En las trincheras de la salud mental adolescente: “Tras dejar el hospital de día, quedan semiabandonados”

Las urgencias y unidades psiquiátricas de los hospitales han experimentado un aluvión de pacientes debido al empeoramiento de la salud mental que ha provocado la pandemia. Los jóvenes son uno de los colectivos más afectados. El hospital de día de niños y adolescentes del Hospital Clínic de Barcelona atiende fundamentalmente a menores, de entre 8 y 17 años, con trastornos mentales graves (psicosis, depresión), trastornos de la conducta alimentaria (TCA) y trastornos del espectro autista.

El aumento descomunal de TCA se produjo sobre todo durante la pandemia; ahora el crecimiento se ha estabilizado. Pero hay una cosa que preocupa especialmente a los especialistas: la falta de continuidad de los cuidados de la salud mental de estos menores una vez les dan el alta. Los hospitales paran el primer golpe, pues contienen los casos más agudos. Pero, ¿qué ocurre una vez salen a la calle?

“Lo que más me preocupa es la disponibilidad y la capacidad de sostén del sistema de apoyo inmediato de los menores. Los niños y niñas que están aquí tienen un tratamiento muy intensivo que les da la estructura que necesitan. Cuando reciben el alta, la red comunitaria -familia, condiciones de vida, escuela y servicios sociales-, que deben ayudar a mantenerlos en su entorno, a menudo no tiene los recursos ni la organización para hacerlo. Muchas familias sencillamente no pueden, y el sistema de protección social no siempre va al ritmo que necesitamos”, apunta Astrid Morer, del Servicio de Psiquiatría y Psicología Infantil y Juvenil del Clínic, y que trabaja en el hospital de día del centro.

Según Morer, esta unidad trata las “crisis agudas” e intenta que el menor se “reincorpore” a su vida comunitaria. “Pero, a pesar de los esfuerzos que se están haciendo, a menudo nos falta atención a la diversidad. Echamos de menos una red social que facilite la transición para la readaptación en la sociedad”, explica esta psiquiatra.

El hospital de día del Clínic aumentó de 20 a 30 las plazas para usuarias (mayoritariamente son niñas) con TCA una vez estalló el covid-19. Ahora mismo están cubiertas unas 25. La Conselleria de Salut “ha invertido” en programas de salud mental comunitarios (por ejemplo, contrató a más psicólogos para los CAP) que empiezan a funcionar “ahora”. La tensión sigue existiendo, pero está “más repartida” entre los dispositivos asistenciales, dice Morer. Sin embargo, siguen faltando “más red comunitaria” y “más profesionales formados en salud mental de la infancia y la adolescencia”. Las urgencias del hospital son un “buen observatorio” donde ver los puntos débiles del sistema.

Faltan psicólogos

Suscribe esta idea Sara Bujalance, directora de la Associació contra l’Anorèxia i la Bulímia. “Hay niñas con un TCA grave que tienen la suerte de ir a parar a una unidad como la del Clínic, donde hay un equipo especializado. Pero al salir de estas unidades, se van a la atención comunitaria, a los centros de salud mental infantojuvenil, los CSMIJ [que atiende a casos menos graves o leves y que hacen de enlace entre el hospital y el CAP] y allí hay mucha falta de recursos y de acompañamiento. Esto que le preocupa a la doctora Morer es también una preocupación de las escuelas”, apunta Bujalance.

La continuidad de los cuidados es un “problema” y “reto” a conseguir. Al salir de los hospitales, muchos de estos niños con un problema de salud mental quedan “semiabandonados”, en palabras de Bujalance. “Falta que la comunidad se coordine con la unidad altamente especializada y que tenga recursos y profesionales”, insiste. “El problema es que faltan psicólogos. En el CSMIJ normalmente hacen seguimiento una vez al mes y así difícilmente se le puede dar la mano al paciente”, valora.

El riesgo del reingreso

Tampoco es una carencia de las escuelas (“ya bastante carga de trabajo tienen los profesores”), sino que se trata de “desinstitucionalizar” la salud mental. “Todo el trabajo que se pueda hacer fuera del entorno hospitalario, mejor”, dice Bujalance. Además, uno de los riesgos al salir de la atención especializada y no encontrar apoyo fuera es acabar reingresando de nuevo en un hospital. “En el día a día vemos pacientes a las que les dan el alta y quedan abandonadas. Aunque es verdad que el reingreso no tiene una única causa concreta, sino que su origen es multifactorial”.

Sin embargo, Rosa Calvo, coordinadora del CSMIJ Eixample, que depende del Clínic, hace hincapié en que muchos de estos problemas no son solo “clínicos”, sino también “sociales y escolares”. En la escuela, por ejemplo, se ven problemas de “carácter social”. En los centros residenciales de acción educativa (los CRAE, que son centros de menores de la Generalitat para niños tutelados), hay un “recambio continuo de educadores”, con lo que los menores “no tienen un referente”. Calvo reclama “más recursos sociales”, como maestros de apoyo para poder desdoblar aulas y ayudas para poder realizar actividades de ocio.

Casos “perdidos” y “desatendidos”

“Siempre que hay un salto entre los servicios (de los tratamientos intensivos en el hospital a los CSMIJ), la continuidad se pone en juego”, valora por su parte Berna Villarreal, coordinadora del Institut de Docència, Recerca i Innovació de la Fundació Pere Claver. El salto, asegura, es mayor cuando el joven cumple 18 o más años y tiene que acceder a un centro de salud mental para adultos (CSMA). “La falta de continuidad cuando se da este cambio es uno de los obstáculos de la red”, dice. Algunos de estos casos quedan “perdidos” o “desatendidos”.

Cuando un adolescente sale de un ingreso hospitalario por un trastorno de salud mental debe ser atendido de forma prioritaria en el CSMIJ, en un máximo de 15 días. Pero este no es el problema, precisa Villarreal, ya que es un plazo que suele cumplirse. La dificultad radica en la “frecuencia” de las visitas posteriores, derivada de la “infradotación de los recursos” de la atención primaria.

Sin vínculo terapéutico

Otro aspecto que dificulta la continuidad de cuidados en salud mental son los cambios de profesionales que atienden al menor. “Si un adolescente que ha conseguido sentirse entendido por un profesional pasa a ser atendido por alguien por quien no siente lo mismo, dejará de ir. Esto no tiene que ver con las listas de espera, sino que es una cuestión cualitativa y de lograr un vínculo terapéutico“.

“Hace años podías atender a los casos de trastorno mental grave con mucha más frecuencia que ahora. A partir del 2007 o 2008, coincidiendo, entre otras razones, con la crisis económica, hubo ya un aumento considerable de las demandas a los CSMIJ”, dice Roser Casalprim, excoordinadora del CSMIJ de la Fundació Nou Barris per a la Salut Mental. 

Este CSMIJ tiene como hospital de referencia para los ingresos hospitalarios de niños y adolescentes a Sant Joan de Déu (Esplugues de Llobregat). Una o dos décadas atrás, un profesional del CSMIJ podía atender un caso dos o tres veces por semana si era necesario, pero ahora eso ya no es posible debido al aumento de la demanda y también a la falta de psicólogos clínicos y psiquiatras. Actualmente se priorizan los casos más graves. 

Ocho psicólogos por 100.000 habitantes

¿Y qué pasa con los casos que se pueden considerar más leves? “Hay una lista de espera a la entrada, con las consecuencias que ello comporta respecto a determinados periodos de la infancia, y ha disminuido la frecuencia de las visitas”, apunta Casalprim. Muchos CSMIJ visitan una vez al mes o cada cinco semanas.

“No hay psicólogos clínicos ni psiquiatras. En Europa, existen aproximadamente 18 psicólogos por cada 100.000 habitantes. En Catalunya, ocho”, explica. Además, también señala las dificultades que muchas veces tienen los CSMIJ para ingresar a pacientes en los hospitales de referencia debido a la “alta demanda”, el alto índice de urgencias que reciben y las pocas camas de las que disponen.

“Eso ya hace tiempo que ocurre y con la pandemia empeoró debido al aumento de intentos autolíticos o intentos de suicidio, los TCA, los aislamientos, las crisis de angustia, etcétera. Todo ello genera mucho malestar e insatisfacción entre los profesionales y las familias”, apunta Casalprim, que asegura que “la saturación es de las dos partes”.

 

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