No se puede negar la capacidad de convencimiento y la oratoria del actual presidente del Barcelona. Su fácil verbo le ayuda a convencer a los más recalcitrantes y a llevar el tema a su terreno preferido. Al menos, el Laporta jovial de la primera etapa. La madurez quizás le haya quitado algo de vehemencia y de seguridad pero le mantiene activo y poderoso ante el micrófono. Sabe dominar la escena.
Laporta es un seductor. A su manera, es un conquistador. Pero aquí no se trata ya de cortejar o seducir a nadie, me temo. Se trata de aclarar el difícil entuerto en el que se ha metido el Barcelona y tratar de salir airoso de sus consecuencias en forma de posible sanción de la UEFA. Que es lo que de verdad importa. Todos tenemos la sensación de que difícilmente se podrá demostrar una corrupción o alteración deportiva, de tal manera que lo que parece que de verdad está en juego, además del buen nombre deportivo del Barcelona, que no es poco, es la posible sanción de la UEFA que inhabilite al Barcelona de participar en competiciones deportivas la temporada que viene, como poco.
Han pasado un par de días desde la larga defensa del Caso Negreira para ver la situación que ha quedado después. Reflexionemos si los pasos dados y los tiros disparados por Laporta eran los convenientes o adecuados o que es lo que pretendían conseguir, y si ha logrado el objetivo. Desde luego más que hablar de Negreira estamos hablando del franquismo y de la historia de los centros de poder cercanos al fútbol. Ha abierto frentes duros, y ante enemigos de mucho poder, como el Real Madrid y recrudecido el enfrentamiento con la LFP y su presidente Tebas. El Madrid, sorprendentemente, y a través de su televisión entra al trapo, eleva el tono y desvía aún más el centro de atención. Habría que preguntarse qué pretendía conseguir en su comparecencia ante los medios el mandatario azulgrana.
El objetivo ahora sería pedir calma a la UEFA y que no se precipite ni prejuzgue antes de que se demuestre ninguna irregularidad en la competición. Pero es que aquí hay muchas cosas en juego. La reputación y la honorabilidad del Barcelona, la posible exclusión de Europa, la condena en tribunales y por extensión el repudio del fútbol español e internacional. Casi nada.
No vale sólo el populismo de que todos los barcelonistas, más que nunca, necesitamos estar unidos contra los rivales. No vale el victimismo de que todo el mundo del fútbol está contra mi. Aquí no se trata de convencer a unos socios o de ganar unas elecciones. No. Se trata de algo más. Demostrar claramente que el Barcelona no trató de influir en el colectivo arbitral, ni siquiera para lograr la neutralidad que explicaba el propio Negreira ante la fiscalía, y que ese dinero pagado durante 18 años no tuvo un destino inapropiado. Aclárelo bien Sr. Laporta, sólo así se restituirá el buen nombre deportivo del Barcelona.