Es una escena famosa de la película Mujer bonita: Richard Gere lleva a Julia Roberts a la ópera. Julia Roberts trabaja de prostituta, no tiene estudios, y nunca en su vida escuchó una ópera. Richard Gere le dice: “La reacción de la gente la primera vez que ven una ópera es algo muy especial. O les encanta o la odian. Si les encanta, es para siempre. Si la odian, pueden llegar a apreciarla, pero nunca les llegará al corazón.” Bajan las luces, empieza la ópera. Al rato, algo pasa en la cara de Julia Roberts. No entiende el libreto italiano, no sabría distinguir un violín de un saxofón. Pero tiene los ojos llenos de lágrimas. Le encanta, y es para siempre.
Yo soy Julia Roberts en este mundial. O casi. Digo casi porque, aunque nunca fui futbolero, con los años aprendí a emocionarme con un buen partido de fútbol. A distinguir un offside, una gambeta, un contragolpe. Pero sería incapaz de disertar sobre fútbol. Eso me pone en una buena posición para hablar de este mundial. Porque en este mundial todas las Julias Roberts del fútbol nos encontramos, sin saber cómo ni por qué, con los ojos llenos de lágrimas, y sabiendo, sin necesidad de decirlo, que es para siempre. Facundo Landívar expresó esa sorpresa en twitter, horas antes de la final: “¿No les agarra de golpe que se emocionan con cualquier boludez y les dan unas enormes ganas de llorar? Estamos grandes y curtidos, pero esto es excepcional.”
Yo sé por qué es excepcional. Al menos en mi caso, y al menos en parte. Tengo tres hijos; ninguno había visto a Argentina campeón. Y quiero ser sincero: ninguno lloró cuando Argentina fue derrotada en mundiales anteriores. Pero los tres tienen un lazo emocional con Messi. Yo quería (como la mayor parte del planeta Tierra) que mis hijos vieran ganar a Messi. Quería (como la mayor parte del planeta Tierra) que Messi se sacara el estigma, que se la mandara guardar a los que le dijeron pecho frío, a los que le reclamaban que cantara el himno, que este país maradoniano empezara a ser, de una vez, un poco más messiano. Hoy, cuando terminó la agonía y salimos a festejar a la calle, vi a mi hijo de siete años abrazado con sus amiguitos del colegio, cantando, y sentí que eso y nada más que eso era lo que quería. Que los chicos sientan felicidad y orgullo porque ganó la selección de su país, la mejor que se recuerde, con un Julián Álvarez, un Dibu Martínez, un Di María, y de la mano del mejor jugador del mundo, que es además —a diferencia de nuestro anterior genio del fútbol— un hombre bueno.
Es raro igual este deseo universal de que gane Messi. Pertenezco a un gremio, los escritores, que no se caracteriza por expresar grandes emociones fuera del papel. Y sin embargo en los últimos días intercambié mensajes manijas con Pola Oloixarac, con Maximiliano Tomas, con la escritora colombiana Pilar Quintana (que quería, ella también, que Messi levantara la copa, y me asegura que hasta sus amigos de Brasil lo querían también). El escritor francés más famoso del mundo, Michel Houellebecq, me confesó su admiración y su afecto por Messi: “El último gol contra Croacia fue una belleza”, me escribió en un mail, horas antes de la final, el autor de Ampliación del campo de batalla. “Apoyo totalmente a la Argentina… La idea de que Messi pueda terminar su carrera sin haber ganado la Copa del Mundo me resulta muy dolorosa.” Otra escritora francesa, Yasmina Reza, la autora de “Art”, me confesó que tenía el corazón dividido; yo le respondí en broma que los bleus tenían a Mbappé, pero nosotros contábamos con Reza y Houellebecq. En el entretiempo me escribió: “¿Viste qué bien jugamos Michel y yo?”
Es raro pensar que habré compartido con esos colegas lejanos, y con millones de personas más, el deseo de ver feliz a Lionel Messi. De verlo feliz para ser felices nosotros. Es rara esta comunión universal. Creo que hay que tomarla sin tratar de explicarla, como recomendaba hacer Borges con la felicidad. Así la comparto a estas horas con mis hijos. Cuando, en el futuro, queramos revivirla, miraremos juntos las grandes jugadas de este mundial; y si alguna vez quieren entender por qué estas lágrimas, y por qué es para siempre, tal vez miremos juntos Mujer bonita.