Cuando Zuleima Vázquez llegó a España en el 2006, al desarraigo de haber tenido que decir adiós a su país en contra de su voluntad, tuvo que añadir la soledad y la falta de referentes venezolanos que encontró al aterrizar. Era difícil cruzarse con paisanos suyos por entonces en Madrid, ciudad en la que reside desde que emigró. Hoy, al menos, este último pellizco lo siente menos.
“Ahora, te subes a un Uber y el conductor es venezolano, entras a una tienda y la dependienta también es de allí; haces un pedido y el rider es caraqueño, subes al metro y solo oyes acentos caribeños. Madrid se ha convertido en una pequeña Caracas, das una patada al suelo y te sale un venezolano”, dice entre risas, pero sin disimular la pena que esa constatación implica: que su país sigue expulsando a sus paisanos, cada vez más y con mayor ahínco, y que la intuición que ella tuvo hace 16 años cuando decidió hacer las maletas se ha cumplido. “Me fui porque vi claro que Venezuela no tenía solución, ni la iba a tener en muchos años. El tiempo me ha dado la razón”, suspira.
Arepas y cachapas
Zuleima habla y se emociona delante de un surtido de arepas, cachapas, tequeyoyos y empanadas gentileza de David Díaz, propietario de la cadena de restaurantes venezolanos La Cachapera, que ya tiene tres locales entre Barcelona y Madrid y pronto abrirá el cuarto. La acompañan el propio David, el informático Roberto Rodríguez y el psicólogo y profesor universitario Arnoldo Lara. No se conocían antes de este encuentro, pero les unen parecidas historias de desesperación, exilio y añoranza.
“Los venezolanos emigrados nos reconocemos por la ola que nos trajo. ¿Tú cuándo viniste?, nos preguntamos cuando nos vemos. Yo llegué con la crisis de escasez del 2015. Me cansé de andar rebuscando comida por Caracas”, dice este canario de 38 años. La suya es una emigración de ida y vuelta: su familia se marchó a Venezuela al poco de nacer él y en los últimos años han ido regresando todos con la misma decepción en el cuerpo y parecida ruina en los bolsillos.
A Díaz, el exiliado más veterano de la reunión, le sacó de su país la crisis del petróleo del 2002, cuando la entrada en tropel del Gobierno de Chaves en la empresa Petróleos de Venezuela, donde trabajaba como ingeniero, le dejó sin trabajo. “Me dieron a elegir: o me afiliaba al partido chavista o me marchaba, y a mis 22 años no quise unir mi destino a aquel disparate que claramente iba a acabar mal”, recuerda.
Sentimiento de nostalgia
Una beca de la fundación La Salle le trajo a Barcelona y su brillante expediente académico la abrió las puertas de varias multinacionales en las que ha estado trabajando estos años. Hasta que su espíritu emprendedor, unido a un sentimiento de nostalgia que no logra borrarse de los venezolanos por más tiempo que pasen a este lado del Atlántico, le animó a montar su primer restaurante de comida de su país. “Acercar el sabor de la cachapa a mis paisanos se ha convertido en mi misión en la vida. Para mí, Venezuela son ellos, no la tierra de penurias y miserias que dejé atrás”, confiesa.
Que Venezuela sigue siendo hoy un país de calamidades lo confirma Arnoldo Lara. Tiene 30 años, llegó hace tres meses a España y su mirada aún transmite el espíritu del náufrago. “En Caracas daba clases en la universidad, era psicólogo en un hospital y trabajaba de enfermero en una clínica, pero ni aun así ganaba lo suficiente para sobrevivir. No pude más, me rendí. Vendí mi casa y mi coche, y compré un boleto para Madrid”, cuenta poniendo cara de asombro ante los comentarios que ha oído al llegar acerca de una presunta mejoría de la situación de su país en los últimos tiempos. “¿Mejoría? Venezuela va de mal en peor. El venezolano medio está cansado y desesperado, y solo tienen una ilusión: poder emigrar algún día”, reconoce.
Tablero internacional
Las cifras del padrón corroboran esa impresión. El año en que Zuleima emigró, en España residían menos de 50.000 venezolanos. Hoy, esta comunidad la forman 250.000, a la que se han incorporado 31.000 nuevos emigrantes en el primer semestre de 2022. Junto a la ucraniana, la venezolana es la colonia extranjera que más ha crecido en el último año, y es precisamente la guerra de Ucrania la que ha provocado movimientos en el tablero internacional que afectan a Venezuela y que, a 3.000 kilómetros de Kiev y 7.000 de Caracas, generan expresiones de desconfianza entre la comunidad emigrante del país caribeño.
En las últimas semanas se han acumulado las noticias que apuntan hacia un acercamiento entre la administración Biden y el régimen bolivariano, y hasta Macron ha vuelto a hablar en público de “mi presidente Maduro”. A falta de combustible ruso, el petróleo venezolano ha recuperado atractivo en el mercado internacional y los analistas hacen cálculos sobre si podríamos estar ante una nueva etapa en la vida de los venezolanos. “Que nadie se llame a engaños: esos nuevos vientos solo van a servir para dar oxígeno al Gobierno, pero no beneficiarán a la población. Es la peor noticia que podíamos esperar, porque esto fortalecerá aún más al régimen”, opina David Díaz.
Entre las muchas paradojas que encierra Venezuela, una de las más llamativas es que la riqueza del país haya crecido en los últimos años mientras la miseria gana terreno en sus calles. “Porque no hay una Venezuela, sino dos. Una la forma el pueblo, cada día más precarizado, y la otra la compone la oligarquía chavista, que está cada vez más enriquecida”, cuenta Zuleima Vázquez.
A esta última, David Díaz la llama “boliburguesía”. “Es una nueva clase social formada por los mandatarios del régimen y sus hijos. Muchos de ellos han venido a estudiar en los mejores colegios europeos y otros están invirtiendo cantidades ingentes de dólares en España. Madrid está plagado de testaferros de Maduro. Si ahora empieza a llegar dinero a Venezuela, será para ellos, no para el pueblo”, pronostica el empresario.
Corrupción
Más paradojas: “Semanas antes de salir de Caracas, en la plaza de Altamira abrieron dos tiendas de Ferrari. ¿Alguien cree que un venezolano normal puede comprarse un Ferrari con un sueldo medio de 25 dólares al mes?”, cuenta Lara. “La corrupción ha penetrado tan profundamente la sociedad venezolana que necesitaríamos muchos años libres de chavismo para cambiar esos hábitos”, añade Díaz.
La comunidad venezolana emigrada a España ve tan remoto ese día que ni siquiera se atreve a pensar en él. “La oposición se ha mostrado incapaz de conseguir cambios y los intentos que impulsaron Juan Guaidó y Leopoldo López resultaron ser tan improvisados como frustrantes”, se lamenta Roberto Rodríguez, coordinador de la plataforma Venezolanos por España, que creó para dar apoyo a sus paisanos que llegan como él llegó: listos para empezar una nueva vida desde cero.
A sus 48 años, Zuleima Vázquez, maestra de infantil en Caracas y teleoperadora en Madrid, no se plantea volver. “De visita, sí. ¿Pero a vivir? No me lo imagino”, reconoce. Les queda el consuelo de ser cada vez más en España. “El régimen ha conseguido que los venezolanos pierdan la esperanza de vivir mejor y que su única aspiración consista en emigrar. Aquí estamos con arepas y cachapas para recibirles”, concluye el restaurador David Díaz.