La participación activa de las dos mayores economías de la región sudamericana ha sido un factor esencial en el desarrollo del Mercosur. Estuvo ello claro desde que los presidentes Sarney y Alfonsín iniciaron el recorrido que llevó al proceso de integración bilateral que luego se retomaría formalmente –junto con Paraguay y Uruguay- con la firma del Tratado de Asunción en 1991.
Más de treinta años después, el Mercosur parecería hoy requerir de un fuerte impulso político y económico que permita adaptarlo a las más que evidentes nuevas realidades internacionales (globales como regionales), incluyendo las de sus propios países fundadores.
Lo que podría ser entonces un momento re-fundacional coincide con los próximos dos semestres en los que les corresponderá a la Argentina (primer semestre 2023), y luego al Brasil (segundo semestre 2023) ejercer la presidencia del Mercosur. Ello brinda, sin dudas, una oportunidad para rejuvenecer el proyecto común trabajando en forma conjunta con Paraguay y Uruguay. Algunas de las iniciativas recientes del Uruguay, por ejemplo con respecto al Acuerdo Transpacífico de Cooperación Económica, encaradas en el marco de una agenda conjunta para la inserción internacional del Mercosur, podrían también contribuir a acentuar la presencia internacional de los países miembros.
Tres factores tornan recomendable y posible lo que requerirá de un intenso esfuerzo conjunto entre los dos países, lo que implicaría reconocer que les cabe una marcada responsabilidad y protagonismo a la hora de querer impulsar una adaptación del Mercosur a nuevas realidades. El primer factor es que, tal como está, el proyecto original concebido en forma rígida ha ido perdiendo gradualmente una parte de su credibilidad y eficacia. El segundo es que todo intento de rejuvenecerlo requerirá la concertación de esfuerzos –tanto políticos como económicos- entre todos los países miembros, incluyendo por cierto a las dos principales economías del área. Y el tercer factor es que el presidente Lula (que en sus anteriores mandatos tuvo un papel protagónico en el impulso de un grado mayor de integración entre los miembros del Mercosur) ha demostrado a través de los años su valoración de la idea del trabajo conjunto no sólo de los países del Mercosur pero incluyendo también a los demás países sudamericanos.
Rejuvenecer al Mercosur no requiere necesariamente sólo modificar la sustancia de sus instrumentos jurídicos y de sus mecanismos institucionales. Pero si podrá requerir mucha imaginación y capacidad para concertar esfuerzos entre los socios, a fin de lograr adaptar sus reglas y métodos de trabajo conjunto a las nuevas realidades regionales y globales.
Tres objetivos
Sin perjuicio de otros, tres frentes del trabajo conjunto entre los socios podrían demandar atención especial. Un primer frente es el de la capacidad necesaria para tener un buen diagnóstico sobre las reformas que se requieren en los métodos de trabajo que utiliza el Mercosur a fin de elaborar decisiones que puedan ser efectivas (que penetren en la realidad) y eficaces (que produzcan los efectos que se procuran obtener). Un segundo frente se relaciona con los procedimientos que permitieran lograr un razonable equilibrio entre el objetivo de reglas que puedan ser flexibles, con la necesidad de obtener una suficiente dosis de seguridad jurídica en el trabajo conjunto entre los socios. Y el tercer frente es el de las acciones que pueden ser necesarias a fin de contar en la Secretaría del Mercosur con un grado de organización que le permita cumplir con la función de preparación técnica de decisiones que reflejen una real concertación de esfuerzos entre los socios. Es quizás este último un frente de trabajo que debería tener un alcance prioritario en la agenda de trabajo del Mercosur durante el año 2023.
Pero en el próximo año el Mercosur requerirá además impulsar iniciativas orientadas a concretar y sobre todo sacar provecho de lo que finalmente resulte de las postergadas negociaciones de la asociación con la Unión Europea. Sin perjuicio de las cuestiones que explican las demoras incurridas en los últimos tres años, será necesario que en la agenda birregional adquieran, entre otras, una fuerte presencia las relacionada con el cambio climático. Y que, además, se profundice la vinculación entre la actual agenda birregional y la que el Mercosur y la UE desarrollen con otros países del espacio sudamericano y, en un primer momento con Chile y Colombia.
Una prioridad especial debería tener para el Mercosur su agenda aún incipiente de relacionamiento comercial preferencial con los países de otras dos regiones con creciente importancia relativa en el comercio internacional, como son las del Asia y África. Abordaremos esta cuestión en una próxima nota.