‘De Cortadura a la Caleta’ era la sección que, hace más de medio siglo, señalaba en el Diario de Cádiz los acontecimientos cotidianos que trascurrían en una de las bahías más bellas del mundo. El autor de aquel billete cotidiano, el periodista Fernando Fernández, murió de pronto y el periódico sólo tuvo que rebuscar en el bolsillo de arriba de la chaqueta para hallar que este periodista de acero, y de aire, había dejado escrita la crónica de su día siguiente.
A esa bahía llegaron en esta noche de domingo académicos de la Española, los de aquí y los de allá (allá, donde ahora se reúnen, por cierto, académicos de la política, reñidos desde aquí por un quítame allá unos ‘dictatorzuelos’). Hay también guineanos, muy animados en el tren que los ha traído, sudamericanos, norteamericanos, de todas partes del mundo. Los guineanos, por cierto, recuerdan mejores tiempos de la relación de este país (y de Canarias, sobre todo) con el mundo que una vez, ay, también fue nuestro.
Hay de todo en el tren de los académicos. Algunos van leyendo tesis doctorales ajenas, y otros, como el académico salmantino José Antonio Pascual, catedrático de Lengua Española en la Carlos III de Madrid, estudiaban con aprovechamiento asuntos propios. En su caso iba tachando y rehaciendo un recuento de lo que tiene que decirles estos días a los que le han conferido un honoris causa en la Universidad de Barcelona.
Académicos por doquier. José María Merino compartía sitio, que no sitial, con José Ignacio Bosque, y de esa alianza entre la literatura y la filología estaban saliendo chispas simpáticas, pues como estaban en el lugar más transparente del tren todo el mundo tenía que ver con ellos. La todavía no académica, ya le tocará, María Dueñas, quizá la escritora más tranquila de la tierra, tenía entre manos un texto que no supe descifrar, como tampoco me atreví a fisgonear en lo que llevaba escrito en sus papeles secretos (la Academia es arcano) el hombre que más sabe del sí es solo sí académico, Pedro Álvarez de Miranda.
Como tiene que hablar en la mañana de la inauguración, iba afanoso, pensando, el muy rejuvenecido Sergio Ramírez, que trajo de Nicaragua el ritmo de Rubén Darío (‘Margarita está linda la mar’, recuerden, con ese libro ganó el primer premio Alfaguara) y ahora pena la barbarie de quienes fueron sus amigos (‘Adiós amigos’ tituló, generoso, su primera despedida del sátrapa que una vez fue su presidente), que lo han lanzado, a él y a muchos, a un exilio que España (y muchos países latinoamericanos, de los reunidos que Feijóo no quiere reunidos… con Pedro Sánchez) trata de aliviar con agasajos rabiosamente humanos.
El tren de los desiderios, como dicen algunos, estaba también lleno de periodistas, de lectores de libros (a alguno vi leyendo el último de Elvira Lindo, que también interviene, como gaditana y escritora), aunque no vi sino gente buscando periódicos, que ya no se dan, ay, en casi ningún sitio, ni en las academias, por ejemplo. El libro de Elvira, por cierto, se titula ‘En la boca del lobo’, está en Seix Barral, y con ese título solo (¿o solamente?) daría para improvisar teorías (se improvisan tantas ahora) sobre recientes trifulcas en la Docta Casa.
El tren desembocó, de pronto, en la vida de Cádiz, en la Bahía de Cádiz. Yo tuve la suerte de ser ayudado por un insólito ciudadano (para estos menesteres). Resulta que yo no sé hacer maletas, de modo que las llevaba sin arreglar, como un zarrapastroso (¡la lengua me deja poner esa palabra, que me la enseñó mi madre!), y él se dio cuenta de mi impericia. Agarró los bultos, me los llevó hasta la guagua (ya en Cádiz, donde se habla canario, saben qué significa guagua, como lo saben en Cuba, que es como Cádiz con más negritos), y los depositó con la misma destreza con que edita el BOE. Pues el buen amigo samaritano es el director general del BOE y viene a este ciclo que Cádiz acoge para hablar de lo que hablan las personas de bien, capaces de referirse a asuntos que los periodistas no sabemos resumir.
Sesión inaugural
El día de mañana… Uy, el día de mañana. Luis García Montero trae a la sesión inaugural los ecos de Rafael Alberti, que este sí que es bahía; Elvira Lindo nos llevará a la margen de acá de la vida personal y literaria, Soledad Puértolas contará, como en ‘Cuarteto’, de qué color es el horror vacui, Sergio Ramírez le pondrá música a la melancolía, y no me atrevo a decir qué imagino que vendrán a decir, sucesivamente, Santiago Muñoz Machado, el director de la Academia “y presidente de ASALE”, o José Manuel Albares, ministro de Exteriores, que vendrá acaso con respuestas a Feijóo y a González Pons, enfadados porque Sánchez (¿no se dice Pedro Sánchez?) se fue de madre yéndose a la tierra de la que fuimos Madre Patria. Qué barbaridades nos regala la lengua cuando es olvido.
Ah, y luego habla el Rey de España. Palabras mayores que seguramente ya tiene escritas. “Se seguirá en vivo”, dice el papel que nos han dado a los periodistas.
Marsé. Y dirán ustedes: ¿qué tiene que ver Marsé, el burrito de Juan Marsé, con todo este batiburrillo sobre el desembarco académico en la Bahía de Cádiz? Durante años el gran autor de ‘Últimas tardes con Teresa’ ayudaba su alegría y su memoria con la figura a escala de mesa de escribir de un burrito como el de Platero. Le inspiraba. Su hija Berta, escritora, amiga desde dentro a afuera, tuvo hace poco la ocurrencia de regalármelo, y ahí esté este amigo de Marsé ayudándome a mirar al teclado y no a la Bahía. A la lengua y no al terreno hermosísimo en el que el gran Fernando Fernández contaba cada día qué pasaba de Cortadura a la Caleta.