El largo viaje de los psicodélicos ha entrado en una nueva y prometedora fase en EEUU. La exploración del potencial de las terapias con sustancias como la psilocibina, el MDMA, el LSD o la ketamina para tratar trastornos mentales -que van desde la depresión y el abuso de sustancias hasta los desórdenes alimentarios, el estrés postraumático, la anorexia nerviosa o el estrés de enfermos terminales- vive una auténtica edad de oro en el país. Y no es precisamente una alucinación este renacimiento, que se desarrolla en paralelo a la confirmación de una severa crisis de salud mental que afecta a casi uno de cada cinco adultos estadounidenses, y de adicciones.
Desde que en septiembre de 2019 abrió el pionero Centro de Investigación Psicodélica y de la Conciencia en la Universidad John Hopkins, han proliferado centros especializados en la investigación en otras instituciones de prestigio como las universidades de Nueva York, Berkeley o Yale o el hospital Monte Sinaí.
Un negocio de 3.600 millones
Su trabajo se suma al de entidades como la Asociación Multidisciplinar para Estudios Psicodélicos, que lleva desde 1991 investigando en este terreno. También, al de decenas de empresas privadas como Compass Pathways, Atai LifeScience o MindMed. Más de 30 de ellas ya cotizan en la bolsa y crean un mercado que el año pasado ascendía a 3.600 millones de dólares, con expectativas de elevarse a 8.300 millones para 2028. La nueva oleada, además, se mueve impulsada por filántropos e inversores.
Avanza también la aceptación social y política de los psicodélicos como terapia, tanto en gobiernos estatales como en Washington. De hecho, este campo científico ya despuntó en los años 50 y 60, pero a partir de los años 70 se demonizó y fue condenado al ostracismo por las autoridades, que aprovecharon el salto de los psicodélicos de los laboratorios a la contracultura para ilegalizar sustancias y frenar lo que era un prometedor campo de investigación.
Punto de inflexión
No obstante, esta eclosión de los psicodélicos como terapia lleva años gestándose. Aunque la investigación, y el consumo, nunca desaparecieron y pese a que en los años 90 hubo ya una reactivación de estudios controlados, en 2006 llegó un punto de inflexión.
Aquel año se publicó en el ‘Journal of Psychopharmacology’ un estudio titulado ‘La psilocibina puede ocasionar experiencias de tipo místico con significado personal sustancial y sostenido y una sentido espiritual’, con el que se derribaron barreras. Ese mismo año, el Tribunal Supremo dictó una sentencia a favor de una secta brasileña a la que permitieron importar a EEUU para sus rituales ayahuasca, que contiene el psicodélico DMT.
Y con el incremento de los estudios llegó el ‘boom’, especialmente con la publicación en 2016 de otro estudio que probaba el importante beneficio de la psilocibina en enfermos terminales de cáncer (casi el 80% de los cuales vio reducida su ansiedad y depresión). O con la publicación en 2018 del libro de Michael Pollan ‘Cómo cambiar tu mente’. Tras 50 años de propaganda y de una guerra contra las drogas que en EEUU es cada vez vista con más recelo y escepticismo, la percepción está cambiando.
La ciencia
Ahora se vuelve a hablar de la gran promesa de los psicodélicos, que en su forma natural han sido usados durante siglos. Aunque queda mucho por entender sobre sus mecánicas cognitivas y terapéuticas y los estudios son aún limitados, los resultados de muchos de los realizados son destacables. Lo que la investigación está demostrado es la capacidad de estas sustancias para intensificar la neuroplasticidad del cerebro, creando nuevas vías y conexiones neuronales que pueden cambiar patrones negativos de pensamiento y permiten procesar traumas o recuperar el control sobre la ansiedad o los impulsos depresivos.
Los psicodélicos trabajan mucho más rápido y más intensamente que los antidepresivos, tienen menos efectos secundarios, no se ha probado que provoquen dependencia física y no requieren un consumo diario durante años. Esa misma rapidez es la que los convierte en un mal modelo de negocio, lo que explica la intensa búsqueda de patentes del sector privado, no ya solo de nuevos compuestos con moléculas basadas en los psicodélicos pero de actuación más rápida y sin el “viaje” ( lo que desata dudas entre los investigadores convencidos de que las poderosas experiencias místicas y emocionales son parte fundamental de su efectividad), sino también de terapias y espacios para recibir los tratamientos.
Política
Pese a que los principales psicodélicos sigan siendo ilegales y clasificados por la DEA como sustancias a las que no ven beneficios médicos y sí potencial de abuso (o con riesgo de dependencia aunque tengan potencial médico), el cambio social y político es también evidente en EEUU.
En las recientes elecciones de medio mandato, los ciudadanos de Colorado convirtieron al estado en el segundo que legaliza el cultivo y uso personal para mayores de 21 años de la psilocibina, el principio activo de los hongos alucinógenos, que dos años antes había sido descriminalizado para uso médico por los ciudadanos de Oregón. La legalización también se ha ido dando desde 2019 en algunas ciudades, empezando por Denver y pasando por Washington DC, Seattle y varias urbes de California, Massachusetts y Michigan.
Estudios en Texas
Más allá de la exploración personal de estos compuestos psicotrópicos (y del auge de las microdosis, un auténtico fenómeno social que se extiende desde Silicon Valley hasta en grupos de madres), hay una apuesta científica, empresarial y política por la investigación de tratamientos con dosis completas en espacios médicos, bajo supervisión y acompañados por terapia psicológica. Estados como Texas están financiando estudios para explorar el tratamiento con LSD del estrés postraumático, en buena parte por el impacto que este tiene en los veteranos de guerra del país. El 13% de quienes han pasado por las fuerzas armadas lo sufre y el Departamento de Veteranos gastó 17.000 millones de dólares en pagos por discapacidad a un millón de afectados.
El pasado julio la congresista Alexandria Ocasio Cortez consiguió incluir en el presupuesto de Defensa una enmienda que apoya la investigación para veteranos y militares en activo. También en las cámaras hay dos propuestas de ley para forzar a la DEA a dejar de prohibir que pacientes terminales tomen sustancias controladas que han pasado fases previas de estudios clínicos y para crear investigación y programas pilotos en el departamento de asuntos de Veteranos. Y el mes pasado, justo un día después de que se aprobara en EEUU una ley para expandir la investigación del uso médico de la marihuana, nació en la Cámara Baja un caucus específicamente dedicado al avance de los tratamientos con psicodélicos.
Cambios inminentes
En julio se hizo pública una carta del Departamento de Sanidad en la que se refleja el convencimiento de la Administración de Joe Biden de que la Agencia Federal del Medicamento dará luz verde en los dos próximos años al empleo del MDMA en terapias para abordar el estrés postraumático y de la psilocibina para la depresión. La agencia antes ya había autorizado el uso de esos psicodélicos en ensayos clínicos y hace tres años aprobó un fármaco con esketamina con el que se tratan depresiones resistentes a otros tratamientos (que también tiene la aprobación de la Agencia Europa del Medicamento). Con la ketamina también aprobada como anestésico, pero recetada a menudo para la depresión, cientos de clínicas dedicadas a la sustancia han abierto en en todo el país.
La Administración de Servicios de Salud Mental y Abuso de Sustancias “está de acuerdo en que demasiados estadounidenses están sufriendo problemas de salud mental y uso de sustancias, que han sido exacerbados por la pandemia de covid, y de que debemos explorar el potencial de terapias asistidas por psicodélicos para lidiar con esta crisis”, se leía en la misiva de la unidad del Departamento de Sanidad. En el documento también se informaba de que se explora la creación de un grupo de trabajo federal, en el que se apuesta por la colaboración con el sector privado, para prepararse ante la esperada regularización.