El origen de la “pobreza” de las naciones

La sociedad argentina gira lenta, pero persistentemente, hacia la derecha, que es el otro nombre de la ley, del orden, de la libertad. Los que dicen “la causa de la pobreza es la riqueza” son cada vez menos.

¿Qué dice la ciencia, y más aún la historia económica occidental sobre esto?

Curiosamente, el sistema capitalista es relativamente nuevo. Tiene apenas 300 años de existencia. Casi nada, si se lo compara con, digamos, los cinco o diez mil años de vida de la sociedad humana. ¿Y cómo era antes?

Comunismo o socialismo. Todo era de todos, en teoría. Todo era de los poderosos, en la práctica. Desde emperadores y reyes hasta los simples caciques, pasando por jeques, faraones, maharajaes, etc. El poder (y sus amigos) lo poseían todo. Y, en consecuencia, era ese mismo poder el que tomaba todas las decisiones económicas importantes.

Por eso cuando el ser humano, que había sido esclavo durante la edad antigua o vasallo durante la edad media, alcanza finalmente la libertad, ocurre uno de los cambios más importantes de su historia: la llamada “revolución económica”. Este fenómeno abarca dos siglos al cabo de los cuales, hacia el año mil setecientos, nace sistema de mercado.

El primer economista fue Adam Smith, que no era economista sino profesor de filosofía en Escocia. Un filósofo para tratar de entender qué había ocurrido.

La explicación se expone en su libro más importante, “El origen de la riqueza de las naciones” (1776), y es esencialmente muy simple: la ambición del hombre común era el nuevo elemento presente en la sociedad. Esa ambición era el nuevo motor, la fuerza individual enorme que provenía de la libertad. La ambición, sin embargo, necesitaba un límite que evitara la autodestrucción del individuo ambicioso. Y ese límite era la competencia, que él llamó “la mano de hierro del mercado”.

Esta simple fórmula de libertad y competencia produjo una explosión de la actividad humana de inversión y, sobre todo de innovación. Estos dos elementos, obrando en conjunto, produjeron una especie de milagro. La tasa de crecimiento mundial (que había sido hasta ese momento cercana a cero) se elevó rápidamente al cinco por ciento anual promedio. La producción generó una mejora radical de las condiciones de vida de los ricos y luego también de los pobres. Es quizá una paradoja, pero es un dato de la realidad: el liberalismo económico, lejos de ocasionar la pobreza, ha hecho por ella mucho más que cualquier otro sistema.

 

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