Es solo un escaño. No cambiará la división de poder en Washington que dictaminaron los estadounidenses en las urnas en las últimas elecciones legislativas, en las que han devuelto a los republicanos el control de la Cámara Baja y han dejado que los demócratas mantengan la Alta. Aun así, la segunda vuelta este martes en Georgia entre el demócrata Raphael Warnock y el republicano Herschel Walker por el último escaño que queda por decidir en el Senado tiene amplias repercusiones para el presidente Joe Biden y para los dos partidos. Y los ojos del país, los fondos y esfuerzos de campaña, se han vuelto otra vez hacia el estado sureño.
Demócratas y republicanos no han dejado de repetir en las últimas cuatro semanas que no es lo mismo 51-49, el reparto que quedaría en el Senado si renueva su escaño Warnock, que 50-50, la composición que quedaría si se impone Walker. Este último escenario replicaría el de los dos últimos años, en los que el voto de calidad de la vicepresidenta Kamala Harris como presidenta del Senado ha servido para alcanzar la mayoría por la mínima. Y puede parecer una perogrullada, pero las consecuencias y el impacto de ese cambio numéricamente mínimo explican la insistencia en el mensaje.
Comités y nombramientos
Con el 51-49, los demócratas tendrían la mayoría y las presidencias en los comités del Senado. Además de darles más presupuesto para su personal, eso les permitiría emitir en solitario citaciones desde comités que tienen esa autoridad como los de Inteligencia, Servicios Armados y Relaciones Exteriores. Y, sobre todo, quitaría a los republicanos la capacidad de ralentizar los procesos legislativos y de nominados de Biden para la judicatura o altos cargos ejecutivos que han tenido los últimos dos años.
Más de dos docenas de veces en este tiempo el líder demócrata en la Cámara Alta, Chuck Schumer, se ha visto forzado a someter al pleno votaciones para seguir adelante con nominados o propuestas de ley. Y aunque a partir de enero con los republicanos controlando la Cámara Baja hay escasas esperanzas de que los dos próximos años vaya a moverse legislación que impulse la agenda de Biden, al menos los demócratas podrán agilizar los nombramientos.
Seguro de futuro y frente a moderados
El 51-49 también quitaría peso a los senadores demócratas moderados Joe Manchin y Kyrsten Sinema, que han sido la piedra en el zapato de Biden desde que llegó al Despacho Oval. Fueron quienes hicieron que estuviera a punto de descarrilar su agresivo plan de gasto social y medioambiental obligando a que acabara siendo una versión muy descafeinada de lo que quería el presidente. Han frenado también cualquier intento de acabar con el filibusterismo. Y esta misma semana Manchin se unía a los republicanos para rechazar una propuesta que habría dado siete días de baja pagada a los trabajadores ferroviarios (a los que Biden, no sin polémica, ha conseguido a través del Congreso impedir la huelga e imponer un acuerdo laboral).
La victoria en Georgia mejoraría también, aunque sea muy ligeramente, las perspectivas de los demócratas para las presidenciales de 2024, cuando se juegan 23 escaños en el Senado, incluyendo dos en estados muy conservadores, frente a los 10 que tienen que defender los republicanos. Y el 51-49 puede funcionar los dos próximos años a modo de seguro si se retira o fallece alguno de los senadores de más edad, muchos de los cuales son de estados donde un gobernador republicano podría nombrar a su reemplazo o donde había que celebrar una elección especial para sustituirlos.
Si logran el 51º senador, los demócratas podrían agilizar nominaciones, emitir citaciones, reducir la influencia de díscolos moderados y liberar a Kamala Harris
Además, la victoria demócrata también tendría consecuencias para Harris, que se vería liberada tras pasar dos años obligada a mantenerse cerca de Washington para emitir el voto definitivo, algo que ha tenido que hacer en 26 ocasiones, el doble que Mike Pence durante sus cuatro años en la vicepresidencia.
Un duelo intenso
Todos esos cálculos ayudan a explicar la intensa campaña que se ha librado las últimas cuatro semanas en Georgia, donde la segunda vuelta se forzó al no llegar en noviembre ninguno de los dos candidatos al 50%. Según los sondeos Warnock, reverendo en la misma iglesia donde sirvió Martin Luther King y elegido en 2021 también en una segunda vuelta de una elección especial, aparece como como ligero favorito.
Nada, no obstante, se da por sentado, especialmente porque su duelo está más ajustado de lo que se esperaría con un rival tan controvertido como Herschel Walker. El antiguo jugador de fútbol americano, apoyado por Donald Trump, se ha visto salpicado por numerosos escándalos: ha mentido o exagerado sobre su educación, sus negocios, sus donaciones benéficas y su supuesto trabajo para agencias del orden. Ha admitido comportamientos erráticos y violentos, fue acusado por su exmujer de agresión y aunque ha hecho campaña contra el aborto ha sido señalado por dos mujeres por instarles (e incluso pagarles) interrupciones de sus embarazos. Y en la últimas semanas se ha visto mas señalado al saberse que pidió una exención fiscal por su casa en Texas diciendo que era su primera residencia, algo que le inhabilitaría para representar a Georgia.
“No bajar la guardia”
En la campaña de esta segunda vuelta ha sumado además varios esperpentos a su discurso. Y eso hacía que el jueves le señalara con acidez el expresidente Barack Obama, el peso más pesado aún de los demócratas para movilizar el voto negro e independiente, que volvía al estado para hacer campaña con Warnock, como ya hizo antes de noviembre. “Desde la última vez que vine Walker ha estado hablando de temas que son de gran importancia para la gente de Georgia, como si es mejor ser un vampiro o un hombre lobo. Es un debate que debo confesar que tuve una vez, cuando tenía siete años; luego crecí”, dijo. “Por lo que a mí respecta puede ser lo que quiera, salvo senador de EEUU. Sería gracioso si no fuera candidato“.
Obama en cualquier caso llamaba a “no bajar la guardia”. Y es que Walker puede ser el peor candidato que los republicanos han puesto en las papeletas este año, y está viendo fugarse respaldos incluso en radios cristianas y conservadoras, pero tiene posibilidades.
En noviembre se llevó el 70% del voto blanco. Ha pactado con el equipo de Trump que el expresidente y candidato presidencial republicano para 2024, que en las legislativas fue una influencia tóxica en muchas carreras, se mantenga a distancia en esta segunda vuelta. Y aunque Walker fue el único que en noviembre fracasó en Georgia mientras triunfaban otros ocho republicanos como el gobernador Brian Kemp o el secretario de Estado, demostrando el rechazo que generó incluso entre votantes conservadores, ahora ha conseguido que todo el aparato se ponga detrás de su candidatura.
Kemp, que en la campaña para noviembre se mantuvo alejado de Walker, ha puesto a su disposición su potente maquinaria de organización y movilización, con 200 empleados a los que se suman 400 enviados por el Comité Nacional Republicano. Kemp ha pedido esta vez el voto para Walker, algo que puede convencer a las 200.000 personas que en noviembre votaron por él pero no por el aspirante al Senado.