Crónica desde Pekín: ‘hutongs’, la última trinchera china frente a la globalización

Las coles anuncian el invierno pequinés. Las apilan los vendedores llegados de los suburbios en cualquier rincón, metros de coles al aire libre, esperando el desfile de vecinos. La tradición habla de 25 kilos por familia para aguantar hasta febrero. Contra el frío no hay mejor remedio que esa col barata, resistente y versátil. No necesita de nevera, basta con retirar las hojas heladas externas y acompañarla de tofu o cerdo, hervida o salteada. Asaltará pronto China el trono global estadounidense y persiste ese símbolo de recientes estrecheces.

Las barrigas al aire anuncian el verano pequinés. Aprieta el calor y muchos levantan su camiseta, anudada sobre el ombligo o hasta cimas sobaqueras, siempre con desprecio al decoro. Contra esa pulsión han luchado las autoridades durante años, convencidas de que castigan la estética de la capital de la segunda economía mundial, nunca con éxito.

Las coles y las barrigas son, aclarémoslo ya, exclusivas de los ‘hutongs’. No las verán entre los arrogantes rascacielos de Guomao, el distrito financiero, ni entre los restaurantes refinados de Sanlitun, epicentro del ocio. Los ‘hutongs’ son los barrios de casas bajas y calles enmadejadas por los que ha transpirado Pekín durante siglos. Sus vecinos sacan tres sillas y una mesa en verano para cenar al fresco o pasean en pijama y en otoño necesitan un rayo de sol para improvisar una partida de mahjong, algo parecido al dominó. Los ‘hutongs’ son la última trinchera de esa jovial, caótica y deliciosa espontaneidad china frente al avance imparable de la globalización y el miedo al qué dirán.

Los primeros ‘hutongs’ se levantaron alrededor de la Ciudad Prohibida y aún hoy conservan el gris que subrayaba el contraste con el amarillo y rojo del hogar imperial. Es ubicuo el acento pequinés, sucio y estruendoso al arrastrar las erres finales. Aún hoy los ‘hutongs’ vacunan contra la rutina. Un pequeño huerto aquí, un criador de grillos o jilgueros allá, el afilador de cuchillos en triciclo…

Los ‘hutongs’ son una vasta extensión de viviendas de baja calidad en el centro y habitadas en su mayoría por un sector social poco boyante. La piqueta se afanó en resolver a las bravas esa anomalía. Una mezcla de codicia, corrupción y desprecio histórico arrasó muchos de ellos en las vísperas de los Juegos Olímpicos de 2008. La ciudad se preparaba para recibir a millones de visitantes y los ‘hutongs’ chirriaban con la modernidad pretendida. Miles de fachadas amanecieron con la palabra “chai” (demolición en mandarín) en un círculo rojo que identificaba las víctimas al bulldózer. La campaña se ejecutó sin criterio: a la piqueta no le gustaba ningún ‘hutong’, ni las estructuras dinásticas ni el puro barraquismo.

Solo un puñado de asociaciones proteccionistas, siempre formadas por extranjeros, luchaban contra aquel atropello. Compartían con la piqueta su falta de criterio: les gustaban todos. La mayoría de los chinos estaban encantados con la compensación económica que les permitía mudarse a una vivienda en condiciones en cualquier suburbio alejado. Ocurre que los ‘hutongs’ van tan sobrados de encanto como escasos de comodidades. Carecen de calefacción centralizada en una ciudad con inviernos heladores y baños privados. Una vieja amiga explotó ante mi enésimo paseo en bicicleta por los hutongs. Los extranjeros, sugirió, necesitaríamos vivir un par de semanas en uno para tener más perspectiva: “La primera salida al baño público de madrugada en invierno y se os quita la tontería”. Irrebatible.

Solo un puñado de asociaciones proteccionistas, siempre formadas por extranjeros, luchaban contra aquel atropello. Compartían con la piqueta su falta de criterio: les gustaban todos. La mayoría de los chinos estaban encantados con la compensación económica que les permitía mudarse a una vivienda en condiciones en cualquier suburbio alejado. Ocurre que los ‘hutongs’ van tan sobrados de encanto como escasos de comodidades. Carecen de calefacción centralizada en una ciudad con inviernos heladores y baños privados. Una vieja amiga explotó ante mi enésimo paseo en bicicleta por los hutongs. Los extranjeros, sugirió, necesitaríamos vivir un par de semanas en uno para tener más perspectiva: “La primera salida al baño público de madrugada en invierno y se os quita la tontería”. Irrebatible.

La amenaza actual para los ‘hutongs’, tan grave como la piqueta, es la gentrificación. Son aún pocos pero el proceso es imparable. Algunas de mis primeras crónicas, 17 años atrás, salieron de un pequeño café de Nanluoguxiang, por cuya ventana veía cada día al loro del vendedor de papel higiénico ofreciendo la mercancía. Aquel polvoriento ‘hutong’ es hoy un amasijo irrecuperable de bares occidentales, tiendas de recuerdos con material maoísta, galerías de arte pretenciosas e incluso un Starbucks.

En los más célebres ‘hutongs’ se amontonan los fines de semana los ‘influencers’ en busca del enfoque más auténtico. Las coles que apuntalaron la dieta invernal pequinesa sirven ahora también de fondo de selfis.

 

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