan los servicios públicos, ¿cómo te vas a apañar?”, se plantea.

Otro problema añadido es saber que tus hijos van a depender de ti hasta no se sabe muy bien cuándo. La independencia de los jóvenes es una entelequia por los desorbitados precios de la vivienda y las escasas oportunidades de empleo estable. Es un rompecabezas que afecta a la generación mayor, personas que, además, afrontan el tabú que implica envejecer y el lógico miedo que conlleva el deterioro físico y el peligro que corre la salud.

Por suerte, los hijos de Jordi, de 41 y 38 años, son independientes y ya han formado sus propias familias. “Mi mujer y yo vamos tirando. Nuestros hijos, entre hipotecas y escuelas, van apretados. Sobre todo mi hija, que vive de alquiler, y es un problema. La casa es una enorme dificultad para los jóvenes y también para los mayores. ¿Qué haces si te jubilan y ganas una pensión de 900 euros y tienes que pagar el alquiler cada mes? Por no hablar de los mayores que tienen problemas de salud y necesitan, por ejemplo, una residencia. ¿Quién las puede pagar?”, se pregunta.

Jordi, independentista catalán desde los tiempos en los que nadie lo era, está convencido de que la “lucha no se acaba nunca”. Una lucha sin cuartel, enumera, contra el machismo, el racismo, la especulación inmobiliaria, la extrema derecha o el destrozo a la sanidad pública. “En los años 70 y 80, los jóvenes pensábamos que íbamos a hacer la revolución y luego se produjo la gran estafa de la Transición”, asegura.

“No nadamos en la abundancia, pero estamos bien. Eso no significa que no haya que luchar por tanta y tanta gente, mayor como yo, que lo está pasando mal. Y por los jóvenes, que son el futuro. Mientras el cuerpo aguante, yo seguiré luchando”, sostiene, con emoción, Yoyi. 

| JOAN CORTADELLAS

Trini Cuesta (Ceuta, 1953) también lleva idea de seguir luchando. De hecho, su agenda está mucho más llena ahora que cuando trabajaba como auxiliar de enfermería en la sanidad pública de Barcelona. Y eso que, separada del padre de sus hijos, tuvo una juventud realmente complicada al compaginar su empleo nocturno en urgencias con la crianza y con su militancia en el feminismo. “Soy de la generación que luchó por conseguir el divorcio”, recuerda con orgullo. A sus 69 años, con una pensión que le permite vivir sin demasiados apuros y con dos hijos independientes y tres nietos a los que disfruta, Trini sigue saliendo a la calle porque “están en juego todos los derechos conquistados”. “Tengo amigos y amigas de mi edad que mantienen a sus hijos y a sus nietos. Es una injusticia”, sentencia.

 

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