Escuchar el mar para proteger la naturaleza

TRANSCRIPCIÓN DEL PODCAST

Durante mucho tiempo la humanidad imaginó que las profundidades marinas eran un reino silencioso, carente de sonidos. Incluso el gran explorador de los océanos Jacques Cousteau tituló “ El mundo del silencio” al libro y la película que realizó a mediados de 1950 para dar a conocer al mundo las maravillas de un mar. Sin embargo, nada más lejos de la realidad: el mar está lleno de sonidos

Como se empezaría a descubrir años más tarde gracias a los avances en bioacústica, el mar es en realidad un magnífico auditorio. Allí se interpreta un majestuoso concierto del que nosotros los humanos, sin ayuda de la tecnología, apenas percibimos un 10%. Se trata de una sinfonía conformada por todos los sonidos que los animales intercambian entre sí, un rico paisaje sonoro que se ha venido gestando desde los orígenes de la vida. Sin embargo, a pesar de ser una sinfonía única y maravillosa, los humanos estamos interfiriendo de una forma brutal. Desde hace ya demasiado tiempo, las ruidosas actividades humanas dificultan esa comunicación submarina, con unas consecuencias devastadoras para una gran variedad de organismos.

El sonido es para muchos animales el principal medio de comunicación, tanto entre individuos de la misma especie como entre las distintas especies. Y Michel André, director del Laboratorio de Aplicaciones Bioacústicas (LAB) de la Universidad Politécnica de Cataluña, lo sabe bien. 

Nacido en Toulouse, este ingeniero y biólogo lleva más de 30 años estudiando el impacto que acarrea la contaminación acústica en el medio marino. Y no solo sobre los mamíferos, en especial los cetáceos, como se pensaba hasta hace unos años. Hoy sabemos que el ruido que producimos debajo del agua afecta también a peces, invertebrados marinos e incluso a especies de flora marina como la Posidonia oceánica. Los ejemplos de esta contaminación acústica humana son casi infinitos: tráfico marítimo, prospecciones petrolíferas, construcción de parques eólicos, puertos o puentes, campañas sísmicas, minería submarina, sonares militares y comerciales… y a muy poca gente parece importarle este impacto negativo sobre el medio ambiente.

No es el caso de André, quien tras estudiar bioquímica y fisiología animal, y biotecnología, se especializó en bioacústica en Estados Unidos. Más tarde, exactamente en 1992, llegó a las islas Canarias tras producirse varias colisiones entre embarcaciones y cetáceos. Los expertos, él incluido, apuntaron que las colisiones podrían deberse a una pérdida de capacidad auditiva de esos animales, algo que se pudo confirmar a posteriori en las autopsias. 

El origen de una preocupación

Resulta que algunos cetáceos, como los cachalotes, sufren pérdidas irreversibles de audición debido al creciente alboroto en los océanos provocado por los seres humanos. Además, estos grandes mamíferos marinos suelen emerger a la superficie de forma brusca para respirar, tras permanecer a 3.000 metros de profundidad alimentándose. Y tardan en recuperarse alrededor de 15 minutos. 

Es en ese lapso de tiempo, exhaustos por el esfuerzo, cuando son embestidos por las afiladas quillas que tan a menudo los dejan heridos de muerte. Aquellos lamentables sucesos fueron el detonante de que se iniciasen investigaciones para evaluar cómo los ruidos que produce el hombre en los océanos están relacionados con estas colisiones y plantear algún tipo de solución

En ese momento André tuvo una idea brillante: escucharía los sonidos del mar para detectar la presencia de ballenas instalando unos «oídos» bajo el agua. Y así fue como creó el primer sistema anticolisión de ballenas, llamado WACS (por sus siglas en inglés de Whale Anti-Collision System).

André tuvo una idea brillante: escucharía los sonidos del mar para detectar la presencia de ballenasinstalando unos «oídos» bajo el agua

Se trata de unas boyas pasivas acústicas fijadas en el fondo marino, a 50 metros de profundidad. Estas boyas están equipadas con micrófonos y sensores que captan el sonido o la mera presencia de los cetáceos y envían la señal a un laboratorio de detección en tierra. Desde allí se alerta a los capitanes de barco de la presencia de los animales en su zona para que eviten la colisión. 

Su invento le valió en 2002 ser uno de los laureados de los Premios Rolex a la Iniciativa, unos galardones que desde hace más de 40 años apoyan a proyectos innovadores que mejoran la vida en el planeta

Como explica el propio André, el premio nos dio visibilidad, nos permitió tener voz. Y es que gracias a ese galardón pudieron crear el LAB en Barcelona, el primer laboratorio de contaminación acústica. Además, desarrollaron el proyecto de escucha de las profundidades oceánicas LIDO que significa Listen to the Deep-Ocean Environment. 

Precisamente en el marco de este proyecto, André ha creado una red mundial de observatorios en las profundidades marinas. De momento son más de 150 puntos, que a través de varías tecnologías, escuchan los sonidos del océano las 24 horas del día. Y de este modo consiguen detectar la contaminación acústica de origen humano. 

Estos sistemas permiten diferenciar los sonidos naturales, propios de la vida marina o de los eventos geológicos, de los producidos por el ser humano. El objetivo es recabar la mayor cantidad de datos posible, cartografiar qué zonas son las que presentan mayor riesgo y actuar en consecuencia. De alguna manera Se trata de combinar los intereses de las industrias con la preservación del medio ambiente marino.

Pero sus sistemas de escucha de la Tierra no solo están ayudando a salvar especies en el mar. También las ha instalado en ecosistemas terrestres, gracias a la colaboración que el bioacústico francés ha establecido con otros Laureados Rolex. Por ejemplo, con el ambientalista Arun Krishnamurthy, dedicado a la restauración de los lagos contaminados de la India y también comprometido en la conservación de los elefantes. Con su ayuda trabaja desde 2019 en el estado de Bengala Occidental para tratar de evitar accidentes entre estos animales y los ferrocarriles. Puede parecer increíble pero más de 350 elefantes mueren cada año arrollados por los trenes. Para evitarlo, las autoridades usan sensores de imagen, pero estos detectan a los animales a un máximo de 250 metros de las vías, lo que da muy poco margen de maniobra. En cambio, los sensores acústicos captan los sonidos de los elefantes en un radio de un kilómetro, lo que permite a los conductores frenar a tiempo.

Múltiples proyectos muy ambiciosos

También ha colaborado con el espeleólogo Francesco Sauro en un trabajo desarrollado en los tepuyes de América del Sur. Juntos han puesto en marcha una nueva disciplina científica, la espeleoacústica, destinada a comprender la formación y evolución de las cavernas a través del análisis de sus paisajes sonoros.

Y en la Amazonia ha puesto en marcha, junto con el equipo del primatólogo José Márcio Ayres, un Laureado de 2002 ya fallecido, una red de escuchas en la selva amazónica que proporciona valiosos datos a los guardas del bosque. Y justo esta información les ayuda a monitorizar la salud de los ecosistemas. No solo mediante micrófonos ubicados en las copas de los árboles: también con una serie de drones extremadamente silenciosos que captan sonidos, imágenes y muestras de especies tanto en tierra como en el medio acuático. En total, están monitorizando más de una treintena de especies de mamíferos, aves, monos e insectos, y a uno de los cetáceos en mayor peligro de extinción del mundo: el delfín rosado, uno de los pocos delfines de agua dulce que existen. Y es que, como explica el propio André, el ruido de las embarcaciones es una de sus grandes amenazas, así como también la contaminación que genera la minería de la zona.

En el LAB se custodia la mayor base de datos de sonidos de la naturaleza y del impacto que los ruidos humanos ejercen sobre ella. Desde allí André participa en numerosos proyectos internacionales y combina el desarrollo de nuevos micrófonos que puedan adaptarse a distintos entornos con sistemas de inteligencia artificial y aprendizaje automático. Gracias a ellos pueden monitorizar cada vez mejor los sonidos de la Tierra. 

Hace unos años estudiaban los ecosistemas de manera independiente. Aislaban los datos del océano de los del bosque y los del desierto. Ahora, gracias a la red mundial de sensores se puede comprobar al minuto la salud de la naturaleza. Ahora los investigadores saben qué hacer para prevenir una amenaza debida a la actividad humana, desde la tala de árboles en la Amazonia hasta la caza furtiva en África o los graves ruidos industriales en los océanos. Desde cualquier lugar del mundo los científicos pueden acceder a los sonidos de la selva, de los polos, de los océanos… 

Pero la pregunta es ¿cómo afecta la contaminación acústica a la vida marina? El ruido generado por las actividades humanas causa lesiones e incluso la muerte a una gran variedad de animales. En resumen, pone en riesgo los ecosistemas marinos e impacta severamente sobre los recursos.

En los primeros estudios de contaminación acústica comprobaron que el ruido no solo les impide comunicarse, también los puede llegar a matar. Se ha podido comprobar que el ruido emitido por sonares de alta intensidad provoca grandes varamientos y muertes de cetáceos.

Muchas especies usan sonidos para comunicarse, orientarse, alimentarse y huir de los depredadores. Pero la injerencia humana causa un ruido que los estresa, induce a cambios de comportamiento y los despista a la hora de encontrar las mejores zonas de alimentación y reproducción.

La injerencia humana causa un ruido que los estresa, induce a cambios de comportamiento y los despista

Sepias, calamares, pulpos y otros invertebrados tienen un sistema auditivo formado por unos órganos sensoriales especializados que se denominan estatocistos. La contaminación acústica daña gravemente estos receptores de las vibraciones sonoras.

El ruido de origen antropogénico lesiona de forma grave y permanente a las praderas de posidonia. Daña sus órganos sensoriales, equivalentes a los estatocistos de los invertebrados, lo que afecta a sus procesos nutricionales y también a sus raíces.

Ojalá aumenten las estaciones bioacústicas de control de la naturaleza. Pero sobre todo, ojalá consigamos de esta manera evitar el impacto de la actividad humana sobre los distintos ecosistemas.

 

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