Lo que comenzó como un asunto interno de España se ha transformado en una suerte de advertencia global y de carácter epidémico. La Policía Nacional ha interceptado en las últimas horas tres nuevas cartas que contenían partes de animal, dirigidas en esta ocasión a la embajada de Ucrania en Madrid y a los consulados de Málaga y Barcelona. En total, el número de paquetes sospechosos enviados a legaciones del país eslavo en una docena de capitales del mundo se eleva ya a 21, a los que hay que añadir seis sobres con material pirotécnico dirigidos, entre otros, al presidente del Gobierno español, Pedro Sánchez y a la Embajada de EEUU en Madrid.
“Todo apunta a una actuación inspirada desde el Estado ruso” de alguna forma, sentencia, sin ápice de dudas, Olga Lautman, investigadora senior del Centro de Política Europea (CEPA) y experta en operaciones de crimen organizado en Rusia y Ucrania. El envío de partes de animal a “periodistas, opositores y voces críticas” ha sido un modo de actuar, un patrón “ampliamente utilizado en Rusia desde los años 90“, continúa. Al principio, sostiene, “eran los grupos mafiosos” quienes recurrían a esta práctica con el objetivo de intimidar a “reporteros” que investigaban sus actividades criminales.
En la primera década del siglo XXI, los destinatarios pasaron a ser “los periodistas que criticaban la segunda guerra de Chechenia o la corrupción del régimen de Putin”, o incluso “miembros de la oposición”, detalla. El último caso del que se tiene constancia se remonta al mes de abril, ya iniciada la guerra en Ucrania, cuando Alekséi Venediktov, director de la clausurada emisora liberal Eco de Moscú, con una madre de religión judía, recibió en su domicilio moscovita una cabeza de cerdo, mientras en la puerta de su domicilio había sido escrita la palabra Judensau, una iconografía de la Edad Media que representa a hebreos chupando los pezones u observando el ano de un porcino.
🇷🇺💥🇺🇦 Dejan una cabeza de cerdo y un sticker ucraniano con la expresión ‘cerdo judío’ en el piso de Alexei Venediktov, editor de la cadena de radio Ekho Moskvy que dejó de emitir a primeros de mes por presiones del Kremlin por cubrir la invasión rusa de Ucrania por lo que es. https://t.co/OMEWuBv5AX
— Emilio Doménech (@Nanisimo) 24 de marzo de 2022
Todas las sospechas sobre la autoría de la campaña recaen en estos momentos en el denominado grupo Wagner, la milicia privada de mercenarios dirigida por Yevgueni Prigozhin, apodado el ‘chef de Putin’, y cuyo canal de Telegram difundió recientemente la ejecución a martillazos de Yevgueni Nuzhin, un antiguo preso reclutado por la milicia y que, una vez en el frente, desertó y se ofreció a luchar en el bando de Ucrania. “Nuestro grupo nunca se emplearía en payasadas estúpidas y groseras”, se desmarcó de las macabras misivas, no obstante, el líder de la banda, en un mensaje escrito enviado a CNN.
Lautman no descarta semejante hipótesis, aunque recuerda que se trata de un método intimidatorio que han empleado numerosos grupos e instituciones rusas, “desde mafias hasta miembros de los servicios secretos, pasando por paramilitares chechenos”. El contenido del mensaje, eso sí, está fuera de toda duda: el destinatario se ha convertido “en un objetivo a abatir” y “debe de inmediato dejar de hacer lo que estaba haciendo”. En el caso de Denis Korotkov, reportero de Nóvaya Gazeta, quien hace cuatro años recibió una esquela junto a una cabeza cortada de macho cabrío, el trasfondo del envío estaba meridianamente claro: cuando trabajaba como reportero para Fontanka, una página web de San Petersburgo, había investigado con profundidad, precisamente, las actividades de Prigozhin.
Por el momento, el Gobierno ha declinado elevar la alerta antiterrorista, y al menos en lo que a las seis cartas con pirotecnia se refieren, las pesquisas se concentraban, hace unos días, en “grupúsculos” de la izquierda radical “con escasa capacidad” que “actúan por cuenta propia”. En algunas de las macabras cartas con pedazos de animal, ha trascendido que el matasellos no era español, a diferencia de las misivas explosivas, fechadas en Valladolid.