NUEVA YORK.- La situación actual de Rusia -militarizada, aislada, corrupta, dominada por los servicios de seguridad y con una hemorragia de talentos que empuja a miles de rusos a escapar al extranjero para escapar de la leva y una horrenda guerra- es por demás sombría.
Con la esperanza de poner fin a esta desalentadora realidad, algunos tienen la expectativa de que Putin deje el gobierno. Pero la muerte o la dimisión de Putin no son suficientes para producir un cambio en el país. Los futuros líderes de Rusia deberían desmantelar y transformar las estructuras que Putin manejó durante más de dos décadas. Y el desafío, como mínimo, es abrumador. Pero hay un grupo de políticos que ya están diseñando un plan para lograrlo.
Compuesto por conocidas figuras de la oposición y jóvenes representantes de gobierno regionales y municipales, el Primer Congreso de Diputados del Pueblo de Rusia se celebró a principios de noviembre en Polonia. Y la elección del lugar del encuentro, el Palacio Jablonna, en las afueras de Varsovia, tiene un fuerte contenido simbólico: fue donde tuvieron lugar las primeras negociaciones de las mesas redondas que condujeron al final del régimen comunista en Polonia. Allí, durante tres días de intenso debate, los participantes elaboraron propuestas para la reconstrucción del país, que en su conjunto, representan un intento serio de imaginar una Rusia sin Putin.
Vladimir Putin habla con miembros del Frente Popular en Moscú (Archivo) (-/)
La primera y más acuciante prioridad, por supuesto, es la invasión a Ucrania. Todos los participantes del Congreso se oponen a la guerra, que según presumen será perdida o conducirá a un desastre nuclear. Para lidiar con las consecuencias y evitar una repetición de la tragedia, la propuesta sugiere “un acto de paz” que implica la desmovilización del Ejército ruso, la retirada de fuerzas y el fin de la ocupación del territorio ucraniano, incluida la península de Crimea.
También propone la creación de un grupo conjunto para investigar posibles crímenes de guerra, pagar por los daños a la infraestructura ucraniana y compensaciones para las familias de los muertos, y un rechazo explícito a futuras “guerras de conquista”. Además de ser un fuerte elemento de disuasión de cualquier aventura expansionista a futuro, ese compromiso de amplio alcance también implicaría un necesario reconocimiento del historial de invasiones imperialistas de Rusia.
Los funcionarios responsables de la devastación también tendrán que ser extirpados del gobierno, algo que nunca ocurrió tras el colapso de la Unión Soviética. El Congreso propone inhabilitar para cargos públicos y educativos a quienes integraron “organizaciones delictivas” -como el Servicio Federal de Seguridad o los canales de televisión estatales-, y a quienes apoyaron públicamente la guerra, y también se restringiría su derecho al voto. También se crearía una comisión de “desputinización” para evaluar la rehabilitación de ciertos grupos, incluidos quienes se retracten públicamente y no hayan cometido delitos graves, y se desclasificarían los archivos de los servicios de seguridad.
A continuación, está la estructura de la propia Rusia. La Federación Rusa es un mosaico altamente centralizado de más de 80 repúblicas y regiones totalmente subordinadas al presidente, lo que permite una enorme concentración del poder. En base a proyectos de descentralización de la época del colapso soviético, el Congreso propone disolver la Federación Rusa y reemplazarla con una nueva democracia parlamentaria. De acuerdo con el borrador de un proyecto sobre el tema de la “autodeterminación”, la integración de todas esas repúblicas al nuevo Estado ruso debería ser “sobre la base de la libre elección de los pueblos que las habitan”.
De Lenin a Yeltsin
Esta ruptura con el presente podría corregir las promesas fallidas del pasado. Desde Vladimir Lenin hasta Boris Yeltsin, los líderes rusos modernos tienen un historial de ofrecer descentralización para ganar apoyo y luego retractarse una vez que consolidan el poder. Aunque todos los sujetos federales son legalmente iguales bajo la Constitución actual de Rusia, persisten desigualdades sustanciales, un hecho que ha sido resaltado por el despliegue desproporcionado y la muerte de minorías étnicas de repúblicas más pobres como Daguestán y Buriatia en la guerra en Ucrania.
Revisar el tema de una mayor soberanía podría permitir que la república separatista de Chechenia, por ejemplo, abandone Rusia después de su brutal subyugación por parte de Putin, al mismo tiempo que permitiría a las regiones y repúblicas sin fuertes movimientos secesionistas renegociar la asignación de recursos y el equilibrio de poder con los centro. Crearía un país más justo al tiempo que socavaría el nacionalismo ruso.
En cuanto los planes económicos, la propuesta del Congreso es más difusa. Promete una ley “para revisar los resultados de las privatizaciones” llevadas a cabo durante la década de 1990 -de donde surgieron los oligarcas de Rusia-, mientras que otro proyecto de ley tiene como objetivo abolir la impopular reforma previsional aprobada por Putin en 2020. Nada dice, sin embargo, sobre la creación de una fuerte red de seguridad social ni se refiere a la transición de la economía de Rusia para alejarse de su dependencia de las exportaciones de energía. Es un descuido importante. Desde la década de 1990, cuando se lanzó simultáneamente el proceso de privatizaciones y de elecciones libres, riqueza y poder quedaron entrelazados. Por lo tanto, la reforma política resulta inseparable de una reforma económica.
Ilya Ponomarev (twitter/)
Y ese no es el único problema. El principal organizador y patrocinador del Congreso fue Ilya Ponomarev, un emprendedor tecnológico de izquierda. Ponomarev fue el único miembro del Parlamento ruso que en 2014 votó en contra de la anexión de Crimea, tuvo que abandonar el país, obtuvo la ciudadanía ucraniana, y ahora dirige un canal de noticias en ruso desde Kiev.
Figura controvertida en los círculos de la oposición rusa, en agosto Ponomarev respaldó el asesinato de Daria Dugina, la hija del filósofo pro-eurasiático Alexander Dugin, y afirmó que fue obra de milicias de resistencia clandestina de Rusia. Esa afirmación no corroborada indignó a varias figuras de la oposición. Posteriormente, a Ponomarev le revocaron la invitación a un evento organizado por los críticos del Kremlin Garry Kasparov y Mikhail Khodorkovsky.
A pesar de sus desacuerdos, los opositores rusos tienen una visión vagamente coincidente sobre el futuro. Khodorkovsky y Aleksei Navalny, el disidente más conocido del país, que actualmente languidece en una colonia penitenciaria, también han hecho llamados para convertir a Rusia en una democracia parlamentaria y con más poder delegado a los estamentos regionales y municipales. Pero los aliados de Navalny no participaron del Congreso, como tampoco Kasparov y Khodorkovsky. La legitimidad del Congreso, ya cuestionada por varias organizaciones rusas que se oponen a la guerra que dijeron que esa reunión no las representa, también fue cuestionada por algunos que sí participaron, varios de los cuales abandonaron el encuentro en señal de protesta por lo que vieron como una falta de igualdad y transparencia en las conversaciones.
Esos enfrentamientos internos no contribuyen al avance de las propuestas, que por momentos pueden parecer descabelladas. Sin embargo, la historia muestra que las transformaciones drásticas suelen incubarse en el extranjero o en la clandestinidad. A finales del siglo XIX y principios del XX, los emigrados políticos de los países en conflicto de toda Europa tramaron la caída del imperio ruso. Uno de ellos fue Vladimir Lenin, que cuando estalló la Primera Guerra Mundial estaba exiliado en Polonia.
Por el momento, con la mayor parte de la población rusa forzada a cruzarse de brazos mientras otros pierden su trabajo o la libertad para expresar su disidencia, la posibilidad de una transformación profunda del país parece remota. Sin embargo, los cambios suelen llegar cuando menos se los espera. A principios de 1917, sumido en el pesimismo, Lenin se lamentaba de que probablemente no viviría para ver la revolución. Unas semanas más tarde, el zar fue derrocado.
Rusia no está más condenada que cualquier otro país a repetir su pasado. El momento de reimaginar su futuro es ahora.
Joy Neumeyer
(Traducción de Jaime Arrambide)