El reciente fallo de la Corte Suprema que fijó cautelarmente el porcentaje de coparticipación que el gobierno nacional debe girar a la Ciudad Autónoma de Buenos Aires, puede ser leído a la luz de las diferentes formas en que lo federal ha sido pensado en la historia argentina. No son las concepciones unitarias o federales las que chocan actualmente, sino dos maneras de entender al federalismo. Existieron dos muy diferentes y contrapuestos modos de entender lo federal en los orígenes del constitucionalismo argentino. Ese antagonismo se proyecta en nuestros días.
En sus Bases, Juan Bautista Alberdi acuñó el concepto de Unidad Federativa, que intentó dar forma a un orden federal en el cual el Estado nacional tuviese una clara preeminencia sobre las provincias, a las que entendió (junto a los municipios) como descentralizaciones administrativas. En su mirada, solo un gobierno fuerte apoyado en un orden constitucional centralista podía evitar los males de la desunión y el conflicto que las luchas interprovinciales habían generado desde 1810. Ante este diagnóstico e inspirado en el ejemplo chileno, Alberdi terminó defendiendo coyunturalmente una centralización nacional en contra de Buenos Aires y, más estructuralmente, contra las autonomías provinciales. Para el tucumano, “el federalismo es un invento de los porteños en su beneficio”
Contemporáneamente, Domingo Faustino Sarmiento observó que la mirada de Alberdi sobre el federalismo era incompatible con el federalismo constitucional norteamericano, principal referencia del proyecto constitucional que redactó el santiagueño José Benjamín Gorostiaga, posteriormente aprobado en 1853. El sanjuanino denunció en sus Comentarios de la Constitución de la Confederación Argentina de 1853, que el centralismo alberdiano implicaba una continuidad política entre el derrotado rosismo y el orden constitucional federal que había emergido del Acuerdo de San Nicolás. Sarmiento puso el dedo en la llaga: el verdadero federalismo es el que se toma en serio a las provincias y sus instituciones, el que no controla sus constituciones y que no mezcla los órdenes haciendo de los gobernadores agentes naturales del gobierno nacional. Para tomarse el federalismo en serio, las provincias y los municipios no debían ser entendidos como meras descentralizaciones administrativas de un gobierno central. Siguiendo a Tocqueville, Sarmiento entendió que el centralismo lleva al despotismo. Y una república constitucional no puede añorar déspotas, por más ilustrados que sean. Entre el rosisimo que centralizó de facto a las provincias y el constitucionalismo alberdiano que pretendió centralizarlo en el texto y la jurisprudencia, existen más continuidades de las que los herederos de ambas tradiciones están dispuestos a aceptar. Por ello, no sorprende que hoy nos encontremos con que la concepción centralista del federalismo es compartida tanto por “populistas”, como por parte del pensamiento constitucional liberal.
A casi 170 años de estos debates y tomando distancia de las diputas políticas coyunturales, quizás revisitar nuestra historia pueda orientar una respuesta de más largo alcance respecto de qué federalismo constitucional queremos tener. La reciente y cada vez más consolidada jurisprudencia de la Corte Suprema sobre este tema nos enseña un camino para ir cerrando la grita sobre el federalismo constitucional, un horizonte tan necesario como deseable.
Doctor en Derecho, docente e investigador