Es prácticamente igual a cero el número de pedazos que puede dejar flotando una aeronave de metal que se ha estrellado contra el mar desde una altura de 11.000 metros, impactando probablemente a velocidad de caída libre, o sea nueve metros por segundo al cuadrado, y con una envergadura de 20 metros entre las puntas de sus alas. O, lo que es lo mismo: todo lo que de estratégicamente valioso haya podido quedar del dron americano tras su derribo el pasado martes 14 por un caza ruso sobre aguas del mar Negro estará en el fondo, a una profundidad que, en esa zona, se calcula de unos 1.400 metros. La recuperación de los restos que se estaría planteando Rusia se presenta por su principal competidor global como una misión imposible.
“Esa es mucha agua, pero hay precedentes de rescates y de operaciones a esa profundidad por parte de aparatos rusos que fueron diseñados bajo la necesidad de adiestrarse para dar apoyo a submarinos y naves espaciales hundidas”, empieza a explicar una de las fuentes de la Armada española consultadas por este diario sobre la posibilidad de esta recuperación. Ha sido preguntada por la posibilidad y no por la certeza, porque no hay confirmación oficial, ni en fuentes militares abiertas, de que Rusia haya emprendido la búsqueda de restos del dron, como se viene especulando en diversos medios internacionales desde un poco antes de este fin de semana.
Entre esos medios, el británico ‘The Guardian’ ha recogido palabras del secretario del Consejo de Seguridad de la Federación Rusa, Nikolay Patrushev, que aseguraba el pasado jueves que su marina de guerra “se encargará de ello”, en alusión a la misión de rescate. Para John Kirby, el portavoz en materia de seguridad nacional de Estados Unidos, que quede algo recuperable es “muy poco probable”, según dijo también el jueves. El dron se habría pulverizado en su choque contra la superficie del mar.
Demasiada sal
El tiempo, en cualquier caso, tampoco juega a favor de esa búsqueda. Lo más valioso que se podría buscar, información militar, está en “componentes electrónicos que se llevan mal con el agua salada“, explica un experto oficial buceador de la Armada. El golpe, la sal y la presión en el lecho marino pueden haber destruido lo que movería a un país enemigo de Estados Unidos a emprender los trabajos: dos elementos clave: el plan de vuelo del aparato derribado y lo que quede de lo que grabó en su labor de vigilancia.
El dron es un MQ-9 Reaper, el avión observador no tripulado más grande y con más autonomía de los que tiene declarados la fuerza aérea norteamericana. Su mecánica no tiene misterios, muy probablemente, para los ingenieros rusos. Pero sí su sistema de comunicaciones, su software de orientación y, sobre todo, la trayectoria que se le ordenó esa mañana. En este caso “tan valioso puede resultar saber qué vio el dron como qué quería ver”, indica la primera de las fuentes preguntadas.
La información que rodea a la supuesta operación es poco precisa. En los dos primeros días tras el incidente, diversos medios anglosajones apostaron sin confirmación en firme del Pentágono por que el aparato se había precipitado al mar a unos 114 kilómetros de la costa suroeste de Crimea, en aguas internacionales. La US Air Force precisó más adelante que, si bien ese pudo ser el punto de interceptación por el caza ruso Su-27, el dron MQ-9 fue golpeado y finalmente derribado más al sur.
El lugar sobre el que se le podría buscar es un punto muy alejado de tierra firme, en el cruce entre la vertical de Novi Bilyari (Ucrania) con la horizontal de Balgarevo, en la costa ya de Bulgaria. Se trata de un lugar muy poco frecuentado por el tráfico comercial en estos tiempos de guerra, por encima de la principal autopista del mar Negro, que es la línea recta entre Novorossysk y Estambul.
Cuestión de derechos
El principal mapa abierto y continuo de localización de buques, Vesselfinder, no señalaba este sábado ninguna embarcación conocida navegando en las cercanías del supuesto lugar del derribo. Pero Vesselfinder indica la posición de los buques con AIS, el sistema internacional de señalización Automatic Identification Sistem, que no llevan precisamente conectado los barcos implicados en las operaciones de una guerra.
Uno de ellos, el Kommuna, es la principal herramienta rusa en esas aguas para una misión de este tipo. Ese barco de rescate de submarinos, el más viejo sistema naval actualmente en activo en el mundo -va a cumplir 111 años-, ya participó en labores de recuperación de restos cuando Rusia perdió al destructor Moskova, en abril del año pasado.
Ninguna de las autoridades norteamericanas que han hablado del incidente han dicho que Estados Unidos vaya a renunciar a la propiedad del Reaper destruido. Sus restos están en aguas internacionales, y le corresponde el derecho de recuperarlos. Pero no hay barcos de la US Navy en el Mar Negro. La convención de Montreux da desde 1936 la llave de ese mar a Turquía, el país que domina los estrechos del Bósforo y los Dardanelos, y niega el paso a buques de guerra de países que no sean ribereños de ese mar.
Si bien es muy poco probable que un barco norteamericano acuda a recuperar restos, “Estados Unidos tiene muchos amigos en la zona”, indicó el miércoles pasado el general jefe del Estado Mayor Conjunto norteamericano, Mark Milley. Uno de ellos, aliado además en la OTAN, ha recibido un importante apoyo militar a comienzos de año. El Pentágono autorizó en la última semana de enero la venta a Rumanía del sistema NSM CDS de baterías móviles costeras de misiles, que fabrica la firma norteamericana Raytheon con la noruega Kongsberg, una de las más ágiles, avanzadas y potentes armas antibuque actualmente operativas.
No navega pero sí influye Estados Unidos en las aguas hoy más peligrosas de Europa. El dron pudo despegar de un portaviones del despliegue naval que la OTAN tiene colocado, con misiones de vigilancia y disuasión, en el Mediterráneo oriental. Estados Unidos opera a diario desde hace un año drones de observación sobre el Mar Negro. La convención no niega -ni podría negar- el paso a aeronaves. Los drones americanos -y también el radar español que el Regimiento Tigru del Ejército del Aire tiene en funcionamiento en la costa rumana, cerca de Constanza- son ojos de la OTAN sobre toda la dimensión naval de la guerra de Ucrania y, como apuntan las dos fuentes consultadas, siguen volando sobre esas aguas desde el día siguiente al incidente.