Casi todos los “istas” que conviven dentro de Edu Galán (humorista, periodista y polemista nacido en Oviedo hace 42 años) se dan la mano de una forma u otra en “La máscara moral” (Debate), su nuevo libro que presentará este martes, a las 19.00 horas, en la biblioteca de La Granja, en el ovetense Campo San Francisco, en una conversación con su amigo Sergio del Molino, quien a su vez pone de largo la novelada peripecia del expresidente del Gobierno en “Un tal González”.
–¿De dónde ha sacado tiempo para este libro?
–Cuando estoy haciendo promoción de una cosa trabajo mucho en otra, todo en paralelo. En la época del confinamiento se publicó el libro sobre Woody Allen y se me ocurrió proponer este, que venía de cuando vi unos anuncios de clases de tango antifascista.
–¿Qué era eso?
–En 2021, paseaba por Lavapiés y vi el típico cartel de fotocopias para recortar la tira con el número de teléfono, como de clases de inglés: “Se dan clases de tango antifascista”. Lo primero que pensé es que el tango es prefascista, lo segundo, que no sé qué aporta el antifascismo a la técnica del tango. El “eureka” del libro llegó en 2021, cuando leí varios estudios psicológicos que analizan cómo una de las herramientas más potentes para llamar la atención es demostrar moralidad o señalar a alguien de moralidad contraria. Ese captador de atención es lo que mueve las redes sociales y la tecnología móvil, que se ha polarizado.
–En el Mundial de Qatar tendrá material.
–Es el colmo de la máscara moral. Y me está dando muchísimos ejemplos. Hay que recordar que el Barón de Coubertin, verdadero profeta de todo esto, era un completo miserable, simpatizante de los nazis pero que preconizaba unos valores para el olimpismo clásico que él nunca tuvo y que enlaza con la idea de que los deportistas de alto nivel no son solo unos percherones bien entrenados sino unos percherones morales. Estos valores son los que preconiza también la FIFA. En Qatar no se cumple ni uno, y se produce ese choque entre la hipocresía de quien piensa que solo poniendo un “hashtag” vale para cumplir con su moral o la selección alemana con la manita en la boca, unos millonarios que no se juegan ni una tarjeta amarilla. O peor, ese titular de que la FIFA va a investigar los cantos discriminatorios de los seguidores mexicanos en el Mundial. Todo porque cantaron en el estadio: “El que no salte es un polaco maricón”. Yo creo que, en vez de abrirles un expediente, la FIFA debería nombrarlos campeones del mundo instantáneamente, porque esos cánticos son Qatar.
–¿No le resulta igual de inspirador ese anuncio de Messi y CR7 haciéndose pasar por ajedrecistas?
–El problema es que el postureo social se ha contagiado a todo el mundo. Todo producto es ahora coproducto de algo que el producto defiende. Un agua embotellada en cartón es un agua contra el cambio climático que no solo sacia tu ego de salvar el mundo, sino que pone el foco en que, de hecho, lo estás haciendo. En la moraleja del libro cito a William Blake: “Quien defiende que va a cambiar el mundo es un jeta”. Cuántos hemos conocido que se dicen antirracistas y llevan la camiseta de Black Lives Matter pero que no se les acerque un gitano o un moro.
–Toda esa moralidad en las redes luego sales fuera y…
–La vida real y virtual se retroalimentan, es difícil distinguir entre una y otra. Como hipótesis yo utilizo el dato de que los casos de ansiedad han aumentado. Creo que las redes impulsan el cortoplacismo y el infantilismo. Pensar que unas herramientas a las que dedicamos diariamente tres o cuatro horas y con las que establecemos relaciones personales no nos van a influir es un poco naïf. La sociedad es más infantil e individualista que hace diez años. Las redes impulsan esa idea de que eres el centro del universo, de que las clases sociales no existen, de que puedes escribir al presidente de un país y ciscarte en él cuando sabes que no es así, que eres la rata en la rueda.
–En Asturias, Barbón entra bastante al trapo en sus redes.
–Es una forma americana de gobernar, en la que todo está bien o mal según el rédito político que dé. Si le va bien en las elecciones diríamos que su estrategia está bien. Yo no lo conozco mucho, pero no me parece mal en principio.
–A Edu Galán también le gustan esos barrizales de Twitter.
–Soy calentucu, no es difícil que entre en una discusión, lo que pasa es que tienes que escoger muy bien y no ir a por el primer bot que te aparece. Yo no demonizo las redes sociales, y las discusiones pueden estar bien. Pero, claro, hay gente a la que no recomendaría estar en Twitter, donde tú dices: “Buenos días” y te responden: “Gilipollas”. Hay que tener un carácter determinado.
–¿Qué conclusión sacamos de todo este clima?
–Nos llama la atención sobre la desconfianza ante la política, que vemos también en el decrecimiento de la afiliación sindical. Todo aquello mínimamente organizado que busca cambiar las cosas a largo plazo parece que está mal visto, se criminaliza a la política y, lo que es peor, la única alternativa que se presenta son los gestos espurios, llamar la atención, una realidad de blancos y negros o de fogonazos. En ese mundo infantil y cortoplacista, ¿quién gana? El populismo de izquierdas y de derechas. En el enfrentamiento que vimos recientemente de esta señora impresentable de Vox con Irene Montero, más allá de que ella sea una subhumana descartable, llama la atención esa dialéctica, que esa forma de hablar y tratarse del mundo virtual ha calado en los populismos. Tanto Podemos como Vox se han instalado en una retórica en la que o todos son fachas o son fachas orgullosos. Es espurio, dura poco y crea un ambiente hediondo del que solo sacan beneficio los líderes: Abascal sigue sin hincarla y el amado líder anda haciendo un “crowdfunding” para que le abran un canal de YouTube a un millonario como Roures. Hemos sido engañados.
–¿Y qué pasa con esos chavales para los que el racismo o el machismo se ha vuelto guay por lo gamberro?
–En el libro concluyo: “Debemos entender qué significan las máscaras y a qué nos comprometen en un mundo donde los significados y los compromisos han dejado de ser importantes”. Los chavales viven en una permanente ecolalia donde se repiten los eslóganes y se quedan con el que suene mejor, no con su significado o compromiso. Puede ser echar a los inmigrantes o una teoría de la conspiración, no tiene que ver con lo moralmente superior o inferior. Están imbuidos en un mundo de hashtags cortoplacistas donde, de pronto, esto de ser facha o de creer que los negros son inferiores les cuadra o les parece rebelde. Y por mucho que no quieran, sí tiene consecuencias. En su formación, en su voto, en la forma de ver la vida. Están absortos en este chau-chau moral en el que también veo a los chicos reaccionar ante un feminismo que se ha dedicado a demonizar a los hombres. La táctica es absurda, porque lo que consigue es más hombres imbéciles, y ser hombre o mujer no es un valor moral.
–Todo esto, claro, son debates de este lado del mundo.
–Dejo muy claro que hablamos de la parte occidental, de dinámicas de la sociedad de consumo. Yo no tengo ninguna duda de que vivimos en un mundo mejor que los anteriores, no soy un nostálgico. No pido que dejemos de usar las redes, de ir al McDonald’s o que nos hagamos ermitaños. Pido que ante algo a lo que dedicamos tantas horas, que no está diseñado por educadores sino por la mayor hez del universo, que son multinacionales americanas con gentuza como Musk al frente, que dediquemos un tiempo a entender qué significan las cosas, que no puedo poner #stopcancer y en el mismo tuit recomendar flores de bach contra el de mama. Que no nos engañen, que estemos alertas ante la dinámica del burro con las anteojeras.
–Es muy exigente cumplir con todos los nuevos mandamientos morales.
–Y la red lo favorece. Ya no es que no puedas comer carne roja un día, es que si pasas por delante de un jamón el cambio climático va a aumentar. Todo se vuelve hiperbólico y moral en este mercado de la atención. Una cosa es decir: “Yo soy vegano y me molesta que comas jamón”. Pero si dices: “Soy vegano y cada vez que comes jamón estás acabando con la capa de ozono”, estás cambiando el plano moral y lo único que consigues es que el interpelado coma más jamón o aumentar la ansiedad. En un mundo en que cualquier acción cotidiana puede ser grabada y analizada en el ámbito moral, hemos acabado con la confianza en lo tonto que es el otro. Ya no se disculpa ni el error.
–La última. A Oviedo viene a charlar con Sergio del Molino.
–Hay que alabar la labor suya con “Un tal González” de novelar los años de éxito de aquel Gobierno socialista. Sergio hace un trabajo estupendo. En la biblioteca de La Granja hablaremos más sobre cómo escribimos, una charla entre amigos, estamos ya muy rodados juntos.