‘Ciudad Victoria’, de Salman Rushdie: un reino de este mundo

En su última novela Salman Rushdie se ha propuesto nada menos que escribir un poema épico. Uno que por extensión y ambición compita con el Bhagavad Gita, y que por si fuera poco esté mejor escrito. Antes de pasar a examinar los problemas (¡de toda índole!) que plantea esta operación sentémonos confortablemente (el libro nos demanda un punto de la antigua ociosidad oriental) a escuchar el arranque de las aventuras que nos propone Rushdie resumidas por este escriba a su servicio.

En el alba de los tiempos todos los varones de un reino murieron en la guerra. Sus mujeres, sin excepción, decidieron asarse vivas. La pequeña Pampa se separó de su madre en el último momento y una diosa empezó a hablar a través de ella. La dotó primero con el don de profecía y después con la magia de fundar ciudades. A partir de una semilla hizo crecer muros, templos y animales. También personas vivas a las que dotó de recuerdos. Al frente de su ciudad puso a dos pastores: Hukka y Bukka. Y Pampa se retiró a un papel de consejera. Este reino dominaría el sur de la India durante trescientos años.

 Por supuesto la operación de escribir un poema épico (situado para mayor chiste en una época legendaria) tiene algo de imposible. El principal escollo se sitúa en la imposibilidad de no tener en cuenta la caudalosa (e impresionante) aventura que ha recorrido la narración hasta nuestros días. Si ya no podemos recrear el estilo de los poetas del pasado no es tanto porque nos falte la inspiración divina (que también) sino porque sabemos demasiado sobre cómo contar historias, y olvidar lo que uno sabe es una tarea mucho más complicada que aprenderlo.

En el papel de Sherezade

Ni que decir tiene que Rushdie cuenta con estas complicaciones y ni por un momento asoma la intención de que su novela como poema mítico se parezca a un poema épico. Tras un parapeto cosmético de fantasía (que le debe más a García Márquez que al Ramayana) su propósito desde la primera página pasa por bastardear e hipertrofiar el poema fundacional con un aluvión de recursos posteriores: la intriga, la densidad psicológica, una ironía de lo más moderna y sobre todo el gusto por el relato, el placer de la narración ejercida con la bulimia de un auténtico cuentacuentos. El autor no perdona ninguna oportunidad de ensanchar las concisas acciones que caracterizan los poemas épicos hasta que adopten la forma de un relato moderno. Rushdie, como en sus mejores momentos, está en su salsa en el papel de Sherezade.

Otro asunto peliagudo es que el falso poema épico de Rushdie no está pensando para un auditorio de su tiempo, sino para lectores del siglo XXI. Detalle que inclina de manera decisiva la lectura. Nuestro sesgo peculiar es sin duda que estamos enamorados de nuestra época, y pasamos por ella deseosos de descubrir sus claves (no digamos ya de anticipar el futuro), de manera que parece casi inevitable la tentación de leer ‘Ciudad Victoria’ como un mensaje sobre nuestra realidad social, histórica y política. El juego tiene su interés y quizás sea bueno entregarse a la tentación. Así lo han hecho algunos críticos anglosajones para encontrar paralelismos entre la tramoya fantástica de la novela y la situación actual en China, Arabia Saudí o la India. Pero lo cierto es que estas profecías cifradas tienen poco recorrido y que la novela se disfruta más dejándose llevar por la suculencia de las historias de Rushdie mientras el libro libera poco a poco algo así como una “moraleja”.

 Rushdie explora la dificultad de que una sociedad estén a la altura de sus principios morales y espirituales (la ciudad se fundó con la mejor de las intenciones, determinada no solo a respetar la igualdad de género, la libertad de expresión y la tolerancia de las creencias religiosas, sino también a fomentar el pacifismo). La manera como las exigencias de la política, el juego de los intereses y la ambiciones cambiantes embarran los buenos propósitos es implacable. Las mujeres son sometidas, los disidentes aplastados, las religiones perseguidas y la guerra se convierte en la afición principal del estado.

Pesimismo universal

 Uno podría interpretar el párrafo anterior como una crítica a los principios demasiado exigentes que no tardan en exigir un cumplimiento fanático para mantener el simulacro de su vigencia, pero Rushdie se cuida de repetir una y otra vez los mismos errores en todas las dinastías y generaciones que se relevan y pululan por el texto, de manera que ‘Ciudad Victoria’ segrega a fin de cuentas un pesimismo de alcance universal que recuerda al verso de Shakespeare donde se habla de la política como de “una pesadilla sin rostro”.

A este determinismo pesimista la novela contrapone la figura de Pampa, el personaje más vivo e interesante del libro (tampoco tiene mucha competencia, los gobernantes son cada generación más grises), que constituye a su vez un enigma. Pese a ser la responsable de la magia que arranca el reino y vivir casi trescientos años, Pampa se niega a tomar las riendas del poder. Es desplazada, despreciada, medio olvidada, soporta el exilio, y regresa una y otra vez para levantar acta de que su ciudad victoriosa no cumple apenas con ninguno de los ideales que se había propuesto. Su reino, a diferencia del de Jesús, no puede ser más de este mundo. Aunque Pampa va más allá del arquetipo sus orígenes mágicos invitan a interpretar una dimensión simbólica: la dignidad y las limitaciones de un poder que se resiste a imponerse. Un poder blando que todavía pertenece al futuro.

‘Ciudad Victoria’

Autor: Salman Rushdie

Traductor: Luis Murillo Fort

Editorial:  Seix Barral

 368 páginas. 22,90 euros

 

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