Gonzalo Garcés. Historias cruzadas con sabor a oralidad

Aunque el nuevo libro de Gonzalo Garcés (Buenos Aires, 1974) no es una novela, ni un volumen de cuentos ni un ensayo, en El tango de Oscar Wilde y otras historias cruzadas (Planeta) aparecen tradiciones, autores y personajes, y también recursos, temáticas y entonaciones de esos y otros géneros literarios. Su origen tiene que ver con la música, las redes sociales y la voz. En 2020, en el momento más paralizante de la pandemia, Garcés había sido invitado por el escritor y periodista Jorge Fernández Díaz a su programa nocturno en Radio Mitre, Pensándolo bien, para que desarrollara una tesis compartida en Twitter acerca de las canciones de Charly García.

Portada de “El tango de Oscar Wilde”, de Gonzalo Garcés

“A comienzos de 2020 se me ocurrió tuitear que las canciones de Charly cuentan, entre líneas, la historia de una pareja, desde el primer enamoramiento en ‘Quiero ver, quiero ser, quiero entrar’ hasta el balance final de ‘Filosofía barata y zapatos de goma’ –recuerda Garcés–. Jorge me invitó a defender esa idea. Nos gustó tanto que empecé a contar regularmente en el programa esas historias cruzadas: Simon y Garfunkel y el falso mesías Shabbatai Zevi, Elvis Presley y los trovadores provenzales, Oscar Wilde y el mundo del tango. Desde entonces, cada martes cuento una historia en la radio”.

Más de treinta columnas radiales convertidas en textos forman parte del séptimo libro del autor. “Algunos son cuentos; otros, historias reales, y otros, a medio camino entre la narración y la reflexión, que merecen este nombre de ‘articuento’. Los temas, hasta donde puedo ver, son el deseo de lo imposible, los vínculos entre mundos diferentes, las hazañas de la imaginación, los dilemas de la vida en pareja”, dice Garcés. También se puede seguir, a la manera de una novela por entregas, episodios de la vida de un personaje femenino, Carla, a quien el autor intenta comprender y proteger.

Todas las historias, las reales y las inventadas, fueron narradas por Garcés en el programa radial. “La recepción que tuvieron simplemente me cambió la vida como escritor –afirma–. Me desarmó lo emotivo de los mensajes. No menosprecio la crítica literaria: yo mismo publiqué mucha crítica. Pero una parte de la crítica profesional se ha vuelto una operación mecánica, reducida a describir la ‘estrategia narrativa’ o a relacionar el texto con determinada tradición, y eso me hace tomarla con cierto escepticismo. En cambio, es muy raro que alguien mienta cuando dice ‘Este relato me hizo llorar’ o ‘Me alegró el día’ o ‘Me ayudó a pasar un duelo’. Esas son las respuestas de los oyentes de radio y para mí no hay nada que tenga más valor. Establece un pacto diferente, un ida y vuelta donde uno, en cierta medida, produce algo en colaboración con los que escuchan, y donde hay un compromiso afectivo para producir algo que valga el tiempo y la atención del otro”.

En las páginas de El tango de Oscar Wilde conviven Manuel Mujica Lainez y el pintor letón Emil Adam, Moria Casán y Jorge Luis Borges, un donjuán de Villa Crespo y un pariente lejano del autor, Armando Braun; los príncipes Hamlet y Luis Alberto Spinetta, Charles De Gaulle y el arquitecto de Hitler. “Para mí no hay diferencia, en términos de oficio, en escribir sobre la serie Breaking Bad, una suite de Bach, la vida de Albert Speer o hacer una ficción pura –asegura el autor–. Pero además, muchos de estos relatos tematizan las conexiones entre cultura alta y cultura popular. En ‘Un amour de Ross’, sostengo que el tema de los celos en Marcel Proust se trata de una manera muy parecida en la serie Friends: así como Swann no sentía ninguna pasión especial por Odette hasta que ella empieza a ignorarlo, tampoco Rachel se enamora de Ross hasta que él empieza a salir con otra chica. La visión del amor que tienen los guionistas de Friends es tan pesimista como la de Proust, aunque se note menos gracias a la ilusión cómica. Las diferencias entre los géneros artísticos son superficiales”.

Gracias a esta experiencia de “literatura radial”, hubo un aprendizaje. “Nunca había pensado en la literatura oral, qué la hace diferente, y la radio me hizo pensar en eso –responde–. El Antiguo Testamento, por ejemplo, es literatura oral. Es evidente que el Génesis o el Éxodo pasaron por muchas bocas antes de escribirse. Esos relatos están reducidos a lo que puede marcar a fuego la memoria; a todo lo demás lo borró el tiempo. En el episodio de la lucha de Jacob con el ángel, cada detalle es inolvidable: que no sepamos por qué luchan, que Jacob le pida al otro que lo bendiga, que el ángel le descoyunte el muslo. Esa concisión extrema también está en los últimos relatos de Borges, que es muy notorio que fueron dictados. Esos fueron mis modelos al hacer estas historias para la radio, y en algún momento pensé: si gozo contando estas historias de esta forma, omitiendo todo salvo lo que necesito para intrigar a mi interlocutor, retener su atención o emocionarlo, ¿por qué no hago lo mismo en mi novela? Eso hice y la terminé en seis meses. De nuevo: para mí la radio es una experiencia feliz por donde la mire”.

Una vez incorporado al equipo del programa de Fernández Díaz (que prologa El tango de Oscar Wilde), Garcés comenzó a abordar temas de actualidad social y política. “Creo que el de Alberto Fernández es el peor gobierno de la democracia –sostiene–. Los hechos por los que va a ser recordado son la cuarentena interminable, los asesinados por salir de su casa como Magalí Morales o Luis Espinoza, la fiesta de Olivos, las escuelas cerradas, los negociados con las vacunas, la inflación del 100% anual y el sainete grotesco entre Cristina y Alberto mientras todo se hunde”.

¿Cómo debería ser en su opinión un nuevo gobierno de Juntos por el Cambio? “No lo sé, pero ojalá incluya una reforma laboral para generar trabajo, una reforma del Estado para dejar el ciclo del endeudamiento, la emisión y la inflación, y una reforma educativa para recuperar el capital humano –dice–. También me gustaría, pero no sé en qué medida eso vendrá del gobierno o de la sociedad, una narrativa nacional menos caníbal, menos apoyada en la confrontación; una narrativa más generosa, que entienda al país como un conjunto de sectores legítimos que colaboran y negocian entre sí, no como una lucha entre patria y antipatria”.

Además de escribir en diarios y revistas y publicar libros de ficción y no ficción, Garcés fue editor en el sello Galerna por varios años. “En el último tiempo estuve tan metido en mis propios libros que no tengo una idea muy clara del estado actual del mundo editorial –admite–. De la literatura argentina me gustan Pola Oloixarac, Samanta Schweblin, Marcelo Birmajer, los policiales de Fernández Díaz y como ensayista, Pablo Maurette. Una cosa que noto es que los libros que despiertan más interés tienen que ver con las mujeres: más específicamente, con los nuevos roles, triunfos, crisis y dilemas de las mujeres. Supongo que pasa en cada época con el sujeto central de la sociedad, y hoy lo son las mujeres”.

Presiente que la literatura “pierde algo” si se la circunscribe solamente a la imaginación. “Aunque de hecho así es la literatura de ficción –reconoce–. Pero me gusta más trabajar con la idea de llegar a alguna clase de verdad, ya sea de orden fáctico o psicológico o poético, y que la imaginación se dé por añadidura. Hace poco una amiga que no suele leer ficción me dijo con una especie de asombro: ‘Me di cuenta de que en las novelas también hay verdad’. Celebro eso. El placer estético, visto de cerca, es placer intelectual: es el descubrimiento que se hace, al leer un poema o una ficción, de una lógica, un patrón, una verdad que estaba oculta y que de pronto sale a la luz. En ese sentido, no hay una diferencia tan esencial entre entender Las Meninas de Velázquez, llegar a la solución de un relato policial o entender la posguerra europea leyendo a Tony Judt”. En los relatos de El tango de Oscar Wilde los lectores acceden a “verdades oscuras” de la realidad y la ficción por medio del humor, la tragedia y la aventura que conlleva cualquier transformación.

Para Garcés, que escribió en LA NACION sobre el fenómeno de las cancelaciones y el movimiento woke, la corrección política empieza a perder terreno en el mundo de la cultura. “Hubo un momento álgido, hará cinco o seis años, en el que tuve miedo porque realmente la ola de la corrección política y la cancelación parecía imparable e íbamos derecho a una sociedad de censura extrema como la de los puritanos de Salem –grafica–. Pero hoy, aunque el delirio woke es más estridente que nunca, la sociedad ya generó anticuerpos y creo más bien que por muchos años habrá tensión y discusiones furiosas en torno a esto, pero que no bajará un manto de conformismo asfixiante a la manera de las sociedades estalinistas. Por lo menos, eso espero”.

Hace dos años, coordina con los escritores Maximiliano Tomas y Agostina Dattilo el Círculo de Lectores El Zahir. “El nombre viene del cuento de Borges, de la idea de algo inolvidable; en este caso, un libro –dice–. Cada mes los socios del Círculo, sin importar si viven en Buenos Aires, en Caleta Olivia, en Salta o en Uspallata, reciben en su casa un libro. Ese libro es sorpresa, solo saben que es un clásico del siglo XX. Durante un mes leemos todos al mismo tiempo y todos reciben cartas, audios de WhatsApp y videos con pistas de lectura. El último sábado del mes hacemos una clase magistral por Zoom y un debate. Es una actividad muy linda, mucha gente nos escribe, diciendo que ahí encontró un refugio de la monotonía y la chatura de la política argentina. ¿Qué más podemos pedir?”

 

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