Argentina llegó al Mundial de México, en 1986, bajo un clima de sospecha por parte de la prensa y de la afición del país. La selección dirigida por Bilardo no jugaba especialmente bien –pese a contar con Maradona- y los últimos amistosos antes del gran torneo habían sido decepcionantes.
El clima era tenso. “Bilardo pasó aquellos días con la prensa en contra, la gente en contra, el gobierno en contra, incluso el futbol en contra”, explicaba años después el periodista Víctor Hugo Morales (inolvidable narrador del gol de Maradona a Inglaterra) en el documental ‘La historia detrás de la Copa’.
Cuando reunió por primera vez a los jugadores convocados para el Mundial, Bilardo les soltó una de sus frases más ingeniosas. “Muchachos, en la valija pongan dos cosas, un traje y una sábana. El traje es por si ganamos el Mundial, la sábana es por si perdemos en primera ronda y nos tenemos que ir a vivir a Arabia Saudita”.
No bromeaba Bilardo, que a lo largo del torneo demostró ser un entrenador absolutamente obsesionado por las supersticiones. Las detalla el periodista argentino Luciano Wernicke en su libro ‘Historias insólitas de los Mundiales de fútbol’ (Altamarea, 2022).
“A lo largo del Mundial, y por disposición del entrenador, la selección albiceleste incorporó una extensa e insólita serie de costumbres, surgidas generalmente por casualidad, que debían respetarse a rajatabla hasta la finalización del sorteo”.
Un ritual calcado
Así, Bilardo obligó a sus jugadores a repetir exactamente lo que habían hecho horas antes del primer partido, que habían ganado en el Olímpico de México ante Corea del Sur (3-1): visitar el centro comercial Perisur de la capital mexicana y tomarse un café. Las consumiciones tenía que pagarlas el portero, Nery Alberto Pumpido, para no alterar en lo más mínimo lo sucedido el primer día.
En la víspera de cada partido, los argentinos disfrutaron de un asado: los encargados de prepararlo siempre fueron los mismos, el padre y el suegro de Maradona.
También se repitió a rajatabla el ‘planning’ después de cada encuentro: cena en el mismo restaurante, un establecimiento argentino llamado ‘Mi Viejo’, propiedad de Eduardo Cremasco, ex futbolista de Estudiantes de La Plata que había coincidido con Bilardo en su época de jugador.
Antes de jugar su primer partido, la delegación argentina recibió la visita de un peluquero llamado Javier Leiva. Era amigo del portero suplente, Héctor Zelada.
Leiva cortó el pelo a varios jugadores y también a Bilardo. Como el debut en el torneo, horas después, salió bien, Bilardo obligó al peluquero a acudir a la concentración del equipo en la víspera de cada partido. “Para la final con Alemania, me había atendido ya seis veces en menos de un mes. Ya no tenía dónde cortar, pero se las ingenió para sacar algo de pelusa”, rememoraría Bilardo años después.
La misma ruta, los mismos asientos, las mismas canciones
En los viajes en autobús para disputar los partidos, todos los jugadores ocuparon siempre los mismos asientos: la música que sonó, un casette con canciones argentinas, fue siempre la misma, canción por canción, cronometradas por Bilardo para que la canción que sonase en el momento exacto de entrar al estadio fuese siempre la misma, ‘Gigante, chiquito’, del cantante Sergio Denis.
Bilardo incluso habló con la policía mexicana para que los dos policías motorizados que habían precedido al autobús de Argentina a modo de escolta en el primer partido repitiesen durante todo el torneo: se llamaban Tobías y Jesús. En la final ante Alemania, el autobús de Argentina fue escoltado hasta el estadio por veinte policías. Entre ellos, obviamente, estaban Tobías y Jesús, ocupando exactamente el mismo lugar que habían ocupado el primer día.
Bilardo, que había recomendado a sus jugadores llevar una sábana blanca a modo de túnica, acabaría trabajando en el fútbol árabe, concretamente como seleccionador de Libia, en el año 2000, contratado por el hijo de Gaddafi, cargo en el que tan solo duró siete meses.