Elon Musk se baja de Twitter. ¿O lo obligan a bajarse?

Uno podría pensar que el asambleísmo de Elon Musk, jaspeado de escándalos, chicanas, descalificación y sofismas trillados, le jugó finalmente en contra. Que le salió mal eso de mandar a votar todo. Pero no. La raíz de la (hasta ahora aparente) renuncia de Musk como director ejecutivo de Twitter tiene sus raíces en otra parte, en otra industria y en algo más terrenal que los ideales de libertad de expresión (que, por otro lado, ya se encargó de arrastrar por el piso cuanto pudo). La encuesta fue para la tribuna. Es decir, con o sin encuesta, de todos modos habría renunciado como CEO, porque el problema no lo tiene en Twitter, sino en Tesla.

La acción de la compañía de autos eléctricos, uno de los grandes aciertos de Musk, perdió un 65% de su valor durante los pasados 12 meses, y eso hizo, de paso, que Elon dejara de ser el hombre más rico del mundo; su fortuna se redujo en 124.000 millones de dólares, según Bloomberg. Aunque la NASA declaró que todavía confía en SpaceX (en el espacio nadie te oye gritar, favor de recordar), los accionistas de Tesla encuentran inquietante la volatilidad de Musk; eso, más una larga serie de otros factores, desde una economía complicada hasta la creciente competencia con que se encuentra la automotriz de Musk. En resumen, desde que el empresario decidió, al parecer intempestivamente, comprar Twitter, sus otros negocios han sufrido las consecuencias.

Quienes siguen esta columna recordarán que en abril puse por escrito que la compra de Twitter era el primer gran error de Musk en su carrera como empresario. Es exactamente así; fue una mala movida. Y como el excéntrico “emprendedor serial” (así lo calificaron desde Tesla, de allí las comillas) es de todo menos mentecato, luego de un número muy grande de bloopers y un acto de censura vergonzoso, como fue el de suspender las cuentas de periodistas críticos (los periodistas somos críticos por definición, Elon), para evitar que su ecosistema empresarial se viera más dañado por esta aventura, dio el proverbial paso al costado. Eso ocurrió, vaya casualidad, justo cuando la justicia estadounidense recomendó acusar penalmente al ex presidente Donald Trump por el asalto al Congreso, que dejó un saldo de cinco muertos. No sé ya cuántas veces les dije a los absolutistas de la libertad de expresión que la expulsión de Trump de Twitter no tuvo nada que ver con la libertad de expresión, sino con un delito penal, el de fomentar la insurrección y conspirar contra el gobierno. Cinco muertos. Parece que no importaran. Increíble.

Elon Musk habla con el entonces presidente Donald Trump después de ver el vuelo de una nave de SpaceX a la Estación Espacial Internacional, el 30 de mayo de 2020

Pues bien, una de las muchas medidas incompetentes de Musk luego de la compra de Twitter fue la de volver a habilitar la cuenta de Trump. Para peor, Trump, que tiene sus intereses económicos invertidos en su propia red, ni apareció por la línea de tiempo.

Así que para no terminar de romper todo y luego de una encuesta que le dio mal, se baja como CEO de la plataforma; seguirá en funciones, dijo, “hasta que aparezca alguien tan tonto como para aceptar ese puesto”. Todo un lapsus linguae. Así están las cosas, al menos por ahora. El hombre se caracteriza (y le encanta ser así) por su imprevisibilidad. Si cuando leas esto Musk se arrepintió y decidió seguir siendo CEO, haré la correspondiente actualización en la web de LA NACION.

Escorado

¿Qué significa que Musk deje el cargo de director ejecutivo de Twitter? No es claro. Twitter sigue siendo de él, y solo de él. Pagó por este nuevo juguete 44.000 millones de dólares (el doble de lo que, con mucho más tino y mucho más éxito pagó Zuckerberg por WhatsApp). El problema, como dije el otro día en LN+, es que también podría haber pagado 44.0000 millones de dólares por un juguete que está a punto de romper. Si Twitter se vuelve un 1% más tóxico de lo tóxico que ya es, terminará de naufragar. El servicio está escorado y malherido, cosa que se vio claramente durante la final de la Copa del Mundo. Y Musk insiste en declaraciones delirantes, como lo fue comparar el seguimiento en tiempo real de su Gulfstream matrícula N628TS con el seguimiento de periodistas. Elon viaja en un jet privado; nosotros viajamos en subte. No se puede ni empezar a comparar. Dicho esto, también es cierto, desde mi punto de vista, que el rastreo en tiempo real de personas públicas es una zona gris que hay que resolver. No es ilegal, pero no me parece justo.

Tal vez, sin embargo, Musk no aprendió la lección (es lo más probable) y el CEO que termine ocupando su lugar será no mucho más que un títere. Sabemos, por otro lado, que será muy difícil que deje de tuitear; y sus tweets no ayudan para nada. En ese escenario, seguiremos viendo mensajes explosivos y medidas de una incompetencia que pocas veces hemos visto en esta industria, al menos desde que Eric Schmidt, cuando era CEO de Google, mandó a poner a una periodista de tecnología en una lista negra.

En resumen, y luego de más o menos dos meses de manotear al aire intentando callar la vox populi (en rigor, solo una fracción ínfima de la vox populi de internet), Twitter terminó demostrándole a Musk que hay cosas que el dinero, simplemente, no puede comprar.

 

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