Está claro que no todo el porno es igual. No son lo mismo los vídeos de plataformas online como PornHub -ese bazar violento cuajado de mujeres arrodilladas y asfixiadas hasta la lágrima- que por ejemplo el llamado porno ético, etiqueta que celebra el deseo, el buen trato y la diversidad de género y sexual. Sin embargo, la directora sueca Erika Lust, referente de este último subgénero, considera que “ningún tipo de porno [tampoco el ético o el feminista] es adecuado para menores de edad” y que “el acceso digital debería tener la barrera de pago para evitar el consumo masivo de los adolescentes”. Más allá de eso, sí ve “absolutamente necesario” iniciar una conversación sobre la cuestión -y para hacerlo sin excesiva torpeza ha presentado este jueves The Porn Conversation, una guía para familias y educadores– que actúe como disolvente de prácticas y clichés tóxicos que moldean la sexualidad e identidad de los chavales mucho tiempo antes de empezar a tener relaciones afectivas y sexuales.
Los datos están ahí. Los últimos estudios apuntan a que, a menudo de pura casualidad, niñas y niños a partir de 8 años empiezan a darse de bruces contra contenidos pornográficos. A los 12 años, el 50% de ellos ya ha visto este tipo de vídeos. Y a la altura de los 15, los ha consumido entre el 80% y el 90% de los chavales. Lo preocupante del hecho es que siete de cada 10 escenas de estas grandes plataformas digitales contienen violencia explícita y que, ante la ausencia de la educación sexual en las familias y la escuela, se corre el riesgo de que una generación de chavales esté naturalizando y construyendo su deseo sexual alrededor de prácticas violentas. Esta misma semana, el Congreso de los diputados ha debatido sobre la cuestión y tanto PSOE como PP han rehusado limitar el acceso de los menores, tal como ya está ensayando Francia.
Ni culpa ni vergüenza
Y luego está también el aumento de las denuncias de violencia sexual entre menores, los ataques múltiples y algo que ya empieza a ser recurrente: la grabación de la agresión. “La violencia sexual ha existido siempre, no es algo que haya llegado con el porno, pero sí es cierto que ya va siendo hora de empezar a hablar desde edades tempranas”, señala Lust, también madre de adolescentes.
Para hacerlo sin que niños y adolescentes vivan el diálogo como quien se adentra en un inframundo vergonzoso, Lust comparte algunas estrategias según la edad. No es lo mismo hablar de porno y sexualidad con niños de 8 o 10 años que con adolescentes de 16. Más allá de eso, sin embargo, sí hay algo fundamental: nunca entrar en el teléfono o el portátil de los hijos como geos asaltando la casa de un narco, ni culpabilizarlos ni avergonzarlos por ver o haber visto porno.
Racismo y brecha de orgasmos
“Si el tema crea incomodidad en la familia, siempre se puede empezar a hablar en el coche, por ejemplo, donde no hace falta que nos estemos mirando”, apunta la directora, que ha escrito la guía junto con la sexóloga clínica Avril Luise Clarke.
El material del proyecto, que no tiene fines de lucro, se presenta como un auténtico tutorial para mantener este tipo de conversaciones sin acabar diciendo estupideces y hablando al vacío. “Es tan importante que tengan claro que compartir material sexual de menores es delito como que fomentemos su pensamiento crítico” ante un tipo de porno, insiste, que demasiado a menudo se “construye sobre la violencia estructural”, el racismo y la sumisión femenina. “Las mujeres aún se representan como una mera herramienta para el placer masculino, existe una fabulosa brecha de orgasmos”, afirma Lust, que este miércoles por la noche presenta su nueva película, ‘The wedding’.