Bienvenidos al nacimiento de un nuevo héroe del fútbol. Mundo, he aquí Dominik Livakovic, modesto guardameta del Dinamo de Zagreb en su día a día, monstruoso gigante en Qatar, con un Clark Kent del Mundial. Más poderoso que Alemania, más fuerte que España, un solo hombre para frenar la mayor epopeya que ha sabido dibujar esta edición de la Copa del Mundo. Japón y su espíritu estajanovista sucumbieron en octavos de final ante la inabarcable magnitud de un portero que detuvo tres de los cuatro penaltis de los que dispuso.
Avanza Croacia a cuartos de final, donde se las verá con Brasil o Corea del Sur. Avanza sumergida en una agonía de la que es maestra. A dos tandas de penaltis y a una prórroga sobrevivió hace cuatro años para alcanzar el subcampeonato en Rusia. Ahora, calca la primera etapa de aquel viaje de ensueño. Dice Luis Enrique que les pidió hace tiempo a sus jugadores que ensayaran mil penaltis para su puesta a punto para Qatar. En Croacia quizá no hayan lanzado antes, pero da la sensación de que Livakovic si detuvo un millón.
Escaso ambiente
Fue seguramente el cruce de octavos con menos ambiente del Mundial. Los croatas cabrían dentro de un puñado de autobuses y los japoneses en una flota un poco mayor, pero tampoco demasiado. Tenían los asiáticos, eso sí, el respaldo de los locales, que se envolvían en camisetas y banderas de Japón en los inmensos aledaños del estadio Al Janoub, que cierra ya sus puertas en el torneo. Algo que su césped, todo sea dicho, agradece.
Ganaba Japón en la grada y durante unos minutos también logró hacerlo en el césped. El secreto de la selección asiática es que nada de lo que hace parece tener sentido y en realidad tiene todo el sentido del mundo. Pretende ganar con su fútbol, pero también reventando a base de paradojas los cerebros de sus oponentes, generando en ellos aparentes contradicciones que en realidad forman parte de su medido, coherente y exitoso plan de partido.
Ejemplo práctico. Saca un ‘gilicórner’ al borde del descanso, se la empiezan a pasar cerca de la banda, los croatas se quedan con cara de no entender nada de lo que está ocurriendo y entonces surge el centro. Por ahí aparece Yoshida, que en lugar de rematar la deja muerta en el área pequeña. El maquiavélico plan lo culmina Maeda, impoluta rapada, finísimo bigote y coqueta perilla, para cazar la pelota, con la pillería y la destreza de un ratón que ve caer una lasca de queso de una mesa.
Poco de Modric
Hasta entonces, ambas selecciones se habían repartido el dominio del juego sin excesivos sobresaltos. Más afilada Japón en el arranque, Croacia fue equilibrando fuerzas, pero sin excesiva intensidad y con escasa precisión en el último tercio del campo. Modric aparecía poco, agobiado por los centrocampistas nipones, y eso le restaba muchos boletos.
El gol de Maeda sirvió para que Croacia espabilara a la vuelta de vestuarios. Mucho más intensa y decidida a adelantar líneas, encontró enseguida la recompensa a su paso adelante en el encuentro. El mérito final fue para Perisic, que convirtió un envío diagonal del central Lovren en un poderoso y bello cabezazo hacia la red.
Primera prórroga
Modric, Budimir y de nuevo Perisic tuvieron en sus botas el tanto de la victoria balcánica en la segunda mitad, frente a una Japón que se iba minimizando. El duelo, sin embargo, se fue empastando con el avance de los minutos hasta dirigirse a la primera prórroga de este Mundial.
Más de lo mismo en el tiemplo suplementario, en el que la mejor baza para romper el empate eran los poderosos saques de banda de Juranovic, aunque la mejor ocasión fue del japonés Mitoma. Con los dos equipos conformes con el empate, con Modric en el banquillo desde el 98, los penaltis se hicieron inevitables.
Y en ellos, Livakovic frustró a Minamimo, Mitoma y Yoshida, en ese orden. Solo Asano, en la tercer ejecución, logró batirle. El fallo de Livaja en el tercer lanzamiento croata alargó ligeramente el suspense, pero Pasalic confirmó el pase croata en el cuarto. La condición de héroe suele adjudicarse al lanzador del penalti definitivo, pero en Al Wakrah no hubo duda. Mundo, he aquí Dominik Livakovic.